The Land of the Enlightened (Pieter-Jan De Pue. Bélgica-Irlanda-Holanda-Alemania-Afganistán, 2016)
Por Román Puerta
Afganistán es un país pobre, muy pobre económicamente hablando. Por el contrario, desde el punto de vista geográfico, es un país inmensamente bello, prácticamente desconocido para una gran parte del planeta pero no para una gran cantidad de gobiernos occidentales obsesionados por su invasión.
De Pue es un fotógrafo y director belga que ha intentado durante ocho años, con su trabajo para varias organizaciones como Cruz Roja, adentrarse en las entrañas de este inmenso país, sumergido continuamente en procesos bélicos que han hundido a su población en una depresión profunda y que ha entrado en un bucle del que va a tener muy complicado salir. Y el resultado es esta película semi-documental, semi-ficcional, que trata sobre varios de los temas que le afectan y cuyo único interés para el mundo desarrollado es el de ser una barrera para el crecimiento del islamismo lo que, está claro, no ha funcionado hasta ahora.
La película narra la historia de diferentes bandas de niños (a nuestros ojos occidentales, casi adultos para los afganos) que, ante la falta de un desarrollo social normal, crecen antes de tiempo y se muestran como verdaderos capos despiadados.
Unos serán verdaderos bandoleros que asaltan las caravanas de mercaderes de opio y lapislázuli, otros los que lleven las bombas a las minas para la explotación minera. Son pequeños colectivos que deben que ser más fuertes que los adultos los cuales parecen estar de vuelta de todo al arrodillarse frente a la fortaleza de las armas y los nuevos dueños del lugar…
Pero el documental se transforma en una especie de muestrario de belleza fotográfica en lucha con el contenido de la historia y su función como expresión de una realidad. Esta ficción termina de transformar la reflexión sobre la función de la guerra y sus consecuencias en un bonito serial de fotografías que premian la belleza frente al fondo. Ni siquiera todas las imágenes de los soldados americanos martilleando unas colinas donde nunca se ve a ningún supuesto enemigo, son capaces de adentrarnos en un diálogo entre el autor y el espectador respecto a las consecuencias de un conflicto armado anclado y enquistado en esta zona del mundo donde nadie quiere estar pero todos luchan por dominarlo. Pero ¿qué es el dominio de la nada? Nada. Salvo para de Pue que, a través de sus centrados encuadres, sus imágenes en cámara rápida, sus ralentís desesperantes, nos ilustra un relativo y bello “documental” sobre los nuevos niños de la posguerra, esos que están terminando en el olvido porque ya no son noticia.
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