Arrival (Estados Unidos, 2016).
Dirección: Denis Villeneuve.
Intérpretes: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O'Brien.
Guión: Eric Heisserer, sobre el relato de Ted Chiang.
Música original: Jóhann Johánnsson.
Fotografia: Bradford Young.
Montaje: Joe Walker.
Idioma: Inglés, ruso, mandarín.
Duración: 153 minutos.
El lenguaje de la memoria
Por Sofia Pérez Delgado
En los últimos años, han surgido con
fuerza algunos trabajos que reclaman ocupar el puesto de la película
de ciencia ficción definitiva del nuevo siglo; paradójicamente, son
precisamente estos productos los que usan el género como excusa para
tratar temas personales, sentimentales o familiares, casi siempre
traumáticos, que afectan a sus protagonistas. Algo que no sería
necesariamente malo si se asumieran como tal, es decir, como dramas
algo afectados sobre el origen y el desarrollo de las emociones
incluso en las situaciones más extremas. Lo hemos visto en Gravity
(2013) de Alfonso Cuarón, o en Interstellar (2014) de
Chistopher Nollan, y ahora en La llegada (Arrival), de Denis
Villeneuve, que se puede incluir perfectamente dentro de esta
dinámica.
En cualquier ficción que implica la
llegada de seres desconocidos a la Tierra, hay una pregunta
fundamental que resuena sobre cualquier otra: ¿Qué quieren?
Partiendo de esta base, La llegada, basada en el cuento corto
de Ted Chiang La historia de tu vida, establece el lenguaje,
la comunicación con el otro, como elemento básico de cualquier
convenio que pueda establecerse. Un punto de vista diferente al
típico enfoque científico que suele predominar en estas historias.
Es por ello que la protagonista del filme, Louise (una siempre
competente Amy Adams), es una lingüista requerida por el ejército
cuando unas extrañas naves aparecen en distintos puntos del planeta.
No deja de ser
curioso que un argumento de este tipo lo lleve a cabo alguien como
Villeneuve, director reconocido en los últimos años por ser más
hábil a la hora de traducir las palabras en imágenes; de este modo,
como es habitual, consigue una obra irreprochable a nivel de efectos
visuales y sonoros, con momentos de gran intensidad atmosférica. Sin
olvidar que muchos de sus logros fueron ya alcanzados por Stanley
Kubrick casi 50 años antes, el canadiense no oculta las obvias
referencias a 2001. Una odisea del espacio (1968), partiendo
desde la misma evidencia de que las naves que llegan a la tierra
tienen forma de monolito. También se advierte su influencia en la
primera entrada en la nave, en la que destaca el espacio que deja a
los silencios y a los sonidos ambientales, utilizando la banda sonora
de Jóhann Jóhannsson solo en los momentos adecuados. Mientras que
para el prólogo y el epílogo, mucho más sentimentales, se escoge
el tema On the nature of daylight de Max Richter, Jóhannsson,
probablemente el compositor actual más versátil, realiza una
imprescindible composición basada más en secuencias cortas de
sonidos disonantes y voces corales que en melodías.
Los extraterrestres de la cinta no
conciben el tiempo como algo lineal, sino que entremezclan pasado,
presente y futuro; y del mismo modo, tras su contacto con ellos, la
cabeza de Louise irá generando imágenes que no dejan claro si son
recuerdos, proyecciones o premoniciones… En todo relato que trate
cuestiones de saltos temporales, hay que hilar muy fino para que no
haya incongruencias en los mismos, o al menos que no sean muy
evidentes, y es aquí cuando a La llegada se le notan las
costuras; además de una resolución del conflicto con los seres de
otro planeta que resulta muy descafeinada en comparación con la
importancia que se le da a la configuración de la historia personal
de la protagonista.
Por tanto, ¿por qué lo llaman ciencia
ficción cuando quieren decir melodrama? En La llegada, el
aterrizaje de los extraterrestres sirve simplemente como excusa para
desatar un, por otro lado muy emotivo, viaje a través de la memoria
y de las decisiones que tomamos, así como de sus consecuencias, lo
cual podría (y debería) abrir interesantes debates morales en torno
al libre albedrío, que sin embargo quedan en el olvido en favor de
una poética a lo Terrence Malick que ni a él mismo le funciona ya.
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