Hoy Tierra Filme cumple diez años. Un sitio (uno más de los muchos) que nació para compartir reflexiones sobre cine. Sin más pretensiones que esa y un lugar que siempre ha estado abierto a cualquier persona que haya querido decir algo sobre el tema. Es algo que no me cansaré de repetir. Mi agradecimiento eterno a toda la gente que ha puesto algo de sí para construir ese lugar. Si las cuentas no me han fallado, 47 personas han participado en algún artículo a lo largo de esta década.
Pues a todas ellas les he pedido que me mandaran un Top con sus películas favoritas de la década en la que la web ha existido. Al final, han sido 32 (más la mía, 33) las personas que han querido participar mandando sus 12 películas favoritas entre 2011 y 2020 (ver listas individuales). La lista, además, se complementa con una serie, la que cada cual considera su favorita de este periodo. Este ha sido el resultado general del Top 12+1 de la gente que ha formado parte de Tierra Filme a lo largo de estos años. Un texto acompaña a cada película. Doce personas distintas hablando sobre por qué consideramos importante cada film de esta lista.
1. El árbol de la vida (Terrence Malick. Estados Unidos, 2011)
Hace
diez años, Terrence Malick dividió al mundo del cine con su quinto largometraje.
Para algunos era pedante, aburrido, un canto religioso estéticamente cursi.
Para muchos otros, en cambio, incluido el jurado del Festival de Cannes que le
dio la Palma de Oro, era una película hermosa sobre la pérdida de un ser
querido, el silencio de Dios, el intento de procesar por qué a la gente buena
le pasan a veces cosas terribles y el recuerdo del paraíso perdido de la infancia.
El
árbol de la vida está cargada de imágenes vibrantes, es más lírica que
narrativa y se permite divagar desde lo concreto de una vida en familia hasta
la historia del origen del universo y de la evolución de las especies. Está
formada por varias películas que se complementan. Personalmente, la que más me
interesa es el retrato de la infancia de los tres hermanos, con su belleza y su
crueldad: el descubrimiento del mundo, la dureza que a veces pueden ejercer los
padres sobre los hijos, el choque de dos visiones contradictorias de la vida,
el descubrimiento del mal que puede habitar en uno mismo y la toma de
conciencia de que es posible que la gente a la que queremos sufra o se muera.
En
el clímax de la película, el protagonista -ya adulto- se reencuentra en una
playa con una versión joven de sus padres y con ese hermano que murió demasiado
pronto. Una escena en la que estalla la emoción acumulada durante dos horas y en
la que aún resuenan el movimiento de los astros o la piedad de un dinosaurio. “Padre,
madre, siempre estáis dentro de mí, y siempre lo estaréis. Si no amas, la vida
te pasará como un destello”. El dolor existe, el mundo resplandece y el amor
sonríe a pesar de todo.
Sergio Diez
2. La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche. Francia, 2013)
‘El azul es un color cálido’ es un bellísimo cómic de la dibujante francesa Julie Maroh que inspiró una de las películas más fascinantes de los últimos años, La vida de Adèle, una historia que, de la mano de sus dos brillantes protagonistas, Adèle Exarchopoulus y Léa Seydoux, muestra magistralmente el tránsito de la adolescencia a una juventud a las puertas de la (inexorable) madurez. Esa etapa en la que, posiblemente, seamos más vulnerables y recordemos con más nostalgia.
La obra de Abdellatif Kechiche conquista y conmueve porque es un reflejo de la vida misma y del desgarro ante determinadas circunstancias que nos son cercanas: ¿o acaso no nos identificamos con la inocencia, la confusión, el amor desatado de juventud, la pasión sin límites, los errores sin malicia, la soledad, la angustia y la amargura?
Al final, pese a que la protagonista no acaba de forma tan trágica como en el cómic, se queda el triste aroma a desolación tras la pérdida del amor que supone el descubrimiento de la pasión, la irrupción de la madurez… y el derrumbe personal ante una fría ruptura de la más cálida de la relaciones.
En definitiva, La vida de Adèle muestra impecable e implacablemente, el paso del tiempo, en el que el sexo tiene un importante papel como símbolo del descubrimiento y del deseo. No obstante, sería injusto polemizar y reducir este joya a las tórridas y turbadoras escenas de cama; mejor empaparse de esos tonos azules que marcan toda la película, que pueden ser cálidos en un momento dado, pero sin olvidar que el azul es un color frío, que puede dejarte gélida y con el corazón congelado.
Isabella Della Sicilia
3. El hilo invisible (Paul Thomas Anderson. Estados Unidos, 2017)
Paul Thomas Anderson se ha ganado por derecho propio el reconocimiento como uno de los grandes directores de cine. Quien deslumbrara a finales de los noventa con Boogie Nights y Magnolia cuando contaba con menos de treinta años ha ido trazando una apasionante filmografía compuesta por grandes obras, todas ellas muy personales pero muy diferentes entre sí. El hilo invisible es otra exhibición de puesta en escena y narrativa cinematográfica, impregnada por un tono clásico que te lleva desde lo romántico a lo melancólico, sobrevolando siempre el suspense en el ambiente y con una gran carga psicológica. Y todo esto teniendo en cuenta que en realidad se trata de un retorcido y perverso juego de poder, con reminiscencias a Polanski, a Hitchcock (especialmente a Rebecca), al que no en vano homenajea en los nombres de los protagonistas, e incluso a los cuentos de hadas.
Minuciosa
en todos los detalles, brillante en cada apartado técnico, destacando el
vestuario, la banda sonora (probablemente la mejor y más sorprendente de Johnny
Greenwood) y las poderosas interpretaciones del trío protagonista (para quien
esto escribe Day-Lewis realiza la interpretación de su vida), esta película
aparentemente sencilla pero repleta de aristas, detalles y misterios, emerge
como una de las grandes joyas cinematográficas de la década, destinada a
perdurar en el tiempo. Tan inmortal como el último plano en la fiesta de fin de
año.
Jorge Marugán
4. Carol (Todd Haynes. Reino Unido, 2015)
En la primera secuencia
de Carol, la cámara de Ed Lachman
enfoca unas rejas de ventilación para después elevarse hasta mostrarnos el
trasiego de las calles de Nueva York. Corren los años 50 para una sociedad
marcada por el crecimiento del poder adquisitivo y por las familias baby boom, pero Todd Haynes arranca su
historia explicitando las rejas que coartan y marginan a sus protagonistas.
Carol y Therese son dos mujeres de generaciones y clases sociales diferentes, pero
ambas están atrapadas en aquello que la sociedad espera de ellas: ser buenas
madres y satisfacer a sus “hombres”. En definitiva, ellos saben qué es lo mejor
para ellas, de ahí que se rebelen con ferocidad ante la atracción que sienten la
una por la otra y apelen a la moralidad.
Ante ellos, Carol se despliega como una historia de miradas, de manos que expresan y de nudos en la garganta. Blanchett y Mara, sencillamente magnéticas. Bajo su presunta “frialdad”, Todd Haynes construye un amor prohibido que dialoga con sus anteriores trabajos (Lejos del cielo y Mildred Pierce), aunque también nos evoca a Breve encuentro o a los melodramas de Douglas Sirk. Da la rara sensación de que no sobra ni falta absolutamente nada en la película. Cada decisión técnica está puesta al servicio de la narración; cada plano nos arroja una radiografía precisa del alma de los personajes; y cada secuencia se antoja absolutamente irrefutable.
En los últimos compases de la obra, la imagen pierde el equilibrio de puro vértigo. La excelente música de Carter Burwell ocupa todo el espacio sonoro y las pulsiones de las protagonistas se apoderan de una cámara que vibra con ellas, que saborea cada segundo de pasión a través de un ligero ralentí. Ahora sí, la vida se extiende ante ellas como un amanecer.
