El olivo (España, 2016).
Dirección: Icíar Bollaín.
Intérpretes: Javier Gutiérrez, Anna Castillo, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladrén.
Guión: Paul Laverty.
Guión: Paul Laverty.
Música original: Pascal Gaigne.
Fotografía: Sergi Gallardo.
Montaje: Nacho Ruiz Capillas.
Idiomas: Español.
Tras dos trabajos de ficción en los que se alejó de tierras españolas, También la lluvia (2010) y Katmandú, un espejo en el cielo (2011), la directora Iciar Bollaín vuelve en El olivo, a retratar la vida en provincias. Al comienzo de su obra, como en Flores de otro mundo (1999) y Te doy mis ojos (2003), observábamos ese contraste entre lo rural y lo urbano, las costumbres y la introducción de la modernidad, abriendo brechas cada vez más insalvable entre padres, hijos y nietos. En su último trabajo, Bollaín fija su atención en Alma, una chica que pertenece a esa generación perdida que busca desesperadamente agarrarse a cualquier raíz que les una a un lugar. Esa unión la va a encontrar en un antiguo olivo de su abuelo, que fue vendido por su padre y su tío para dejar la casa familiar y montar un infructuoso negocio; un arraigo a la tierra que va a marcar su carácter para siempre.
La primera parte del filme se podría ver como un reverso de Amama (2015) de Asier Altuna, intercambiando la figura troncal femenina por la masculina (el abuelo), y añadiendo un relevo generacional más (la nieta), que es la que quiere mantener una tradición que se está perdiendo. Visualmente mucho menos experimentadora que la obra de Altuna, sino siguiendo una tendencia más naturalista, especialmente en los flashbacks, El olivo sí que incide en la reconstrucción de la herencia sanguínea como un proceso cíclico que siempre vuelve a su origen, impulsado por la vida, la muerte, la naturaleza y sus recursos. Pero Bollaín es además muy consciente de la época en la que se sitúa, y de que las nuevas tecnologías también son imprescindibles para que Alma consiga sus objetivos.
Pero cuando, en su segundo tramo, se vuelve una simpática road-movie, la película pierde toda la simbología construida anteriormente. Sí que se mantiene la metáfora del viaje como descubrimiento de uno mismo (muy manida por otra parte), pero utilizada para buscar lo anecdótico, alejándose del conjunto y dando la impresión de que olvida todo lo contado al principio. Aun así, al empaque técnico, desde la dirección de Bollaín a la fotografía de Sergi Gallardo, se le pueden poner pocos reproches. Sin embargo, lo más impactante de El olivo es sin duda la interpretación de Anna Castillo, una muy creíble explosión de rabia y frustración, pese a que su personaje deriva hacia una irritante obstinación. Castillo ensombrece a cualquiera de sus compañeros, incluido Javier Gutiérrez, que parece el principal reclamo del reparto, pero que dota a su trabajo de una intensidad muy afectada (si se tiene en cuenta que su papel es el más cómico).
Bollaín crea con El olivo una fábula amable y conscientemente empática, por hablar de cuestiones siempre cercanas, que afectan a cualquiera. Es por ello que cuando el relato pasa de la intimidad familiar a la magnitud de las diferentes ramificaciones que la directora quiere introducir (la juventud actual, la crisis económica, la ecología, la comparación de ciertos sistemas en España con respecto a otros países europeos…), el resultado es más forzado que progresivo para convertirse en un filme de los que se definen como “necesarios”.
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