El personaje
de Ricardo (Darín) lleva un año viviendo con eso, mientras que el mío lo sabe,
pero acaba de llegar. Ante una situación así, la contención viene sola: te
tienes que callar. Porque todo lo que digas será utilizado en tu contra.
Javier
Cámara (1967) es un actor español con una larga trayectoria en el cine en la que
ha trabajado con algunos de los principales cineastas de nuestro país: tiene
papeles protagonistas en películas de Pedro Almodóvar (Hable con ella), Isabel Coixet (La
vida secreta de las palabras), Pablo Berger (Torremolinos 73), Manuel Martín Cuenca (Malas temporadas) o David Trueba (Vivir es fácil con los ojos cerrados, trabajo por el que finalmente
obtuvo el premio Goya al Mejor Actor). Adquirió una gran popularidad desde su
participación en el film Torrente, el
brazo tonto de la ley de Santiago Segura, que aumentó considerablemente por
el éxito de la serie cómica 7 vidas. Truman es el tercer film en el que Cesc
Gay trabaja con el actor español, después de Ficción (2006) y Una pistola en cada mano (2012).
El
Festival de San Sebastián premió el trabajo de Ricardo Darín y Javier Cámara en
esta película al concederles el ex aequo el Premio al Mejor Actor. Tierra Filme acudió a conversar con el
actor precisamente en San Sebastián, en la terraza del hotel María Cristina,
acompañados de compañeros de otros medios digitales. Javier nos recibió
efusivamente. El inicio de la entrevista se retrasó porque el actor Tim Roth,
sentado al fondo de la terraza, preguntó con cierto encanto a Javier quién era
él, que debía de ser una persona importante en España para tener a tantos
periodistas a su alrededor. Empezaron a hablar y alguna persona pidió sacarse alguna
foto con ellos.
Un
periodista preguntó a Tim Roth por qué no había concedido entrevistas durante
el festival, a lo que respondió, con total naturalidad: “Porque no me apetece,
ni hace falta. Si quieres venir hablamos un rato, pero sin entrevista”. Su
sonrisa imperturbable no distrajo nuestra atención de Javier que, después de
bromear un rato con el actor inglés, se volvió a nosotros y nos animó a dejar
de lado ese divertido caos inicial y a empezar la entrevista.
Por Sergio Diez
1.- ¿Cómo llegaste a participar en Truman?
Cesc me había contado desde dónde había escrito la historia, cuál había sido su experiencia personal, y yo le había dicho: “Tío, tengo que acompañarte en este viaje”. Pero claro, me dijo que estaba también en el reparto Ricardo Darín. Yo además me había quedado con mal sabor de boca anteriormente porque Clara Segura y yo habíamos grabado nuestra historia de Una pistola en cada mano, y cinco meses después empezaron a rodar la de Luis Tosar y Ricardo Darín en Barcelona. Y yo le había dicho a Cesc: “Están ellos dos grabando ahora, la nuestra se hizo hace cinco meses… ¿Qué película es esta? ¿Por qué no nos juntas a todos, haces una comida con todos, y nos presentamos? Eduard, Leonardo Sbaraglia…”. Al final no nos vimos.
Todos
sabéis, y no porque lo diga yo, que muchos actores en España admiramos mucho a
Ricardo, su forma de hacer, de interpretar, su empatía con la gente, y ese algo
más que tiene que traspasa la pantalla, y que le pasa a pocos actores. Y cuando
supe que Ricardo estaba ahí también, quería estar en el proyecto a toda costa.
Cuando leí el guion, me emocioné mucho. Sabía de dónde venía, de dónde partía
esa historia. Había demasiados buenos elementos como para cagarla. Sabíamos que
esto iba a estar bien, que iba a ser muy bonito. Que era un material sensible
de partida. Cuando tienes un material así ya en el guion, te dices: “No tenemos
que hacer mucho más de lo que ya hay. Hay que ir despacito con esto. No hay que
maltratar este material”. Eso era lo que pasaba. Y yo sabía que Ricardo y Cesc me
iban a agarrar y a moderar.
Además,
vosotros (los periodistas presentes en la entrevista) tenéis en general unas
edades muy jóvenes, como para que todavía esto os suene lejano. Para que
digáis: “los que estáis en los cincuenta, estáis un poco ya en la década de los
tumores y accidentes de ese tipo”. Esto también puede pasar a los veinte o
veinticinco años, pero no es tan frecuente. El tema de las enfermedades es más
sensible a un público con más años. Yo entiendo que los jóvenes digan: “Espera,
vamos a hacer, o a ver, una película generacional como las de Jonás Trueba, o vamos
a ver la película esa de Amenábar y espérate que este tema es para otro
momento”. Cesc es un director que representa también muy bien a otra
generación: lo ha demostrado desde En la
ciudad hasta en Una pistola en cada
mano. No menosprecio vuestra capacidad para entender la película, por
supuesto. (Risas). Estoy seguro de que sois mucho más maduros y más
inteligentes que yo, pero de largo. Simplemente quería subrayar que algunos problemas
quedan más cercanos según a qué edades.
2.- ¿Por qué crees que en general siempre
sueles interpretar a una buena persona?