Antonio Cabello
5. Amor (Michael Haneke. Austria, 2012)
Conocido el desenlace desde la primera escena, Haneke narra, como si fuera un gran flash back, la tragedia de George y Anne para hacernos cómplices de una historia de amor infinito y el efecto de la enfermedad y el paso del tiempo sobre ellos.
Aquí no hay frialdad como en otras obras de Haneke, hay emoción entre líneas, formas de entender el final de nuestras vidas, comprensión ante la muerte. Amor trata sobre el dolor del que ha compartido toda la vida contigo, sobre la forma de abandonar este mundo.
El director austríaco usa a Trintignan y su aterciopelada voz, y a esa cámara que coloca sin entrometerse entre las caricias verbales y físicas, para hacernos sentir el verdadero amor entre los dos ancianos que saben que su final está muy cerca dejando al espectador que saque sus propias conclusiones y reflexiones sobre los comportamientos de George y Anne.
Sostiene Haneke que Amor no le parece más amable que sus anteriores trabajos pero tengo la sensación de que ha conseguido dulcificar el sufrimiento sin eludirlo frontalmente. La elegancia de los detalles físicos para ilustrar la decadencia paulatina de Anne, las escenas de la hija intentando irrumpir en la vida de la pareja y la respuesta de George, la percepción de éste de que la vida se escapa, la sencillez en la puesta en escena o la precisa posición de la cámara dentro de las paredes de esa casa donde se desarrolla toda la acción son elementos que utiliza Haneke para hablarnos del viaje final, del recuerdo fallido e incompleto, de la percepción que cada uno de nosotros tendremos cuando el final esté llamando a nuestras puertas.
Decía Luis Martínez que “cuando ya no quede nada, quedará Haneke” y Amor destila imágenes que nos ayudan a reflexionar sobre la muerte y el camino hacia ella y utiliza el colosal trabajo de Riva y Trintignan para cerrar el círculo de la vida.
Román Puerta
6. Magical Girl (Carlos Vermut. España, 2014)
Descubrí Magical Girl en su estreno en el Festival de San Sebastián allá por 2014 y la película me ha acompañado en el recuerdo durante la última década. Colgué un poster coronando el salón de mi recién estrenado apartamento en Bélgica, la compré en cuanto salió en formato doméstico y la vi un par de veces más cada vez que tuve la oportunidad de recomendársela a alguien que no había oído hablar de ella. Junto a Moonrise Kingdom y Spring Breakers, Magical Girl me marcó entonces como un flechazo total en el que no conseguí dejar de pensar durante mucho tiempo.
Conocía a Vermut y su interés en los rompecabezas, había visto Diamond Flash y su narrativa no debería resultarme ajena, pero sin embargo Magical Girl me impactó de tal forma que me dejó clavada en la butaca del Teatro Principal y unos días después me alegré como si me fuera la vida cuando ganó no sólo la Concha de Oro, sino además la de plata a mejor dirección.
Hay un magnetismo único en esos 127 minutos de metraje, coronados por el arrebato de Bárbara Lennie. Una combinación irrepetible de lo que parece la mezcla honesta de las filias y gustos de su director, absolutamente plástico y visual. Partiendo de una narrativa intrincada, la película agarra de forma refinada con referencias variadas de la cultura popular que apuntan no sólo al cine, sino al cómic, el flamenco más español con esa memorable banda sonora de Manolo Caracol o las tendencias del internet pre-youtuber en cuanto a ese humor postmoderno, sofisticado y totalmente retorcido.
Una tentación envenenada, un placer culpable, un reto que deja pasmado mirando por más brutal que sea el impacto. Un dardo que conectó inmediatamente conmigo entonces como sólo ocurre en ocasiones contadas, dejando una sensación difícilmente igualable.
