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domingo, 8 de septiembre de 2019

Críticas: Érase una vez... en Hollywood

7/10
Once Upon a Time... in Hollywood (Estados Unidos-Reino., 2019). 
Dirección y guión: Quentin Tarantino.
Intérpretes: Leonardo DiCpario, Brad Pitt, Margot Robbie, Emile Hirsch, Margaret Qualley, Timothy Olyphant, Julia Butters, Bruce Dern.
Fotografía: Robert Richardson.
Montaje: Fred Raskin.
IdiomaS: Inglés, italiano, español.
Duración: 165 minutos.


El cine es un cuento

Por Manuel Barrero Iglesias


En un momento clave de Érase una vez... en Hollywood, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) mantiene una profunda conversación con Trudi (Julia Butters), una actriz infantil con la que comparte rodaje. La niña muestra una madurez inhabitual para alguien de su edad, mientras que Dalton se desmorona en sus inseguridades, algo que le sucede en varias ocasiones durante el metraje. Para lo bueno y lo malo, Hollywood es un monstruo de múltiples dimensiones. Una de ellas fuerza a los jóvenes para que se conviertan en adultos antes de tiempo, mientras infantiliza a unos adultos constantemente sometidos al escrutinio popular. El film es, entre otras muchas cosas, un sentido homenaje al oficio actoral. Hemos hablado de la vulnerabilidad que muestra el personaje de DiCpario, pero no se queda atrás la Sharon Tate de Margot Robbie. Aunque la suya es mucho más pura. Sus ojos en la sala de cine son los de una niña llena de ilusión e inocencia. Ambos son dos de los personajes que con más cariño ha retratado el director en su carrera, sino los que más. 

La película es pura nostalgia, dando vida a una época que el director no vivió con plena consciencia (tenía seis años en el año durante el que el transcurre la acción), pero que siempre ha añorado. La idealización de aquella época dorada se mezcla con la tristeza por el fin de la misma. No es de extrañar el minucioso trabajo de producción, con cada elemento cuidado al detalle. Si toda la filmografía de Tarantino es una continua veneración al cine, aquí ese homenaje se hace al fin explícito. Solo Death Proof (2007) había jugado con lo metacinematográfico; tanto en su propia concepción como en el protagonismo de los dobles de acción, figura que vuelve a ser reivindicada de forma contundente gracias a Cliff Booth (Brad Pitt). Un auténtico regalo de personaje al que el actor entrega todo su carisma.
Es el duo DiCaprio-Pitt el que sostiene un film que se detiene en la soledad de Hollywood. El primero protagoniza los momentos más emotivos, mientras el segundo se hace con los más memorables. Entre ellos, aquel en el que llega al poblado de la secta Manson. Sin dejar de lado el siempre recurrente western, la secuencia está construida con los códigos del terror (por favor, queremos ver a Tarantino meterse de lleno en el género), manejándolos a la perfección. Como ya es habitual en su cine, los momentos se alargan, recreándose en el placer de dirigir. Solo el espectador impaciente será incapaz de disfrutar con el exquisito juego de dilación que el autor cada vez domina con más maestría. No está el problema de Érase una vez... en Hollywood en esos supuestos "tiempos muertos", sino en el algunos otros que pretenden ser deslumbrantes, pero a los que les falta la inspiración suficiente (como paradigma, el momento Bruce Lee).

Hay algún otro asunto problemático, como el tratamiento de los personajes femeninos. La poca profundidad de Sharon Tate la podemos entender, en ese homenaje reverencial que construye un personaje etéreo, casi angelical. Más complicado es lidiar con los sentimientos que crea el personaje de Margaret Qualley, llegando a resultar incómodo en algún momento. Desde luego, ese viaje en coche con Cliff Booth está lejos de seguir la moda que impone Hollywood respecto a las relaciones hombre-mujer. En cualquier caso, ya hemos hablado de la dualidad que está presente durante toda la película. Tarantino idealiza, pero es plenamente consciente de la mentira que supone esa idealización. Y esa continua fricción enriquece una obra que queda definida por su melancolía, sentimiento que llega a su punto álgido cuando aparecen los créditos finales. Ese desenlace feliz que no es tal. El título del film ya lo deja claro, estamos ante un cuento. Y como tal, lo disfrutamos en su magia y su liberación catártica. Pero cuando se encienden las luces, la realidad sigue ahí.



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