Tempestad (Tatiana Huezo. México, 2016)
Por Román Puerta
México se ha convertido en un suplicio para sus ciudadanos porque no encuentran la paz en su tierra a causa de la lucha entre los cárteles de la droga y el Estado. Están situados entre los primeros, asesinos que no dudan en hacer pagar a la sociedad civil sus continuos desmanes y sus ansias de victoria sobre el Estado, y un Gobierno con un deseo de acabar con aquellas organizaciones criminales pero con una gran corrupción entre sus fuerzas del orden público que golpean también a la ciudadanía.
Tatiana Huezo, autora de un primer largo, El lugar más pequeño (2011), sobre la desaparición de un pueblo entero en su país de origen, El Salvador, a manos de otro grupo de delincuentes, sabe mucho de esto porque esa sociedad en la que vive está salpicada también por los miles de centroamericanos que cruzan clandestinamente por su territorio para alcanzar el anhelado sueño norteamericano.
Tempestad es un relato verbal tremendo, donde una de las dos voces narradoras cuenta una de las mayores crueldades que pueden ocurrir como es el pagar por un delito que no se ha cometido con una pena de cárcel. Pero esa crueldad es mayor porque al “pagador” (así llaman a los que cumplen condena en lugar del verdadero delincuente) lo eligen por azar cualquiera de los cárteles del país, sin intervención directa del condenado.
Esa voz suave pero seca, llena de rencor, miedo y denuncia nos relata de forma lenta, inexorable, sin obstáculos esa tremenda injusticia en un país, si se merece el nombre, tremendamente desigual como es México. Y el relato, que comienza cuando la condenada ha sido liberada de ese castigo y comienza su retorno de 2.000 kms. a su hogar en Tulum, se hace largo, casi interminable porque en ese trayecto sabremos las atrocidades de ese penal donde cumplió su pena, conoceremos el control de su vida y la de sus familiares desde dentro de la prisión por parte del cártel que la gestiona, la y sentiremos la destrucción, en sí mismo, de la existencia de esta persona.
Y ese relato se va tiñendo de una crueldad absoluta cuando Miriam, la primera narradora, nos va contando los detalles de su tortura física y psíquica, del chantaje a su familia, de las degradaciones sufridas…Tatiana no necesita hacer coincidir el contenido de las palabras y de las imágenes. Al contrario, es en esa confrontación entre verbo y acción donde encontramos la verdadera fortaleza del mensaje, la de ese miedo que está incrustado en esa voz indignada, rota, en ese testimonio que oímos mientras vemos las imágenes que se desgajan de la realidad cotidiana del país centroamericano esas que nos hacen observar a los inmigrantes, a los que se trasladan por el país, a las fuerzas del orden público controlando fronteras y carreteras…Es el contraste entre la cotidianidad y el horror de la palabra; es el derrumbe, la humillación del ser humano dentro de una prisión.
Pero en el momento en que Miriam se va a quebrar definitivamente, la directora deja la voz narradora a una madre que también ha perdido a su hija pero esta vez a manos del poder político que se ha transformado en cartel de la violencia amparada por el poder del Estado. Esa otra corrupción, la policial y militar, incluso más despreciable que la anterior, que cierra el círculo que paraliza y amordaza a una sociedad mexicana que está siendo vencida por el delito, por el miedo, por la intimidación de los violentos. Pero esta segunda voz (suave pero firme en sus convicciones y en sus objetivos) es visible en el rostro de esa mujer que, aunque herida en su corazón y amenazada de muerte por los corruptos, está rodeada de los suyos, de los seres más queridos. El horror se relativiza con el amor pero no lo anula.
La directora, según sus propias palabras, eligió esta doble voz para atemperar el dolor de la primera, pero ese deseo queda difuminado por la terrible realidad que suponen estas dos historias de desprecio absoluto de la naturaleza humana. Ni siquiera ese plano final de la primera narradora sin su pierna flotando en un cenote que transmite una cierta paz y libertad consigue alejarnos de ese brutal relato de la degradación.
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