Por Víctor Garijo
Acabé por ceder, y me limpié las gafas al tiempo que mantenía mi silla a dos patas, —huelga decir que adoro el riesgo—, y en tanto y en cuanto pasé el pañuelo por los sucísimos cristales tres veces, estirando el brazo y rotando la gobanilla, abrí la puerta.
— ¿Cómo sabias que iba a llamar? —se atrevió a preguntarme Lauren, y sí, entre sus dedos índice y pulgar sostenía un cigarrillo. Se lo arrebaté y lo hice prender de mis labios. Fumé apasionadamente y ella, quien sostenía sus bártulos de pilates, rascándose una mejilla rojiza, me lanzó una mirada de astuta cazadora de leyendas. El brillo de su pupila agitó mi estomago. Ella lo escuchó manifestarse y sencillamente me besó.