Su director, Brad Anderson, orquestó, contando con el genio de Roque Baños —música acojonante—, Xavi Giménez —fotografía impactante— y Scott Kosar —al frente del guión, ¡y qué guión señores y señoras!—, un thriller psicológico que, jugando con el surrealismo, —¡y con nosotros mismos!—, nos conduce por el incomprensible mundo de Trevor Reznick suministrándonos recuerdos o fantasías, ¿quizás vivencias actuales? que hasta el final no sabremos distinguir e hilar, y como buen narrador ejecuta una metáfora entre la maquinaria, trasto problemático por el que Trevor —como beligerante sindicalista se enfrentaba a sus jefes—, con su estado mental. Uno tan terrible que lo aboca al infierno, y mientras nos enfrentamos al porqué queremos saber el qué, y rozando la paranoia tanto como él, el film nos sacude. Nos hace dudar de todo y hasta del nunca mal pensado Trevor. Ay, amigos, la psique como nos devora cuando un problema se convierte en pesadilla, y en esto El maquinista me recuerda tanto pero tanto a El club de la lucha que si os gustó la segunda véosla aunque solo sea porque es una cinta de culto y Bale está de Oscar.
Por Víctor Garijo Serrano
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