Pájaros de verano (Colombia-Dinamarca-México, 2018).
Dirección: Ciro Guerra, Cristina Gallego.
Intérpretes: Carmina Martínez, José Acosta, Natalia Reyes, Jhon Narváez, Greider Meza.
Guión: Maria Camila Arias, Jacques Toulemonde
Música original: Leonardo Heiblum.
Fotografía: David Gallego.
Montaje: Miguel Schverdfinger.
Idiomas: Wayú, español, inglés.
Duración: 125 minutos.
El precio del poder
Por David Sancho
El narcotráfico es un tema que está
de moda en el mundo audiovisual, y el cine mafioso es el que nunca ha
pasado de moda. Pájaros de verano une ambas temáticas y le añade
algo de exotismo y misticismo.
Se trata de la historia de una familia
aborigen colombiana que vive en el desierto de Guajira y que se ve
inmersa en el negocio de la marihuana para poder satisfacer las
necesidades del pueblo estadounidense en los 70, a la vez que se
enriquecen rápidamente. Acostumbrados a vivir de manera modesta, la
llegada de tanto poder y dinero hará que sus vidas y costumbres se
vean trastocadas, especialmente con la llegada de la violencia.
Culturas con costumbres muy férreas,
con códigos morales que hasta el momento parecían inquebrantables y
con un modo de vida modesto, tienen que manejar un negocio de
millones de dólares. Y el resultado es el mismo que sucede cuando se
da en otras culturas o épocas, llegan las traiciones, las
desconfianzas y la muerte.
Estructuralmente no dista demasiado de
cualquier otra película de este tipo. Se basa en hechos reales y
cuenta la historia del ascenso de una familia dentro del negocio de
la droga y su descenso a los infiernos. Por lo general, el hecho de
utilizar estructuras mil veces usadas suele ser un elemento que
genera hastío en el espectador y que resta impacto a las películas,
pero en este caso, al estar todo tan bien adornado, la verdad es que
se pasa bastante por alto.
Visualmente es una película
fascinante, especialmente en sus primeros minutos, y para el
espectador que sepa poco acerca de esta cultura, todo resulta
misterioso y fascinante. Las costumbres y supersticiones de estos
aborígenes tienen un gran peso dentro de la trama y le aportan una
riqueza a la película que no se encuentra en otras del mismo género.
La película no se occidentaliza en exceso, sigue su propio camino
salpicando todo el metraje de folklore del lugar y el resultado es
más que satisfactorio.
La película tiene ritmo, respira
verdad y consigue entretener al espectador durante sus dos horas de
metraje. No es una película que revolucione el género ni mucho
menos, pero sí que consigue disfrazarlo lo suficiente como para
hacernos creer que estamos ante algo nuevo. Una película que puede
disfrutar tanto el amante del cine de género como espectador más
pretencioso, lo cual no siempre es fácil.
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