Por Paulo Campos
Pasearse por la SEMana INternacional de CIne de Valladolid (de ahí Seminci, nada de italianizarlo con se-min-chi, de nada) son todo ventajas. Conoces -con la alternancia de sedes- el centro de la ciudad, con sus respectivos locales para hacer parada entre peli y peli, que si torreznos, sepia o bacalao frito, que es lo que le da calidad a la película. También conoces el pasado y el presente de la crítica cinematográfica. Y digo el pasado con cariño, porque por aquí se saludan a auténticos mitos de la crítica española que aún siguen al pie del cañón y se funden con las nuevas hornadas. Sólo con su presencia en las salas se ve la diferencia de forma de trabajar, con la libertad que te da la veteranía de irte a los diez minutos de película sabiendo que ni tus jefes, ni tus lectores ni, por supuesto, tú mismo te van a reprochar nada, mientras que las nuevas generaciones dependen de unos jefes que te mandan a hacer el trabajo de dos o tres y ni puedes disfrutar de una película tranquilo porque miras el reloj a ver si vas a llegar tarde a la entrevista con el famosillo de turno. En el medio de todos ellos estoy yo, que tengo el suficiente aguante para no irme de la sala y además no tengo prisa porque mi jefe no me maltrata con el látigo, que no digo yo que igual si lo hace todo sería mejor, y por eso puedo resumir mi estancia de la forma que me dé la gana.
La edición de este año presentaba, a priori, una sección oficial ya de contrastado recorrido. Muchas de las pelis pasaron por festivales de más renombre y algunos estrenos mundiales se reservaron para presentarse aquí, lo que puede ser un arma de doble filo. Porque puede ser por fechas o porque no te han querido en ningún otro sitio. Más de una parece que se une a esta última aseveración, desgraciadamente. Tengo varios objetivos para esta semana. El primero es verme toda la sección oficial los días de estreno, el pasado año sólo tuve que ver una película fuera del horario, recuperándola pagando la entrada en un cine de Valladolid (no me quejo, debo y lo hago con gusto, por si alguien se ofende) y resultó ser Genese, la ganadora de la Espiga de Oro, mejor dirección y mejor actor. Puntería. El segundo objetivo es recuperar alguna de las película españolas que me quedaron en el tintero porque no llegan a los cines de mi ciudad (aprovecho este espacio para darles las gracias a Numax por reabrir los únicos cines que quedan en Ferrol y afortunadamente optar por la versión original. Gracias, gracias, gracias). Y por último, el tercer objetivo, el más ambicioso, ver la máximas candidatas a mejor película internacional en los Oscar de este año, que por algo son mi terreno y no caer desde septiembre en que el premio debe ser para Parasite sin ver a su competencia. En esta edición de la Seminci podré ampliar en una media docena las vistas.
El primer día la gente acudía esperanzada por la película de inauguración. Es Intemperie de Benito Zambrano, que recuerdo casi inventó, para muchos, el cine en aquel año de 1999 cuando arrancó su carrera con Solas, de la que le va a costar toda una carrera recuperarse. Porque siempre va a compararse, y casi siempre salir perdiendo. Una adaptación de una novela famosa de Jesús Carrasco, con actores como Luis Tosar, Luis Callejo o Vicente Romero tenía todas las papeletas para gustar. Y, bueno, digamos que ha habido de todo, el público, como suele pasar, la ha acogido mejor que la crítica, por lo menos la mía, y esta suerte de western hispano de polvo y hambruna ha pasado la criba. Un poco le sucedió el pasado año a Tu hijo, en las mismas circunstancias de estreno, que inexplicablemente gustó a alguien. La película está bien dirigida, los actores se desenvuelven, la técnica es buena, rozando el notable en su fotografía y diseño de producción, entonces ¿qué falla? Pues lo que mantiene la película, el guión, una adaptación sin alma, con una creación de personajes absolutamente deficiente, unos malos malísimos, unos buenos buenísimos, sin más que el "porque sí". Además, un final atropellado, previsible y poco lucido en pantalla hicieron que no disfrutara demasiado de la experiencia inaugural.
Pasando los días, y dejando las oscarizables para otro artículo, vi como una psicoanalista francesa con aires de superioridad regresaba a Túnez para ofrecerse a ayudar a sus vecinos, a cada cual más cliché andante en cuanto a trastorno o necesidades psicológicas. Algunos toques de humor logrados, aunque mucho forzado para una película que se ve pero que le falta mucho para una sección oficial. Aún así, Un divan à Tunis figuraba entre las elegidas. También vi, con más acierto, como unos búlgaros instalados en la Inglaterra del Brexit mantenían disputas por un gato que se instala en la pared de su casa, al tiempo que se les ponen las cosas difíciles para conseguir trabajos acordes a sus estudios, tasas y más tasas y mucha dignidad moralista de rechazar ayudas sociales. Este Cat in the wall sí es una película destacable, por el momento, por mostrar la realidad del Reino Unido actual, donde las clases bajas ven a las media desde cada vez más abajo en el hoyo y encima votando con las tripas con indigestión en vez de con la cabeza. Primera peli cuyo guión no me importaría ver en el palmarés.
Mención aparate merece mi visionado de La hija de un ladrón, de esas que recupero, o más bien, puedo ver antes de su estreno. No está en sección oficial sino en Spanish Cinema, y me alegro de haberlo hecho. En pocas palabras, me ha gustado mucho. Es una película dura, ahora que está muy de moda la frase “un película en la que me gustaría quedarme a vivir”, pues eso, pero al contrario. Real, sencilla, dura como la vida y en definitiva un golpe al estómago al ver reflejada mucho de la sociedad actual en esas dos horas. El paro, la precariedad, la montaña que tiene que superar la clase pobre para dejar de serlo, sin arneses, sin cuerdas y con las laderas cada vez más empinadas, la soledad, la mierda de vida que mucha gente está llevando a nuestro alrededor y que continuará a peor porque nadie hace nada, ninguno hacemos nada, todo estamos metidos. Y el triunfo, no sólo de Belén Funes, su directora, sino de una actriz inmensa como Greta Fernández que se hace con el personaje femenino del año. Acompañada de Eduard, su padre, conforman una de las parejas familiares más perfectamente imperfectas del último cine español. No os la podéis perder, porque estamos ante, una nada casual comparación, La herida del 2019
Finalmente os hablo de que también hay sitio en la Oficial para un Roy Andersson islandés, que ha decidido presentarnos la vida en Islandia a modo de sketches con el único enlace de la preparación de la navidad en la isla. Concretamente 58 trocitos de puzzle que si bien, no encajan perfectamente, si logran el objetivo básico de acercarte en un ratito a la vida actual islandesa, Echo, que así se llama la película, o más bien la pieza de museo de arte contemporáneo nórdico, que a mí me ha resultado atrayente, ha suscitado más bien proclamas en contra en el Calderón.
Hasta aquí mi primer paseo por Valladolid, habrá más y habrá un especial precandidatas al Oscar de peli internacional o extranjera si vivís en el 2018. ¡Saludiños guapas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario