Straight Outta Compton (Estados Unidos, 2015).
Dirección: F. Gary Gray.
Intérpretes: Keith Stanfield, Aldis Hodge, Jason Mitchell, Paul Giamatti, Alexandra Shipp.
Guión: Andrea Berloff, Jonathan Herman.
Música original: Joseph Trapanese.
Fotografia: Matthew Libatique.
Montaje: Billy Fox, Michael Tronick.
Idioma: Inglés, español.
Duración: 147 minutos.
Rebelión limitada
Por Mario Iglesias
En la primera secuencia de Straight Outta Compton, con tenue iluminación, ambiente nocturno y cámara temblorosa, vemos cómo los protagonistas, por el supuesto delito de estar disfrutando de drogas recreativas, son asaltados en su casa en violentísima forma por una suerte de tanque policial, en una operación que recuerda a imágenes de militares estadounidenses en Irak entrando, como elefantes en cacharrería, en algún domicilio particular, preferentemente a altas horas de la madrugada. Después de tan impactante comienzo y tras aparecer sobreimpresionado el título de la película, la cámara se calma, la luz del sol ilumina a placer la secuencia y ahora los protagonistas están disfrutando de una relajante sesión musical, en la que la satisfacción se adueña de sus rostros. En este comienzo, podemos ver la dialéctica que marcará una parte de este biopic colectivo sobre la banda de gangsta rap N.W.A., compuesta por DJ Yella, Eazy-E, MC Ren, Ice Cube y Dr. Dre: la lacerante discriminación racial de la policía de Los Ángeles, particularmente intensa en el barrio de Compton del que forman parte estas futuras estrellas de la música y que será fuente de inspiración para sus letras, su actitud desafiante, y pieza clave para su futuro éxito, al narrar en sus crudas canciones episodios que buena parte de la comunidad afroamericana de Estados Unidos siente demasiado próximos.
En la primera secuencia de Straight Outta Compton, con tenue iluminación, ambiente nocturno y cámara temblorosa, vemos cómo los protagonistas, por el supuesto delito de estar disfrutando de drogas recreativas, son asaltados en su casa en violentísima forma por una suerte de tanque policial, en una operación que recuerda a imágenes de militares estadounidenses en Irak entrando, como elefantes en cacharrería, en algún domicilio particular, preferentemente a altas horas de la madrugada. Después de tan impactante comienzo y tras aparecer sobreimpresionado el título de la película, la cámara se calma, la luz del sol ilumina a placer la secuencia y ahora los protagonistas están disfrutando de una relajante sesión musical, en la que la satisfacción se adueña de sus rostros. En este comienzo, podemos ver la dialéctica que marcará una parte de este biopic colectivo sobre la banda de gangsta rap N.W.A., compuesta por DJ Yella, Eazy-E, MC Ren, Ice Cube y Dr. Dre: la lacerante discriminación racial de la policía de Los Ángeles, particularmente intensa en el barrio de Compton del que forman parte estas futuras estrellas de la música y que será fuente de inspiración para sus letras, su actitud desafiante, y pieza clave para su futuro éxito, al narrar en sus crudas canciones episodios que buena parte de la comunidad afroamericana de Estados Unidos siente demasiado próximos.
La
larga duración de Straight Outta Compton
no es un impedimento a la hora de adentrarse en el largometraje, que a través
de saltos temporales que van cubriendo el arco de un lustro nos muestra los
orígenes del grupo, su modesto punto de partida, el encuentro clave con el
productor Jerry Heller (interpretado por el siempre efectivo Paul Giamatti) y
su posterior disgregación, con el dinero como principal punto de conflicto
entre los desaforados egos de estos pioneros del gangsta rap, cuyas trayectorias
sintetizan las virtudes y las limitaciones del fenómeno social que supuso el
auge de su música. Por un lado, y en forma semejante a lo que supuso el jazz
medio siglo antes, surge como dislocada forma de expresión de una realidad
opresiva, en la que hasta una grabación en un estudio puede ser interrumpida
por la arbitrariedad policial: la máxima que guía la actuación de las fuerzas
de seguridad parece ser la de “juzgar las pintas”, a ser posible marcando
territorio de forma violenta. Por otro lado, y más allá de la provocación y la
agresividad de las letras y ritmos a los que van dando forma los protagonistas,
acaban limitando su rebelión a un tenue desafío cultural, conforme alcanzan
reconocimiento social y el capitalismo es capaz de deglutir la contestación
original de este subgénero del hip hop reduciéndolo a producto de consumo de
masas. En este sentido, es muy significativa una de las pocas preguntas
inteligentes que una periodista logra formular en una de las accidentadas
ruedas de prensa de los miembros de N.W.A., en la que les interroga acerca del
cambio que han supuesto en sus vidas los elevados ingresos monetarios por su
éxito: la única respuesta que aciertan a dar es que ahora pueden comprar más
material de los Raiders, el equipo de fútbol americano del que son seguidores.
Si bien
puede achacarse a la película de F. Gary Gray un cierto tono convencional, el
material con el que cuenta es de primera clase, y por ende es capaz de hacer
fluir sus 147 minutos sin grandes alardes de dirección, ni ir un poco más allá
que ofrecer una visión más amable de los dos miembros del grupo que han
impulsado y producido Straight Outta
Compton (Ice Cube y Dr. Dre). Su elegiaca parte final, tras la borrachera
de éxito que los miembros de N.W.A. traducen en constantes fiestas, orgías y
cierta inconsciencia, como aleccionadora advertencia de a dónde pueden llevar
los excesos, imprime cierto tono moralizante a una película que no deja de
transmitirnos que sus protagonistas son simpáticos niños grandes que se guían
por el orgullo, sin dar lugar a trascendencia política o social alguna. La
pequeña alusión a la Nación del Islam (“son mis hermanos”, es todo lo que se
escucha en una hostil entrevista a propósito de los movimientos de liberación
afroamericana) y la breve aparición de Tupac Shakur, personaje de mayor
complejidad que los aquí biografiados y que sin duda merece película aparte, no
bastan para impedirnos pensar que la reducción del gansta rap a fenómeno
comercial (algo que impulsó de forma definitiva un enemigo mortal de los
miembros de N.W.A., el inicialmente conocido como Puff Daddy) recibe aquí su
definitiva consagración, aunque las contundentes secuencias de violencia
policial, en las que este largometraje raya a su mayor altura, nos ofrezcan una
pequeña muestra de a dónde podría haber llegado esta inflamable historia si sus
propósitos fuesen algo más ambiciosos.
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