Sara Martínez Ruiz
7. Antes del anochecer (Richard Linklater. Estados Unidos, 2013)
Mi película favorita de estos diez años en realidad son tres películas de distintas décadas. La grandeza de Antes del anochecer no se entiende sin la existencia de sus dos predecesoras. Acostumbrados como estamos a hacer competir entre sí las distintas películas de una misma saga, lo de Linklater es otra cosa muy distinta. No recuerdo otra trilogía en la que sus filmes se retroalimenten de tal manera, haciendo cada una de ellas que todas las demás crezcan aún más. Tuve la suerte de ver Antes del amanecer cuando se estrenó en cines, y no puedo describir lo emocionante que fue reencontrarme con Celine y Jesse nueve años después en Antes de atardecer. Casi como si fueran un par de viejos amigos. Emoción que se multiplica al volverlos a encontrar otros nueve años después (el momento en el que descubrimos a las gemelas es conmovedor).
Pero centrémonos en la película que nos ocupa. No era pequeño el reto que tenían entre manos sus responsables con esta tercera entrega. Era la primera vez que veíamos a la pareja con una relación consolidada, así que ya no hay espacio para la idealización provocada por lo fugaz. La película se construye en contraposición a las anteriores, y el film es una constante lucha de la magia del amor tratando de sobrevivir frente al desesperante peso de la realidad. Una tensión que explota en una parte final desgarradora, tan real que duele. Como no puede ser de otra forma, el final queda abierto. Porque así es la vida, un guion abierto en el que casi nada es definitivo.
Manuel Barrero Iglesias
8. Her (Spike Jonze. Estados Unidos, 2013)
Lo primero que sorprende de Her vista con la perspectiva de los años es su capacidad para apelar a diferentes sensibilidades según el momento vital en el que uno se acerque a ella. En 2013 el futuro deshumanizado que nos presentaba Spike Jonze para enmarcar su inesperada historia de amor nos parecía tan cercano como el hastío vital de los protagonistas a la hora de encarar sus propios sentimientos. Ahora, con una pandemia mundial de por medio, las relaciones personales se han vuelto aún más distantes, pero irónicamente, la perspectiva del filme resulta más esperanzadora, como un incesante ciclo en el que hay que pasar por lo malo para llegar a lo mejor.
Otro aspecto que también queda reforzado en sucesivos visionados es el posible error que supone interpretarla como una película “de guion”. Es cierto que el libreto escrito por Jonze podría ser el corazón del conjunto, pero indudablemente el empaque formal lo eleva a la categoría de obra mayor. Tanto la fotografía, el diseño de producción, la banda sonora o la propia dirección nos conducen recurrentemente a un Joaquin Phoenix convertido en prototipo de individuo postmoderno, aislado por las circunstancias pero deseoso de algún tipo de contacto; como mucha gente en la actualidad. Y es esa capacidad de transformación y adaptación a las necesidades del espectador durante el paso del tiempo, lo que hace de Her una de las películas (si no la que más) con mayor significación de la década.
Sofia Pérez Delgado
9. Boyhood (Richard Linklater. Estados Unidos, 2014)
Mi segunda película favorita de estos diez años en realidad es una película -en su mayor parte- de la década pasada. El año de producción de Boyhood es 2014, pero su rodaje transcurrió entre 2002 y 2013. Antes de su estreno el film ya era todo un acontecimiento debido a esta insólita forma de trabajar. Sin duda, un hecho determinante que se acerca a lo milagroso. Lejos de ser un capricho o una excentricidad, Linklater muestra su más absoluto compromiso con una manera de entender el cine y la vida. No hay otra manera posible -aparte de la animación- de contar el recorrido vital de un niño de seis años hasta llegar a la universidad en una sola película. Ni siquiera tener a varios actores para un mismo personaje, solución claramente insuficiente y muy poco satisfactoria. La paciencia y el empeño del director consigue uno de los hitos fílmicos más destacables de este siglo. Sí, la forma en la que se rodó resulta determinante para que así sea.
