Por Sergio Diez
El
miércoles trajo a la Sección Oficial una película bastante lograda, otro film
algo convencional y una tercera propuesta negrísima y estrambótica. La primera
de ellas fue Moira, del georgiano Levan Tutberidze: la historia de un joven
que sale de prisión después de cinco años para volver a la casa familiar en una
región costera de Georgia, donde se reencontrará con un padre en silla de
ruedas y un hermano que trata de abrir su camino. El film se inscribe en la
tradición de películas en las que un protagonista intenta dejar atrás un pasado
criminal que le persigue. Se agradece que, no obstante, Tutberidze ponga el
acento en el drama de una familia que quedó destrozada cuando su hijo mayor
entró en prisión: la madre debió marcharse a Grecia para ganar dinero que poder
enviar a su marido y a sus hijos, y pasados cinco años no se ve con fuerzas de
abandonar esa vida que se ha construido en el extranjero para volver a Georgia.
Su hijo mayor es el único que puede conseguir que su familia se recomponga; que
su padre y su madre, que aún se quieren, se perdonen el tiempo que han pasado
separados; y que el hermano pequeño se enderece y pueda casarse con la mujer a
la que ama.
La
película tiene una fotografía excelente, con numerosas escenas nocturnas de una
gran belleza. Los planos son largos y estables, pero suelen utilizar un gran
número de panorámicas que otorgan dinamismo a las composiciones y sirven para
relacionar distintos conceptos en una misma imagen (como la idea de sacrifico en
el largo último plano: una excelente forma de retratar el final de la
historia). El título establece un juego con la figura mitológica de Moira, que
guía de manera irremediable el destino de los seres humanos. Una tragedia
clásica en toda regla contada con una gran elegancia. Una de las mejores
películas de Sección Oficial.
Freeheld,
dirigida por el estadounidense Peter Sollett, nos cuenta la historia real de
Laurel Hester, una respetada agente de policía interpretada por Julianne Moore,
y su joven pareja, Stacie Andree (Ellen Page). La película nos muestra el modo
en el que se conocen e inician su relación, y cómo hacen frente a los
prejuicios que hacia ellas existen en sus lugares de trabajo. Cuando a Laurel
le diagnostican un cáncer en fase avanzada, la pareja inicia una lucha por la
igualdad para que, en el caso de que Laurel muera, Stacie (con la que convive
como pareja de hecho) pueda recibir la pensión que reciben los cónyuges de los
policías.
Sollett
entrega un film algo convencional, pero que funciona y resulta convincente. Los
puntos de humor, aportados en su mayoría por el personaje de Steve Carrell, aligeran el conjunto. La película posee una mirada emotiva y sentimental
pero sin forzar la lágrima de esa forma torpe con la que otros directores
podrían haber tratado este mismo material. La secuencia final, a solas con uno
de los personajes, es de una gran ternura. El principal defecto de la película
es que insiste de forma excesiva en que se basa en hechos reales. La decisión
de mostrar en los títulos de crédito las fotografías de las verdaderas Laurel y
Stacie, desluce un conjunto que hasta entonces había transcurrido con relativa
naturalidad.
El
rey de La Habana de Agustí Villaronga, basada en la novela de Pedro
Juan Gutiérrez, sigue la historia de Reinaldo, un joven que intenta salir
adelante en la Cuba de los años noventa. El film es un retrato grotesco de la
vida en los bajos fondos de la capital cubana, dominados por el sexo, la
violencia, el crimen y las supersticiones. El tono de la película oscila entre
humor negro, el drama, el thriller y la
comedia ligera. Esta particular combinación genera un extrañamiento que
funciona por momentos, pero que te saca de la historia en otras ocasiones. El rey de la Habana te sumerge en la
cochambre de esos escenarios en los que la vida no vale gran cosa: pero sin
buscar un realismo sucio, pues existe un fuerte contraste entre la calidad de
los acabados de algunos de sus elementos (escenarios, vestuario) y la crudeza
de su historia.
El
principal defecto de El rey de la Habana es el hecho de que todos sus personajes (a excepción de Yunisleidi,
un joven transexual) son repulsivos y no ofrecen ningún punto emocional que nos
permita agarrarnos a ellos. El uso de la voz en off es algo caprichoso y
efectista. Creo que a los únicos espectadores a los que satisfará la película
será a aquellos que la lean desde el humor negro, y un visionado desde esa
perspectiva nos hará sentir que las escenas más trágicas no terminan de encajar
en el conjunto.
El
film tiene una mala baba y una crueldad hacia sus personajes que recuerda en
ocasiones al Buñuel de Los olvidados (1950);
y de hecho las secuencias finales de estas dos películas tienen mucho en común.
Pero donde el cineasta aragonés situaba la cámara a la altura moral y emocional
de los personajes, Villaronga los filma desde una superioridad que le permite
juzgar constantemente sus comportamientos. No se ríe en ningún momento con sus
personajes, sino de ellos. El cineasta entrega una película con personalidad,
estrambótica e irregular, que se hace desagradable demasiado pronto y en la que
no nos importa nada lo que les suceda a unos personajes en un esperpento pasado
de rosca.
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