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jueves, 12 de mayo de 2016

Documenta Madrid 2016: The Babushkas of Chernobyl


The Babushkas of Chernobyl (Anne Bogart, Holly Morris. Estados Unidos, 2015)


Las abuelas resistentes

Por Román Puerta

Ahora que se cumplen 30 años del accidente de la central nuclear de Chernóbil, se empieza a percibir la magnitud de lo que ocurrió ese 24 de abril de 1986, cuando su reactor nº 4 explotó y liberó más energía que 400 bombas de Hiroshima. Y en este impase temporal, donde las noticias del suceso se han ido diluyendo progresivamente, la vida en Chernóbil y sus alrededores ha seguido su curso vital sobre todo porque unas pocas “abuelas” volvieron a sus lugares de origen, esos de donde las desalojaron nada más ocurrir el accidente, para seguir viviendo el suelo radioactivo donde nacieron.

Decía Holly Morris en el coloquio posterior a la exhibición de su película que ella siempre ha buscado historias de mujeres fuertes, diferentes, enfrentadas al orden establecido. Y en 2012 empezó a adentrarse en este territorio y en este mundo eminentemente femenino (el 90% de los “regresados” son féminas) para contarnos la historia de estas abuelas de Chernóbil robustas, duras, pero sobre todo, muy seguras de lo que hacen, del peligro que han adoptado entrando en la zona de exclusión de uno de los campos más contaminados del planeta, ese en el que saben que no morirán de pena.

Ahora que en todo el mundo se ha vuelto a recordar esta catástrofe después de un olvido propiciado por el oscurecimiento del debate en torno a la energía nuclear, las directoras (la citada Morris y Anne Bogart) nos muestran la historia de Hanna Zavorotyna, María Shovkuta, y Valentyna Ivanivna, tres mujeres (de entre un centenar que volvieron a sus casas al cabo de unos años) que, desafiando el control establecido por las autoridades soviéticas, en su día, y ucranianas en la actualidad, decidieron volver a sus hogares, a sus campos, a su tierra. 

Y aunque centren su narración en las protagonistas que viven/malviven en diversos y aislados puntos de la zona de exclusión, abren el campo de reflexión a los testimonios y los hechos de varios colectivos que viven en torno a esta realidad. El personal de evaluación de la radioactividad, la guía de los grupos legales que visitan la zona, la cartera y pagadora de pensiones atrasadas o la autora de un libro sobre Chernóbil y los retornados se topan, en el mismo espacio, con los “jugadores” que entran a la zona con el objetivo de emular un juego de consola muy popular en Ucrania o, simplemente, desean volver a un terreno del que son hijos pero que no habían pisado anteriormente. Ese choque entre las que han decidido jugarse el pellejo por volver a su lugar de nacimiento y los que cuidan para que “no se mueran antes de viejas que de radiación” es uno de los diálogos más interesantes entablado entre las directoras y el espectador. Un espectador que asiste a la rememoración de un accidente que causó conmoción en toda Europa y que, como dice una de los personajes, es el accidente que le corresponde a toda una generación (como Fukushima hace pocos años), y cuya máxima expresión es el paseo de los “jugadores” hasta la azotea de un edificio en la ciudad de Prytnia, desafiando los controles y la radioactividad, desde donde podemos observar, al mismo tiempo que los propios protagonistas, el paisaje desolador de una ciudad abandonada a toda prisa, que ha sido “colonizada” nuevamente por las fuerzas de la naturaleza, tal como dice la abuela con cuya historia empezamos y cuyas reflexiones nos dan el final de esta historia.
Porque es el equilibrio entre las oscuridades de la vida diaria y los clarividentes pensamientos en torno a la tierra y el arraigo a ella, lo que hace que esta película vaya creciendo despacio hasta ese momento en que el doctor, aún advirtiendo del peligro del consumo del agua y los alimentos trabajados en la zona de exclusión, deja entrever que es ese deseo de morir en el lugar donde nacieron lo que las hace más fuertes, en contraposición a aquéllas que aparecen saliendo de un casa de acogida muy lejos de Chernóbil, con sus bastones sujetando esos cuerpos agotados y esperando la muerte entristecidas por su desarraigo.

Morris y Bogart no caen en el sentimentalismo porque las abuelas resistentes no dejan ni un resquicio al pesimismo ni a la pena aunque estén llenas de dolores o tengan que cuidar a una pariente minusválida desde su nacimiento. Su verdad es la resistencia al desahucio, al abandono de su hogar, a la razón de su existencia. Esa es su fortaleza, su razón de vida. Igual que esas manos rudas, agrietadas, robustas que nos muestran las directoras como señal de ese arraigo a una tierra de la que ya nadie las echará.

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