Por Víctor Garijo
Escuchábamos a Sam Cooke cuando acaricias muy paulatinamente, jugando con la camiseta, mi hombro, y me giro para contemplarte. Estiras mis labios y dejándome arrastrar por tu alegría, diseñas una amplia sonrisa. Haciendo rotar sobre tu dedo índice un globo terráqueo me invitas a viajar.
«Querida amiga, querida Flaqui, el mundo nos pertenece,..», me atrevo a susurrarte y ante mis palabras, las que ambicionaban una profundidad de poeta demasiado esquiva, respondes lanzándome un arsenal de cojines que no logran amortiguar tu torrente de carcajadas: ¡qué más quisieran ellos!
En píe, sí, al fin, despejando mi flequillo con tus manos, ufano, oso a enredar en tus cabellos a la zaga de magia, mas magia eres tú. Sí, querida Flaqui, la magia es poder abrazarte allí donde estés.
Te atreves a besarme y de nuevo, otra vez, todas las leyes del tiempo se hacen añicos.
Nada importa cuando pestañeas; todo es posible cuando rozas levemente con tus alas de Campanilla cualquier mejilla.
Dedicado a todas mis Lauren Bacall, incluso a aquella que dejó New York para recaer en Bilbao, donde su Steve la esperaba consumiendo cigarros, navegando entre olas que solo en principio parecían imposibles.
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