Por Manuel Barrero Iglesias
Fotos: Naria Caamaño
Y es que Anti-Karaoke es,
ante todo, liberador. Catártico. Podríamos decir incluso que terapéutico. Durante
tres horas a la semana (o al mes, cuando se hacía en Madrid, que es donde yo lo
viví) uno tiene la posibilidad de abstraerse absolutamente de todo tipo de
preocupaciones y problemas. Una oportunidad para volver a la adolescencia.
Piensen en cuando eran púberes, ¿cuántas veces imaginaron ser una estrella de
rock mientras se desgañitaban en la habitación (o en la socorrida ducha) los
temazos de su grupo favorito? AK es esa fantasía hecha realidad. Elige el tema
que más te guste, coge el micrófono, súbete al escenario y dáselo todo a un
público entregado. Durante cinco minutos puedes dar rienda suelta a la estrella
de rock que llevas dentro. Y durante el resto del show contribuyes a que
decenas de personas se sientan en la piel de Freddie Mercury, Kurt Cobain, Phil
Anselmo, David Bowie, Axl Rose o Mick Jagger (por mencionar solo una minúscula
parte del inmenso repertorio). Porque eso sí, si usted es de esa clase de
persona que odia el rock, puede quedarse en su casa. O mejor aún, suicídese.
Pero si disfruta del rock en cualquiera de sus múltiples vertientes, aquí tiene
su lugar. Una de las preguntas más frecuentes es por qué lo de “anti”. Es
evidente que no estamos ante un karaoke cutre (que también tienen su gracia,
como no) en el que vas a cantar Julio Iglesias o Camilo Sesto. Esto es otro
nivel, un sitio donde se pueden cantar cosas muy bestias y desfasar a lo loco.
Hemos hablado de lo arropado
que se encuentra siempre aquel que sube al escenario. Ese es otro de los
secretos de su éxito. La familia antikaraokiana
que acoge a todo el que entra a formar parte de la misma. Obviamente, como en
todas las familias, siempre hay sus más y sus menos. Pero el espíritu festivo
nunca muere. Una cosa está clara siempre: quien sube a cantar recibirá apoyo
total e incondicional. Puedes cantar muy bien, o puedes sonar como una matanza
de cochinos. Da igual, los vítores del público no te los quita nadie. Es cierto
que hay preferencia por aquellos que se dejan hasta el último aliento, pero si
te quedas petrificado en el escenario también te vas a llevar una ovación. Esa
seguridad, ese saber que hagas lo que hagas, la gente te va a aplaudir es uno
de los grandes tesoros del Anti-Karaoke. No hay el menor atisbo de
competitividad, no hay ningún tipo de premio, no se trata de ver quién lo hace
mejor. De lo único que se trata es de pasarlo bien.
Anti-Karaoke es un
espectáculo hecho para y por el público. Es difícil encontrar un show más
interactivo, y es la gente quien lo va construyendo a medida que transcurre la
noche. Algo fundamental para sentirlo como algo propio, para sentir que se es
parte de él. Aunque también hay que decir que Anti-Karaoke no funcionaría igual
sin la presencia de su maestra de ceremonias. Sin ningún ánimo de polemizar. Pero es que Anti-Karaoke jamás sería lo mismo
sin Rachel Arieff como conductora. Ella no es solo la cara, sino el alma del espectáculo. Una
personalidad única y arrolladora que imprime ese carácter genuino y especial.
Su condición de show-woman polifacética daría para otro artículo extenso, pero
basta con decir que es imposible encontrar a alguien como ella en un mundo cada
vez más lleno de clones.
Este sábado se cumple el
décimo aniversario de un espectáculo que nació en el underground de la noche
barcelonesa, y que ha superado todas las expectativas posibles. Un evento único
al que les recomiendo que asistan. Si son habituales, no hace falta que les
explique nada, todo esto ya lo saben. Si han ido alguna vez, se pueden hacer
una idea de lo que hablo. Y si no han ido nunca, no saben lo que se pierden.
Por mucho que yo les explique, tienen que vivirlo en directo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario