Por Víctor Garijo
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Los gorriones que se posaron en el alféizar de la ventana se han comido los bocadillos que mi madre me ha ido llevando. Algunos olían a chóped, otros a sobrasada, a mí todo me da igual. Solo quiero escribir y no dejaré de hacerlo mientras el individuo que nos contempla esté a mi lado.
Sujeta cínico su mirada de buen hombre, la misma que solo unos cuantos privilegiados tenemos el gusto de conocer, y arrastrado por sus pasos descalzos, no deja de observarme. Él, que es un icono en un trabajo ha bajado sesenta años después de su fallecimiento de un Paraíso compartido con su Flaca para, silbarme al oído. Lo hace tranquilo, al tiempo que tres cigarros se consumen paulatinamente, al ritmo de los coletazos de mi Camarón, el alegre señor de los siete reinos.
Humphrey lo aúpa, lo mece en sus brazos, y al fin, girando la cabeza sesenta grado, posando los ojos en su silueta lo diviso como el padrino de toda un género literario.
Sí señor, Bogie, todo lo que ves es tuyo.
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