En
esta película creo que eso era casi inevitable. Pero el personaje de Ricardo
también es un buen tipo, lo que pasa es que es una persona más valiente.
Afronta esto con un valor que cuando lo ves, como espectador dices: “Joder,
cuando me toque a mí ayudar a alguien que pase por ese trance, lo intentaré
hacer lo mejor posible”. Creo que esta película nos va a ayudar a muchos en ese
aspecto. Va a servir para que nos digamos: “Cuando alguien está en este
momento, necesita mucha ayuda, e igual la ayuda es escuchar, igual la ayuda es
decir: “Vámonos de copas. ¿Qué te apetece? ¿Un gin-tonic? Te vas a tomar el
mejor gin-tonic del mundo. Ven conmigo””. Un buen amigo a veces no es una
persona que te dice: “No, tal, vamos a llamar a tu…”; sino aquella que propone:
“Vamos a estar aquí tranquilos. A fumarnos un cigarro. Vamos a poner esa música
que nos gusta”. E igual ese es el mejor día de su vida.
Creo
que en esta película Cesc deja una puerta abierta a cada uno de los
espectadores. Eso me encanta, porque el espectador completa la película, por
eso hablaba un poco de una generación y de gente que puede haber tenido muchos
problemas y a la que, de repente, esta película le va a calmar, le va a hacer
sentir que ha hecho las cosas bien. O al contrario, le va a servir para pensar:
“Tenía que haberlo hecho mejor. Aquella vez no me tenía que haber asustado
tanto. Tenía que haber estado más atento, tenía que haber ido más a ver a esa
persona, tenía que haberla visitado más. Ahora ya no está…y duele”. Por otro
lado, esta película no es un material hecho expresamente para emocionar. La
última escena es muy seca. Imagínate esa misma escena en manos de otro
director.
3.- Aún así, creo que esa escena es muy
emotiva.
Sí,
pero eres tú te emocionas. No se fuerza nada: aparece Dolores desenfocada
atrás, aguantando. El otro dice: “Este es el papel de no sé qué (…). Hasta
luego”. Ese final es muy vasco. Muy vasco-catalán. (Risas). No le echamos
azúcar a la escena. Lleva el que ya tenía. Creo que en eso Cesc es muy fino: el
principal logro de la película es el punto de vista desde donde Cesc la dirige,
la forma en la que logra esa combinación de tonos tan complicada. Cuando ves a
un director que ha escrito algo con un tono especial, con escenas que te hacen
cierta gracia, que te hace decir: “Qué par de payasos. Claro, estos se conocen
de hace mucho”, sabes que tienes algo bueno entre manos.
4.- Uno de los aspectos más interesantes de
Truman es el respeto de tu personaje hacia
el de Darín y hacia las decisiones que este toma. También me interesa mucho
saber cómo habías trabajado la escena íntima con el personaje de Paula (Dolores
Fonzi).
Creo
que toda la película parte de ese tipo de escenas, porque ese es el momento en
el que por fin los dos se liberan. En la vida real se daría en los chistes que
se pueden contar en un tanatorio, o cuando de repente, después de aguantar
cinco meses y no haber llorado la muerte de tu padre, un día estás viendo una
película, estás sonriendo, y sin previo aviso, te rompes.
Hay
un capítulo de Louie., una serie
fantástica, por cierto, en el que al protagonista le pasan una serie de cosas y
tú te dices: “Ha pasado por cosas muy tristes, y el tío está ahí aguantando y
aguantando. ¿Cómo lo hace?”. Y de repente se rompe por una tontería. En la vida
pasa igual. Estás aquí, después de un suceso trágico, y ves a gente muy entera
que habla de la pérdida de un familiar cercano con serenidad, y dices: “¿Cómo
puede hablar así de tranquilo? ¿Cómo puede hablar si quiera”. La ruptura
llegará después.
A mí
una chica me dijo que eso la pasó: “Follando con mi pareja, de repente nos
entró un no sé qué, y después de irnos, me eché a llorar”. Eso pasa porque te
abres, después de haber agarrado tus emociones durante tanto tiempo.
5.- Cesc Gay comentaba que esta película
podría ser considerada también como un estudio de los hombres, o de la idea de
hombre. ¿Estás de acuerdo?
Creo
que no podemos generalizar, porque somos de muchas formas. Pero sí es verdad
que Cesc, en ese sentido, disecciona muy bien el alma masculina. Yo le estaba
diciendo ahora que tiene que volver, como En
la ciudad, a tener un protagonista femenino, como Mónica López o como Pujalte.
Y tiene muchas ganas porque dice que está harto ya de hombres. Pero claro, ha
hecho tres películas (Ficción, Una pistola en cada mano y Truman), en el que evidentemente ha recorrido
desde los primeros amores, los amores que no funcionan, el amor total hasta
llegar de repente a la muerte. Entonces creo que es bueno que sienta que tiene que
empezar de nuevo. Ha cerrado un ciclo, una especie de trilogía sobre la vida de
los hombres.
6.- ¿Crees que es difícil realizar ese
retrato? ¿Es habitual verlo así en el cine?