Pero Boyhood va mucho más allá de su propuesta conceptual, resultando asombrosa la coherencia con la que está vertebrado un relato filmado durante más de una década. Así como la capacidad para captar la esencia de su personaje retratando tan solo algunos breves momentos -más o menos significativos- de cada año de su vida. Su personalidad, sus pensamientos, sus sentimientos, su evolución... todo está perfectamente dibujado en lo filmado. Pero también en las elipsis, un elemento tan -o incluso más- fundamental en la construcción de los personajes, y que el director maneja con absoluta precisión.
Y luego está el tiempo. Richard Linklater es el único director que tiene dos películas dentro de nuestro Top 10, y en ambas tiene un peso primordial el paso del tiempo. En este sentido, no hay mejor forma de cerrar el film que esa última conversación rematada con el "Es como si siempre fuese ahora mismo". Efectivamente, Richard.
Manuel Barrero Iglesias
10. Mad Max: Fury Road (George Miller. Australia, 2015)
Si antes del estreno de Mad Max Fury Road me hubiesen preguntado cuál era la mejor película de acción de todos los tiempos, seguramente hubiese dudado, optado varias opciones o dado respuestas distintas dependiendo de qué películas hubiese tenido más recientes. Tras su estreno, ya no tengo dudas, Mad Max Fury Road es mi película de acción favorita de todos los tiempos sin duda alguna.
En un momento en el que las grandes producciones abusan en exceso de los efectos especiales y parece que el objetivo es siempre el conseguir algo más grande, este director setentón se marca un espectáculo con mayúsculas en el que casi todo lo que ves sucede en realidad, una cinta adrenalínica, no carente de mensaje, que te atrapa desde el minuto cero y que no te suelta hasta que aparecen los créditos finales. Una película que, al contrario de lo que le pasa a la mayoría de las superproducciones, mejora con cada visionado, volviéndose más disfrutable que la primera vez y por la que no pasan los años.
Podría parecer que el nombrar a una película de estas características como la mejor de lo que va de siglo se tratase de una mera estrategia para diferenciarse de los demás, para ir de original y llamar la atención, pero nada de eso. La última entrega de Mad Max hasta la fecha, es por méritos propios un ejercicio cinematográfico mayúsculo que aúna lo mejor del cine de calidad y de entretenimiento, y eso es algo de lo que muy pocos pueden presumir.
David Sancho
11. La llegada (Denis Villeneuve. Estados Unidos, 2016)
En esta cinta encontramos un ejercicio absolutamente maravilloso del director canadiense, como ya nos tiene acostumbrados, y que además le trajo una segunda nominación (tras Incendies; que fue nominada mejor película extranjera en el 2011), como director en el 2016.
Lo primero que vemos en una pantalla es la imagen; y la fotografía desaturada de Bradford Young es muy bella. Su suavidad nos atrapa y se combina con unos efectos visuales que se aplican de forma muy específica y sin regalarse más allá de lo necesario. Esta desaturación permite jugar además con colores brillantes que filtran escenarios completos o que resaltan objetos específicos; de forma que los carga de significado. Los azules nocturnos de incertidumbre o soledad, o los naranjas de las escafandras, que indican precaución y acción al mismo tiempo, serían dos buenos ejemplos.
Por otro lado tenemos el planteamiento de la historia. El director nos muestra, con toda intención, solo las cartas que el quiere mostrar en cada momento; de forma que los giros de guión sorprenden en su buena ejecución (aunque alguno pueda ser previsto por el cinéfilo más curtido).
Además aborda de una forma completamente distinta y creativa ese primer contacto con otra raza extraterrestre, que tantas veces hemos podido ver en la pantalla grande, y que podría por tanto cansarnos o colocarnos en un terreno más que trillado, pero que Villeneuve y Heisserer (basándose en la historia de Ted Chiang) han sabido presentar desde un foco muy novedoso, más “realista”. Sin olvidar dejarnos más de una reflexión interesante sobre la condición humana (algo que, en mi humilde opinión, siempre suma en películas que abordan la ciencia ficción)
Las naturales y sentidas interpretaciones de Adams y Renner y la forma en la que el director decide usar la cámara hace que incluso, en el tempo externo pausado en el que discurre, estemos pegados a la pantalla y se termine de redondear en “ovalado” esta perspectiva tan diferente y especial sobre la comunicación y el tiempo.
