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lunes, 28 de septiembre de 2020

Crónicas: Festival Toronto 2020 (XII)

 Por Paulo Campos


Nuevo orden (Michel Franco. México-Francia, 2020)

A Franco le va el cancaneo, a Michel Franco también. Sus películas más aclamadas como Después de Lucía o Chronic o Las hijas de Abril son de una intensidad de las de Trankimazin mañanero. Esta película no rehuye el ansia de convertirse en polémica, en dar que hablar, para bien o para mal, y obediente de mí, a ello voy.

Digamos que la película nos presenta una distopía (que palabra tan chuli y lo mucho que nos va el ponerla en cualquier texto). En una boda de alto copete (que se decía antes) pululan los ricos mexicanos con su coches, calles cortadas, relojes y pasta a montón, pero de pronto los de abajo entran para ponerlo todo patas arriba y derivar en un golpe de estado sui generis donde la condiciones humanas brilla por su ausencia.

La propuesta es muy interesante y Franco comienza dibujando muy bien a los personajes, la matriarca, la hija solidaria, los pobres que alienados por su condición sirven sin rechistar a los ricos... Pero en cuanto la fiesta empieza (en todos los sentidos) aquello se va de madre y ya nada importa. Al superdirector le mola más provocar, ser cruel con todo hijo de vecino y, por supuesto, mostrar todo todito todo para ver qué chungos somos los seres humanos, por si necesitábamos que nos lo dijeran aun más.

Que no me ha gustado, coño. Que la dirección de Franco no me ha convencido y esa manera de provocar reacciones a lo bruto es eso, a lo bruto. Un poco en la línea de The Painted Bird, donde a cada fase que pasas hay una atrocidad mayor para comprobar hasta donde se extiende tu límite. No negaré que es un ejercicio de estilo y que quizá sea una de las película que alaben los críticos tildándola de necesaria, valiente... para mí es cruelmente innecesaria. ¿En serio necesitamos ver ejecuciones sumarias o violencia hasta el extremo con todos los personajes para darnos cuenta que la sociedad actual está podrida de mierda?

Lo dicho, una película que polariza, a mí hacia el lado del no, pero que ya está recibiendo muchas alabanzas y probablemente ofrezca a Franco alegrías en premios y en taquilla. Un ejercicio ególatra de enseñar que la crueldad en pantalla siempre tendrá sus adeptos.


Penguin Bloom (Glendyn Ivin. Australia-Estados Unidos, 2020)

Qué mala suerte con los viajes tiene Naomi Watts, si hace unos años un tsunami le arruinaba las vacaciones en Tailandia, o un mono gigante no le permitía disfrutar de una isla misteriosa, ahora es una barandilla traicionera la que hace que vuelva de un viaje de placer en silla de ruedas. Las otras dos la pusieron en el mapa de los premios por sus sufridas interpretaciones (la verdad es que la de King Kong la sufrí yo más, que no me gustó nada) y sobre el papel hacer de paralítica siempre es un punto a favor para volver a los premios.

Dudo mucho que funcione. Pero dejadme presentar la película, porque no tiene desperdicio y lo voy a hacer a lo bruto, pero sincero. Es un telefilme (en aspiraciones, interpretaciones y resultado) sobre la Familia Bloom, que después de sufrir la madre la tragedia de quedarse paralítica debe acostumbrarse a la nueva vida. Pero un pájaro herido aparece en sus vidas y, adivina adivinanza, al principio no, pero luego sí la madre lo quiere y la lesión del pájaro es una metáfora de la de la madre (¡¡¡tachánnnnn!!!).

Está claro que la intención de toda la película es la de mostrar a Watts en un papel jugoso, ella está como en dos universos, aquel en el que todavía parece que se cree que la película vale para algo y ella está enérgica, positiva y convencida de su interpretación; y luego hay escenas en las que claramente se la ve desilusionada y hasta las ruedas de la silla, pero no me refiero al personaje, sino a la actriz. Una intensidad que va y viene como supones que las llamadas con su representante (si es que todavía es el mismo que le dijo de hacer esto)

A ver, sabéis como me pongo, para eso me traéis, la película se ve, en una tarde de sábado con tormenta, es ideal, pero nada más, ni para un festival cutrillo es digna y menos para uno con aspiraciones a premios. Una pena, porque ya me veía yo a la Watts luchar por un Satellite Award, pero mucha campaña voy a tener que hacer para que sólo rasque algo en la Academia australiana. (mira que si me equivoco y ahora, con el percal que hay es una de las fijas en el quinteto Oscar, vaya año de cine sería)


76 Days (Hao Wu & Weixi Chen. Estados Unidos, 2020)

En lo que respecta a este documental podría atajar el artículo en dos líneas y contaría bien todo lo que tengo que decir, y a vosotros se os haría más corto y estaríais más contentos, porque esos 76 días son los que los directores plantaron las cámaras en el hospital de Wuhan para contar de forma tan objetiva como áspera como es el inicio de una enfermedad que no se sabe de donde viene pero que, desgraciadamente, nosotros ahora sí sabemos hasta dói,nde llega.

Es tener las cámaras como si esta gente se oliera algo y supieran que el Coronavirus nacía ahí pero era mucho más. Las relaciones entre los sanitarios (ya desbordados por una enfermedad que saben contagiosa pero poco más) y los pacientes (desnortados, sufrientes) y las familias (dolientes por no saber porqué se están yendo sus seres queridos y ni siquiera pueden despedirse).

Es un ejercicio de objetividad, no hay apenas entrevistas directas, las cámaras se apostan en los pasillos de los hospitales y recogen sin mediaciones de ningún tipo lo que se vive en el hospital. Es verdad, y parece increíble, que apenas unos meses después mucha de la información que se da quede ya caduca, hoy sabemos mucho más que los que aparecen en cámara, vemos cosas que parecen absurdas, pero eso quiere decir que aprendemos, a fuerza ahorcan que se dice en mi casa. Pero sí, como el nacimiento de lo que viene es un documento impagable. Quedará como la curiosidad del “cómo empezó todo”.

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