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jueves, 20 de abril de 2017

Críticas: Stefan Zweig: Adiós a Europa.

8/10
Stefan Zweig: Farewell to Europe (Austria-Alemania-Francia, 2016).
Dirección: Maria Schrader.
Intérpretes: Tómas Lemarquis, Barbara Sukowa, Nicolau Breyner, Charly Hübner, Lenn Kudrjawizki.
Guión: Maria Schrader, Jan Schomburg.
Música original: Cornelius Renz Tobias Wagner.
Fotografía: Wolfgang Thaler.
Montaje: Hansjörg Weißbrich.
Idiomas: Alemán, inglés, portugués, francés, español.
Duración: 106 minutos.


La rebelión va por dentro

Por Sofia Pérez Delgado 
(La película del día)


La condición de judío del escritor austriaco Stefan Zweig, uno de los más exitosos de la década de los años 30 del pasado siglo, le llevó, con el auge del Nacionalsocialismo, a tener que exiliarse primero a Inglaterra en 1934, y más tarde a América, continente por el que había viajado para diversos encuentros y conferencias mientras su obra era prohibida en Alemania, estableciéndose en la ciudad brasileña de Petrópolis hasta su muerte en 1942. En Stefan Zweig: Adiós a Europa, la actriz y directora alemana Maria Schrader compone en capítulos concretos en cuanto a espacio y tiempo, a la manera que podría haberlo hecho Rainer Werner Fassbinder, una obra clásica traducida en modernidad y personalidad sobre los últimos años del autor, sin dejarse llevar por el sentimentalismo ni los tópicos del biopic o de la coproducción. Schrader sin embargo se distancia del maestro del Nuevo Cine Alemán en cuanto empieza a centrarse más en los personajes, transformando un filme social y político sobre el pasado del país germano examinado desde el presente, en un trabajo profundamente humanista.

Tras un prólogo en plano fijo (al igual que su epílogo), que ya expone una elaboradísima puesta en escena, Schrader nos sitúa en el Congreso de Escritores que tuvo lugar en Buenos Aires en 1936. Allí, Zweig, a través de su elocuente dialéctica, manifestara un sentimiento, si no antinacionalista, al menos de pertenencia universal al mundo. Su lucha quiere ser de carácter intelectual, basada en la escritura de sus libros, la única manera que ve posible para enfrentarse a la incultura del régimen nazi, lo cual le llevó a no criticar directamente desde la distancia algo que, según él, desconocía (al menos de primera mano). La segunda parada de Schrader será ya en Brasil, mostrado desde los ojos de Zweig, un punto de vista occidental, a ratos casi cómico, entrañable pero extranjero, con la cabeza y sobre todo el corazón muy lejos de allí.

La película solo nos va a ofrecer unas pinceladas sobre el carácter de Zweig, el cual queda sin embargo configurado gracias a la recreación que realiza el actor austriaco Josef Hader, conocido por su trabajo en comedia, pero que aquí se adapta al drama de un hombre en su relación con los acontecimientos que le han tocado experimentar, compartidos con los personajes femeninos más importantes de su vida, su exmujer y su segunda esposa, magníficas Barbara Sukowa y Aenne Schwarz respectivamente. En el tercer capítulo, el tramo más largo y teatral, que tiene lugar en Nueva York, Schrader parece realizar un homenaje al cine de Margarette Von Trotta (antigua miembro también del Nuevo Cine Alemán) de La calle de las rosas (2003), en la que la propia Schrader interpretaba a una joven judía residente en la ciudad estadounidense, e incluso de Hannah Arendt (2012), protagonizada también por Sukowa, que da vida con la misma fuerza al personaje principal de este episodio del filme.

La presión generalizada, las solicitudes de ayuda de otros refugiados menos afortunados que aún se encontraban en Europa y su existencia errante, acaban por hacer mella en el estado de ánimo de Zweig, que va de la esperanza en un futuro mejor (aunque no próximo) a un sentimiento de desarraigo y a un miedo insuperable a que el totalitarismo se adueñara de todo el mundo. Con un final que será sobradamente conocido para los seguidores de la vida y obra del escritor, el último acto de Zweig se puede entender realmente como su manera de rebelarse, de manifestar lo que el horror del nazismo provocó incluso a aquellos que tuvieron la suerte de vivirlo de lejos. El protagonismo del espejo en el epílogo no hará otra cosa que representar este reflejo de un tiempo ya pasado e irrecuperable.

Nos encontramos ante una obra quizás difícil de encajar, ya que aquellos que busquen en ella una biografía más convencional no van a ver satisfechas sus expectativas; mientras que su público adecuado, el que reclama una mutación dentro de los géneros más puristas, puede mostrar cierto rechazo hacia un aparente academicismo que no es tal. No hay que perder de vista este ejercicio revisionista que no solo nos ayuda a comprender la ruptura de la Europa de la época desde una nueva perspectiva, sino que también encara problemas actuales sobre los que Zweig especulaba. Un futuro (ahora presente), que le llevó a su trágico fin.  


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