David Cebolla
12. Frances Ha (Noah Baumbach. Estados Unidos, 2012)
Hay una escena en esta película que se nos quedará pegada a la retina durante mucho tiempo: una chica baila, corre y salta al ritmo de 'Modern Love' de David Bowie: Atrás quedaron los mediocres protagonistas de high schools y slashers; el joven norteamericano del cine actual está más cerca del cosmopolitismo europeo que de sus propias raíces y sus andaduras giran en torno a una búsqueda de la identidad, o -como en este caso-, en su ausencia. Bajo el inconfundible e intencionado fantasma de la Nouvelle Vague, la frescura de la película de Baumbach reside en su sintetismo: un momento cualquiera de la ensoñadora juventud de una chica. Solo que no es un momento cualquiera, sino el punto de inflexión del triple salto mortal de la inmadurez a la vida adulta de una protagonista con una obstinada capacidad de negación.
Frances Hallaway trata de visitar un París fetichizado que solo existe en su mente, otorga una dimensión casi utópica a su amistad con su mejor amiga, y va dando tumbos de casa en casa, de trabajo en trabajo, de fracaso en fracaso. Una concatenación de instantes frustrantes es el leiv motiv de una trama que triunfa simple y llanamente por conseguir la máxima expresividad sin por ello caer en el patetismo. Una radiografía de la inseguridad y la vulnerabilidad de quien que se acerca por primera vez a las fauces de la vida real; un film incompleto, imperfecto, con una metáfora humilde por bandera, cuyo acierto es sin duda la milimétrica espontaneidad de la reina del mumblecore Greta Gerwig y su total simbiosis con el personaje. .
Irene Galicia
+1. Twin Peaks: The Return (David Lynch, Mark Frost. Estados Unidos, 2017)
Una serie de
televisión sobre los monstruos que habitan en las entrañas de un pequeño pueblo
maderero, aparentemente congelado en el tiempo, volvió a las pantallas en 2017.
Había pasado un cuarto de siglo desde su segunda temporada y once años desde
que su creador, un director de cine complejo y de culto, había estrenado su
último largometraje; faltaban solo unos meses para que estallara el movimiento
MeToo y tres años para que llegase la peor pandemia mundial en un siglo.
El estreno de
cada uno de sus capítulos, con cadencia semanal, congregó a una audiencia fiel
y ruidosa, aunque numéricamente escasa; multitud de reacciones y de análisis y
un entusiasmo sin medida expresado a través de las redes sociales. Su compleja
apuesta formal fue interpretada de las más diversas maneras; las pistas que
conectaban algunos de sus detalles con los más abstrusos y laberínticos
pliegues del universo de David Lynch fueron desentrañadas con pasión; pero la
literalidad de su argumento (las consecuencias de la violación y asesinato de
una adolescente por su padre) fue, en cambio, situada en un segundo plano.
Cuatro años y unos cuantos sucesos significativos después, sentimos que en esa
recepción había un cuadro fiel del espíritu y los límites de nuestro mundo
antes de todo esto; sin embargo, en ese pueblo fantasma, moralmente
aniquilado, con la desesperanza latiendo entre sus ruinas, habitaba lo que nos
tocaría vivir, entre el miedo, la incertidumbre y la tristeza, unos pocos años
después.
Mario Iglesias
Gracias Manolo por darme la posibilidad de escribir en tu página y participar en este aniversario. La última década ha sido maravillosa en cuanto a películas y grandes directores que han repetido película merecedora de entrar en un TOP10. Gran década.
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