The Gospel of Us (Reino Unido, 2012)
Dirección: Dave McKean.
Intérpretes: Michael Sheen, Matthew Aubrey, Nigel Barrett, Jordan Bernarde.
Guión: Owen Sheers.
Música original: Stuart Hall, Dave McKean, Ashley Slater.
Fotografía: Steve Davies, Anthony Sutcliffe.
Montaje: Jason Bevan, Dave McKean.
Idioma: Inglés.
Duración: 115 minutos.
El Evangelio terrenal
Port Talbot, ciudad del sur de Gales, es tristemente conocida por ser un lugar deprimido, dominado por la industria del acero y las centrales eléctricas, en el que tanto el gobierno como las autoridades pretenden aprovecharse de los recursos y de los propios ciudadanos. Sin embargo, allí también tuvo lugar en Semana Santa de 2011 una intervención artística exclusiva: una performance de 72 horas por toda la urbe organizada por el National Theatre Wales que recreaba, de forma contemporánea, la Pasión de Jesucristo, reencarnado en un profesor que, tras perder la memoria y desaparecer un tiempo, vuelve para enfrentarse a los opresores del lugar. Un año después de esta experiencia reinsertadora, salió a la luz su versión cinematográfica, grabada en su mayor parte mientras la acción estaba teniendo lugar, y que ahora ha llegado a nuestro país como una de las propuestas más radicales de la cartelera.
El dibujante David McKean toma las riendas de un híbrido que fusiona diferentes artes, en un collage de apariencia imposible. En la película, lejos de ser un ejemplo de teatro grabado, se aplican diferentes elementos cinematográficos, que manipulan la imagen hasta conseguir un efecto críptico, en ocasiones difícilmente accesible. Contando con la ventaja de poseer una historia conocida, el resultado no está condicionado por una narración convencional. La forma supera a un contenido que, por otra parte, toma de la historia del Nuevo Testamento los elementos que se pueden adaptar a la actualidad, como ejemplo de postmodernismo combativo, que invita a la reflexión. Así, la idolatría temporal se manifiesta en el protagonista que, tras ganarse la confianza de muchos, es sometido a un calvario gubernamental ante la observación impasible de los mismos habitantes que le apoyaban.
Las decisiones visuales, como una saturación de filtros recuerda a Guy Maddin (pero con una vocación estilística menos personal que la del canadiense) o el fragmentario montaje, tienen su principal inconveniente en reducir a instantes aislados la impresionante labor de Michael Sheen. El actor no interpreta a un personaje teatral, mucho menos cinematográfico, sino que durante tres días se entrega a una réplica de sí mismo (se crió en Port Talbot y fue el impulsor del proyecto). Son los momentos en los que McKean decide dar protagonismo a los primeros planos cuando captamos la dimensión de la entrega de Sheen a la representación.
El resto del elenco profesional tampoco desmerece en absoluto, pero sobre todo, destaca la (inter)actuación de los espectadores del evento, una tendencia que viene de mediados del siglo XX (con la aparición del Happening), pero que en la actualidad se aplica del mismo modo en muchas ocasiones al teatro también clásico. La intención es romper la distancia que existe entre el escenario y el patio de butacas, integrando la obra con el público, y transformando su habitual actitud pasiva. Así, como indica el título, La Pasión de Port Talbot se convierte realmente en la Pasión de toda una ciudad, la cual, quizás sin darse cuenta, está formando parte de la configuración de una experiencia irrepetible.
Estamos ante una apuesta arriesgada, prácticamente inviable en salas comerciales (su destino sería más museístico), pero estimulante en su capacidad de crear diferentes reacciones: para algunos, estas dos horas serán un auténtico via crucis conceptual, y para otros, supondrán el reduccionismo y la pérdida de la esencia de la obra original, de su carácter efímero y directo. Pero precisamente el valor de La pasión de Port Talbot reside en su carácter rupturista, capturando y universalizando una acción artística única, y analizándola además desde una nueva dimensión.
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