Por Luis Suñer
Desde el pasado 26 de febrero
hasta el 7 de marzo, pudimos disfrutar en España por primera vez del Japanese
Film Festival Plus (JFF Plus). Un certamen que nació con la idea de exponer el
cine japonés fuera de sus fronteras en 2016 y que gracias a Fundación Japón
hemos podido visualizar desde nuestras casas.
En tiempos de pandemia, donde la exhibición online se ha convertido en algo casi habitual, los fans más
acérrimos del cine nipón hemos podido explorar cintas que no suelen llegar a
nuestra tierra.
Actualmente, estamos
acostumbrados a que a salas comerciales solo nos lleguen las películas de los
grandes directores de siempre, véase Hirokazu Koreeda, algunas de Yoji Yamada y
desde hace unos años, las obras de Naomi Kawase. También cintas de animación de
grandes franquicias, si bien es justo señalar que obras independientes y más
autorales del género también nos llegan normalmente de mano de Selectavision.
Por su parte, las plataformas online como
Filmin nos traen también películas de autores reconocidos en los circuitos de
festivales pero que no llegan a las salas comerciales, como pueden ser
directores del calibre de Sion Sono, Takashi Miike (salvo First Love, que se estrenó en cines tras el confinamiento), Takeshi
Kitano o más recientemente Ryûsuke Hamaguchi.
En su faceta más densa, JFF Plus nos sorprende con 0.5 mm, impactante segundo largometraje de Momoko Ando, protagonizado por la magnífica Sakura Ando (Un asunto de familia, Love Exposure), y que si bien nos conmovió con A Piece of Our Life (2009), ahora nos sume en la soledad, la violencia y la bondad entre la juventud y las personas de avanzada edad. Por su parte, Tremble All You Want (2017) de Akiko Ohku, sigue la estela de la inadaptación social, utilizando los recursos cinematográficos, reconstruyendo géneros dentro de la metaficción, abrazando el romance y hasta el musical. Quizás estemos, con permiso del clásico de Yasujiro Ozu que también se mostró en el festival, El sabor del té verde con arroz (1952), ante las mejores obras que pudimos disfrutar durante esos días.
Por otro lado,
también vimos cintas que, buscando empatizar, anteponen la emoción a la
realización. Buscando recursos que quieran ahondar emocionalmente en el
espectador, aunque su resultado final en la
gran pantalla no despierte mucho interés ante quien busque un cine más
parecido al que comentábamos en el anterior párrafo. Aquí encontraríamos obras
como Railways (2010) de Yoshinari
Nishikôri, una suerte de feel-good movie
en la que un salaryman deja su
estresante trabajo en la gran ciudad y se muda a su aldea natal para ser
maquinista. Filme colorido, abrumado por su constante banda sonora, que se vive
con simpatía pero sin demasiado interés. En la misma sintonía de abrumar al
espectador se encontraría One Night
(2019) de Kazuya Shiraishi. En este caso, presentando un reencuentro familiar
marcado por la violencia del pasado y abusando de la intensidad interpretativa
de sus actores.
Un escalón por
encima de estas últimas propuestas, estarían cintas más serias y sosegadas, de
narración uniforme, sin aspavientos ni estimulaciones formales, pero efectivas
y disfrutables. Véase casos como A Story
of Yonosuke (2013), una cinta de larga duración de Shirô Maeda que explora
la juventud universitaria y el amor. En esta línea de buen hacer, podríamos
ubicar también de The Great Passage
(2013) de Yuya Ishii, en la que un joven inadaptado se vuelca junto a su equipo
en la elaboración de un gran diccionario durante 15 años sin cesar. Por su
lado, Little Nights, Little Love, de
Rikiya Imaizumi, apuesta por una propuesta romántica que juega a incorporar
numerosos personajes y dar un salto en el tiempo. Una película correcta que
logra crear cierta empatía con el espectador. Cine comercial que no cae en
torpezas de guion y demuestra que hay un trabajo de escritura detrás que no
subestima en ningún momento a su público.
En lo que a la
animación se refiere, salvo alguna excepción, se ha enfocado en el público
adolescente y adulto. Cabe destacar entre sus cortos, el ¿mediometraje? Tokyo Marble Chocolate (2007) de
Naoyoshi Shiotani. Se trata de una OVA, película de dos episodios que se
comercializó directamente en formato doméstico en Japón. Una obra romántica de
gran originalidad y que explora las posibilidades e infinidad de sentimientos
que pueden utilizarse desde la animación. Una de las obras magnas del festival.
Y para acabar, en su faceta más comercial, encontramos dos musicales a cada cual más distinto. Por un lado, tenemos Lady Maiko (2014) de Masayuki Suo, una suerte de My Fair Lady nipona difícil de comprender fuera de sus fronteras. Y lo es porque la cinta aborda la historia de una joven que quiere convertirse en maiko, es decir, aprendiz de geisha, en el centro neurálgico de la tradición a día de hoy como es Kioto. Resulta complejo comprender como una cinta con un ideario tan machista, conservador e identitario se puede vender de manera divertida, repleta de canciones y colores. Una obra que nos ayuda a comprender la realidad japonesa, pero a la que resulta complicado sumarse. Por su parte, mucho más moderna y divertida es Dance with Me (2019) de Shinobu Yaguchi. Comedia sin complejos que nos muestra la historia de una oficinista que odia los musicales y por error es hipnotizada para sentirse la protagonista de uno de ellos en el mismo momento en el que escucha algo de música. El contraste entre lo que ella siente al bailar y la realidad resulta desternillante. Una película amable y divertida, plagada de energía. Cine de la felicidad en estado puro.
Podemos concluir
pues, que tras más de una semana de cintas niponas de todo tipo, hemos
descubierto ciertas obras que de otra manera, hubiese sido imposible disfrutar.
Una experiencia enriquecedora que esperemos que, para los próximos años,
podamos seguir disfrutando.
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