Dirección: Marc Fitoussi.
Intérpretes: Isabelle Huppert, Jean-Pierre Darroussin, Michael Nyqvist, Pio Marmaï, Marina Foïs.
Guión: Marc Fitoussi, Sylvie Dauvillier.
Música original: Tim Gane, Seán O'Hagan.
Fotografía: Agnès Godard.
Montaje: Laure Gardette.
Idioma: Francés, español, inglés, danés.
Duración: 98 minutos.
Isabelle Huppert, pastora de vacas
Por Mario Iglesias
Isabelle Huppert, pastora de vacas
Por Mario Iglesias
Isabelle Huppert es una actriz cuyas cualidades se han ido agrandando en sus ya más de cuatro décadas de fecundísima carrera, en la que como argumento definitivo sobre su calado debemos apuntar que un ciclo con todas sus películas sería mucho más significativo que uno que se centrase en la figura de la mayoría de directores con los que ha trabajado. Su indiscutible estatus como veterana actriz de primera categoría, que parece contagiar a todas las obras en las que interviene (algo que el cine europeo solo parece compartir con la también francesa Juliette Binoche) tiene una contraindicación, y es que puede, en algún caso, ofrecer unas expectativas sobre un largometraje que no se correspondan con la trayectoria del realizador, cuya autoría es responsable última de sus aciertos o errores, más allá de la presencia en el reparto de alguien cuyo cuidado en elegir sus papeles sea tan exquisito como el de la protagonista de Salve quien pueda (la vida), La ceremonia o La pianista, entre otras muchas.
Podemos decir que Luces de París es uno de esos casos, y que sin la presencia de Huppert con un papel protagonista su distribución en España sería más que dudosa. La coincidencia de su estreno con la presencia en las carteleras de otra obra en la que interpreta un papel relevante, El amor es más fuerte que las bombas, nos sirve para evidenciar una de sus cualidades como actriz: y es de qué forma puede hacer rejuvenecer o envejecer a sus personajes, si comparamos su caracterización en la película francesa y en la noruega. El elemento clave son las pecas, sus sempiternas pecas, en el primer caso disimuladas y en el segundo acentuadas hasta el extremo que con tan sencilla operación –y algunas otras, no tan obvias pero derivadas de ésta- parece que entre uno y otro personaje haya diez años de diferencia.
Con todo, no nos encontramos ante un producto absolutamente desdeñable. Luces de París se inscribe en la fecunda tradición del cine francés, ya en decadencia pero todavía no totalmente abandonada, de películas ubicadas en el medio rural y en el que sus usos y costumbres, que tanta influencia han tenido en la política económica de la Unión Europea prácticamente desde la fundación de la CECA, se muestran aquí en forma particularmente relevante al aparecer en primer plano una pareja cuya ocupación es la ganadería vacuna. El casi obligado tono entrañable con el que Marc Fitoussi quiere aderezar la vida en el campo cuenta con la inestimable ayuda de un actor tan adecuado para estas lides como Jean-Pierre Darroussin, que se mueve en su piel con la misma comodidad con la que encarnaba al sabio natural que transformaba la visión de la vida de Daniel Auteuil en Conversaciones con mi jardinero (Jean Becker, 2007) y con la misma incomodidad con que intentaba dar forma a un policía, finalmente vencido en su represiva función social por su instinto natural hacia la bondad, en Le Havre (Aki Kaurismäki, 2011).
El problema es que, tras ese tono que nos recuerda a la mayor parte de la filmografía del citado Jean Becker por su ingenuidad y ausencia de conflictos, se inserta una trama de huida a París e infidelidad buscada en el que observamos, atónitos, a una Isabelle Huppert incapaz de desenvolverse con naturalidad en la gran ciudad, arrastrando una falta de experiencia urbana que en una actriz como ella resulta de una inverosimilitud casi cómica. Introducido el elemento conflictual, en el que tampoco se abandona el tono amable, se busca una resolución en la que quede claro el carácter de mera excusa para construir un tenue argumento, lo que unido a unas formas convencionales y la ausencia de cualquier otro elemento que podamos reseñar, más allá del cumplido de la corrección y la recomendación “para toda la familia”, nos lleva a dudar de que un producto como Luces de París provoque en quienes entienden el cine como arte algo más que una (no demasiado grave) pérdida de tiempo.
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