Rak ti Khon Kaen (Tailandia-Reino Unido-Alemania-Francia-Malasia-Corea del Sur-México-EE.UU.-Noruega, 2015).
Dirección y guion: Apichatpong Weerasethakul.
Intérpretes: Jenjira Pongpas, Banlop Lomnoi, Jarinpattra Rueangram, Petcharat Chaiburi, Tawatchai Buawat.
Fotografía: Diego García.
Montaje: Lee Chatametikool.
Idioma: Tailandés.
Duración: 122 minutos.
Fiel a sí mismo
Fiel a sí mismo
Por Mario Iglesias
El más reciente
largometraje del tailandés Apichatpong Weerasethakul -el último
que, según sus declaraciones, rodará en su país natal- se asienta
sobre una metáfora tan cristalina como poderosa, tan diáfana como
subversiva: un grupo de soldados están internados en un hospital
militar para ser tratados de una extraña enfermedad del sueño, y
sus camas se asientan, a la manera del hotel de El
resplandor (Stanley Kubrick, 1980),
sobre un antiguo cementerio, de modo que sospechamos que, de la misma
forma que en el cuento El almohadón de
pluma del escritor uruguayo Horacio
Quiroga, las razones de sus dolencias derivan de estar alimentando a
otros seres, en este caso seres muertos. Con este punto de partida,
en un país como Tailandia en el que dictaduras militares y golpes de
Estado han venido sucediéndose con vertiginosa frecuencia (el último
de ellos tuvo lugar en 2014), la imposibilidad de una curación en
tan fantasmal y alegórico ambiente se convierte en una certeza desde
prácticamente los primeros compases del metraje, en el que un mundo
de alucinaciones y leyendas va colonizando la cosmovisión de todos
sus personajes hasta que nos sentimos no muy lejos de un trasunto de
la Comala de Juan Rulfo.
No cabe duda de que
Cemetery of Splendour
es un genuino producto de su realizador, y a la innegable conexión
temática y estética con el resto de su filmografía se le añade la
presencia de su actriz fetiche, Jenjira Pongpas, en el papel
protagonista de la mujer que atiende a un soldado convaleciente, a la
vez que toma contacto con una médium presente en el hospital y que
será el vehículo a través del cual se adentre en un mundo
espectral en el que toman forma humana tanto personajes legendarios
como los mismos soldados que se hayan durmientes a pocos metros estos
dos personajes femeninos. Contradiciendo la amable cotidianidad que
parece envolverlas en un halo de paz, a la omnipresencia de estamento
militar (incluso a través de retratos de antiguos dictadores) se le
añade la de los bulldozers que alrededor del sanatorio están
llevando a cabo unas obras sobre las que circulan todo tipo de
rumores y de camuflados agentes del FBI que intentan reclutar nuevos
miembros a toda cosa, conformado un enrarecido ambiente en el que
toda lógica se disuelve y la aparente confianza entre los personajes
envuelve un demencial estado de cosas. Todo ello sin asomo alguno de
estridencia, en una contradicción tan aparatosa que por sí misma
describe los oblicuos caminos a los que conduce la militarizada y
represiva situación del país.
En aparente rima
cromática con los ojos del fantasma que transitaba por El
Tío Boomnee recuerda sus vidas pasadas,
los tubos que rodean las camas de los convalecientes van adquiriendo
unos coloridos tonos que inundan la pantalla e identifican la apuesta
fotográfica de Apichatpong, que no se reduce a los tonos neutros en
que transcurren las escenas en la que predomina la iluminación
natural. La presencia de un protozoo fluyendo libre por el cielo es
otro elemento más del mismo universo, en el que las estrictas reglas
de la racionalidad han dejado de imperar desde que nos hemos
adentrado en él.
Siendo ésta una
película cuya remisión a las constantes de su director resulta tan
obvia, se echa en falta algún indicio de crecimiento artístico. Si
situamos Cemetery of Splendour
al lado de obras anteriores de Weerasethakul como Blissfully Yours o Tropical Malady, no encontramos muestras de
depuración, perfeccionamiento o audacia: al contrario, el cine del
realizador tailandés, a pesar de que su fama mundial parece
concederle carta blanca para ello, se va asentando en un evidente
conservadurismo, con una fidelidad a sí mismo tan sólida que nos
hace sospechar que lo mejor de su obra ya quedó atrás, y ahora
tendremos que conformarnos con los rescoldos de su esplendor. En
cualquier caso, es imposible desligar cualquier película de sus
condiciones de producción y las de ésta que nos ocupa, prohibida en
su propio país, no han sido las más favorables para que un autor de
talento dé rienda suelta a su capacidad. Tendremos que esperar,
pues, a su anunciado exilio artístico en Perú para comprobar lo que
tiene todavía que decir este cineasta de tan solo 45 años.
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