En
general, cinematográficamente, a la mujer se le ha conectado mucho más con la
emoción. En las películas, se ha explotado mucho más el alma femenina en ese
sentido: aunque en esos mismos films los protagonistas fueran hombres, era ella
la que sobrellevaba la emoción y el hombre se mostraba mucho más seco, más
frío. Y Cesc, en cambio, apuesta por decir que aquí corazón tenemos todos, que somos
todos muy frágiles, pero que muchas veces nosotros lo enseñamos de unas formas
muy concretas que pueden ser patéticas, muy divertidas o incluso terribles. Creo
que está cansado de los hombres, y que la siguiente la escribirá para ser
protagonizada por chicas.
7.- ¿Podrías hablarnos de la que de alguna
forma es la presentación de tu personaje: esa primera escena de encuentro entre
vosotros, en la que tú llegas y abres la puerta del piso?
Esa
primera escena es muy seca pero también muy divertida. Originalmente era algo
así como: “Disculpe, ¿sabe dónde vive el tío no sé qué?”. No pudimos hacer esa
escena. Tú de repente te has cruzado medio mundo, que la persona a la que vas a
ver no sabe que vas, que has estado hablando con su prima, que te ha dicho: “Se
está muriendo. Le quedan dos meses. Ven ya o no lo vas a ver”. Encima hay una
escena en la que mi personaje le dice al de Ricardo: “No, si la culpa la tiene
mi mujer, que me dijo que viniera, que si no, que me iba a arrepentir, que te
iba a echar de menos…”. Y eso lo dice de verdad: “Mi mujer me ha obligado a
venir, porque yo no quería”. Cuando tú dices esa cosa de verdad no lo haces
normalmente con la cabeza bien alta, sino como mirando por la ventana. Muchas
veces se disimula: “No, tengo un poco alto el azúcar, pero es una tontería”. O
“me encontraron un bulto, pero nada, no es nada”. Los tíos muchas veces no nos
sabemos enfrentar a las cosas. Quizá las mujeres nos han protegido mucho.
8.- ¿Cómo trabajaste un personaje tan
contenido?
Sobre
todo, desde el respeto. Hay una cosa fundamental que me dijo Cesc un día sobre
mi personaje: “Mira, Javier, estás deseando irte. Has llegado, has visto a tu
amigo, y ya te quieres ir. Él se va a morir, ya está. Tú te quieres ir con tus
hijos. Has venido y has dicho: “¿Qué coño hago aquí? Mi amigo está hecho polvo,
ha tomado una decisión, se quiere morir. Márchate””. Mi personaje lo dice
varias veces: “Mañana. Pasado. Me quedan dos días”.
Por
otro lado yo me preguntaba: ¿Desde dónde enfoco cada escena? Porque mi
personaje está ahí, no dice nada, y cuando habla, ¿desde dónde lo hace? Hay un
momento en el médico en el que Ricardo dice: “Oye, llevo un año enfermo y tú
acabas de llegar. Cállate. Quédate conmigo, acompáñame cuatro días, llévame a
comer y vamos a disfrutar”. Hay un momento en el que mi personaje se quiere
marchar. No aguanta más. Ha cerrado una puerta de una casa encantadora y ha
dejado atrás a dos niños y a una mujer a la que quiere. Mi personaje ama a este
tipo, pero no quiere y no aguanta mirar a la muerte. Nos pasa a todos.
El
personaje de Ricardo si da la cara; mientras que el mío intenta evadirse.
“Vamos a comer, ¿no?”. Y el otro: “No, espera, que te he preguntado que qué has
aprendido de mí. ¿Qué piensas de mí? ¿Cómo me ves?”. Y yo: “-Bueno, vamos a
desayunar primero. -No, te estoy preguntando. ¿Qué has aprendido de mí estos
años? ¿Soy tu mejor amigo o no? –Quiero un café primero. -Vale, gracias, tío,
me ha merecido la pena que vengas”. Mi personaje está desubicado todo el rato.
A
nadie le gusta que le pongan en esa situación. Que te metan en una habitación y
te digan: “Mira, me voy a morir”. ¿Cómo reaccionarías si te pasara eso? Cuesta.
Y el personaje de Ricardo lleva un año viviendo con eso, mientras que el mío lo
sabe, pero acaba de llegar. Ante una situación así, la contención viene sola:
te tienes que callar. Porque todo lo que digas será utilizado en tu contra.
“Quiero desayunar”; y el otro te puede responder: “¿Cómo eres así de hijo de
puta como para decir que quieres desayunar? Te estoy preguntando algo
importante”. La película decidió ir por esa combinación de tonos. Con la
historia de dos amigos que se conocen, Cesc podría haber querido que uno dijera:
“Ah, un cafecito primero para destensar, ¿no?”. O plantearlo desde un lado más
dramático, la película podría haber presentado a dos personajes que se dicen:
“¿Te apetece tomar un café? -¿Que si me apetece tomar un café? ¡¡Me estoy
muriendo, coño!!”. Pero Cesc tenía a un personaje que acaba de llegar, que no
sabe cómo comportarse y que lo mejor que puede hacer es, simplemente, estar
allí.
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