Se Dio vuole (Italia,
2015).
Dirección:
Edoardo
Maria Falcone.
Intérpretes:
Marco
Giallini, Alessandro Gassman, Laura Morante, Ilaria Spada, Edordo
Pesce, Enrico Oetiker, Carlo de Ruggeri.
Guión:
Edoardo
Maria Falcone y Marco Martani.
Música
original: Cralo
Virzi.
Fotografía:
Tommaso
Borgstrom.
Montaje:
Luciana
Pandolfelli.
Idioma:
Italiano.
Duración:
87
minutos.
Ay, señor señor
Por David Sancho
Su protagonista, Tommaso, es un
prestigioso cardiólogo, que, como buen hombre de ciencia, es ateo.
Un día su hijo le llega con la noticia de que quiere dedicar su vida
a la religión, lo cual para él resulta inaceptable. Desde ese
momento Tommaso tendrá que luchar entre sus convicciones liberales
que le llevan a querer que su hijo dedique su vida a lo que le plazca
y el miedo a que la desperdicie.
En medio de esta lucha interior conoce
a Don Pietro, un ex presidiario y moderno cura que ha influido en
gran medida en la idea de su hijo de abrazar la fe. Tomasso intentará
hacer cambiar de idea a su hijo y se verá envuelto en un sinfín de
despropósitos.
La película empieza muy bien. Con un
humor muy socarrón y cierta incorrección política, pero todo se
diluye rápidamente. El personaje principal es una especie de doctor
House, un médico con malas pulgas que piensa más bien poquito en
como sus palabras afectan a los demás.
Como se ve venir desde el principio de
la película, cuanto más conoce a ese atípico cura que tanto
influye en su hijo, más cambia él. No abandona su ateísmo, pero si
que abraza algunos de los ideales de la religión católica. Una
relación que le sirve para revisarse a siímismo y mejorar en el
proceso. Una relación que avanza por caminos predecibles al igual
que el resto de la historia.
La incorrección política deja paso al
relato edulcorado para acabar con un desenlace a la altura de la
segunda mitad de la película. Lo que al principio parecía que podía
ser una comedia provocadora y muy divertida acaba por convertirse en
un producto anodino que acaba por agotar al espectador. Y es que ese
comienzo tan acertado es el mayor lastre de la película, ya que
genera unas expectativas que luego quedan muy lejos de ser colmadas.
Si la película hubiese tenido ese tono convencional desde un
principio, si no nos hubiesen puesto la miel en los labio para luego
quitárnosla sin previo aviso, tal vez el descalabro no hubiese sido
tan mayúsculo.
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