Por Víctor Garijo
Querido amigo, entras en la biblioteca arrastrando unos pies descalzos que pese al frío reinante en el hotel, mantienes calientes, y en pijama de rayas te aproximas hacía la ventana. Entre las manos sujetas un libro que has releído una docena de veces buscando respuestas que todavía permanecen expectantes, sonriendo picaras, mientras con ese cigarro entre los labios y ese aire atemporal, las buscas incansable. Porque, y perdona que te lo diga, pero, ¡caray!, ambos sabemos que me lo perdonas todo, con frecuencia eres terco hasta rozar la completa incompetencia. Siendo tu amiga más coqueta, zalamera, juguetona e inspiradora, una noche más, llego hasta ti después de contemplarte de espaldas a la chimenea, te masajeo esos hombros hundidos en miles de devastadores recuerdos, te beso en las mejillas porque no soportarías un beso mío en los labios, y, sosteniendo una copa de coñac con dos pajitas insertadas, te invito, a dar un paseo. Aceptas pese a los grandes copos que caen, y de la mano, riéndonos, como dos desafiantes lunáticos, salimos al encuentro del Yeti.