Por Víctor Garijo
Acabada la lectura de la colección comiquera Las aventuras de Tintín y todavía en shock al descubrir que Laika no había sido el primer cánido en viajar a la Luna, salí a la calle con mi mirada circunspecta y mis latas de bebida isotónica,… ¡ojo, dejé el whisky! A mi parienta no le gustaba mi aliento después de una noche de farra, e intenten decidme otro motivo mejor pero, bajo sus amenazas siempre rectifico. Que sea parienta de King Kong, créanme que no ayuda. Nunca me gustaron las mujeres velludas y esta clama al cielo pero, ¡qué no haría por sus caricias, por sus tortillas y empanadillas, y por nuestras noches de barbacoa asando chuletillas!
Créanme lectores pero si para pagarle las facturas de la depilación por láser —y no se puede decir que vengan dando resultado—, tuve que vender mi Torino, es porque la quiero.
Nuestra historia de amor puede considerarse cualquier cosa pero para nada, bajo ninguna condición, admitiré que es convencional. Todo mi círculo me llamó tarado pero viéndola menear sus caderas, se me olvidó el arte de la mecanografía. En su pequeña granja, en mitad de la inconmensurable meseta —y donde ejercía de veterinaria—, instalé mi estudio de fotografía. Inmortalizar las choperas no era lo más pero por fortuna lavadle la cabeza en el riachuelo, siempre me ha puesto a cien.
A ella también que brama como si la berrea fuese diaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario