Por Sergio Diez
El
lunes se presentaron dentro de la Sección Oficial del Festival de Cine de San
Sebastián tres nuevas películas: Eva no duerme, del argentino Pablo
Agüero; El apóstata, del uruguayo Federico Veiroj; y High-Rise,
dirigida por el británico Ben Wheatley.
Eva no duerme sigue el estrambótico
viaje del cadáver de Eva Perón a lo largo de veinte años: desde mediados de los
cincuenta hasta mediados de los setenta.
Una excusa para reflexionar sobre una figura icónica de Argentina y
sobre veinte de los años más oscuros de la historia del país. Se construye en
torno a tres relatos situados en décadas diferentes: la primera (El enterrador), de los años cincuenta,
la protagoniza un Imanol Arias obsesionado por lograr la perfección en su
trabajo; la segunda (El transportista),
de los años sesenta, tiene por personaje principal a un militar, interpretado
por Denis Lavant (Holy Motors), al
que se le encarga la misión secreta de sacar el cuerpo de Evita fuera de
Argentina; la última de ellas (El
dictador), de los años setenta, se centra en el secuestro del dictador
Aramburu a manos de la guerrilla de los Montoneros. Cada capítulo se desarrolla
únicamente en una única localización.
El
apóstata presenta una historia llena de frescura sobre un joven de unos
treinta años, con una vida algo caótica, que se propone apostatar y dejar de
aparecer como católico en los registros de la Iglesia. Veiroj ofrece un film en
apariencia humilde que, con un tono alegre y ligero, consigue retratar el
carácter de su protagonista sin juzgarlo: a pesar de que todos le recriminen
que debe enderezar su vida, él parece estar en paz y sentirse a gusto con ese
caos cotidiano que le acompaña. Un caos que se le ofrece como la mejor manera
(o la menos dolorosa) de sobrellevar las incertidumbres que ofrece la
vida.
High-Rise
parte de una premisa muy interesante: las distintas plantas de un enorme
rascacielos albergan las viviendas de grupos sociales con ingresos muy
diferentes. En el edificio tienen su vivienda, pero también sus tiendas, sus
lugares de ocio, sus centros deportivos y piscinas. Los mejores momentos del film son aquellos que
más se parecen a situaciones que vivimos día a día en nuestro entorno: las
luchas por los productos en el supermercado, la ausencia de todo reparo moral
en pisar al prójimo por crecer un poco, la idea de los grandes rascacielos como
espacio que combine lugar de residencia, de trabajo y de ocio.
El
conflicto social entre los personajes, que parece inevitable y al principio se
había desarrollado poco a poco, estalla demasiado pronto para dar rienda suelta
a una fiesta de sexo y violencia que hace que muchos perdamos esa conexión con
la realidad que hasta entonces habíamos creído ver de forma tan cruel y
directa. Los actores ofrecen buenas interpretaciones, el humor negro funciona y
las secuencias tienen muchos aciertos; pero el conjunto es irregular y se
resiente de un excesivo subrayado de su crítica a los monstruos engendrados por
el capitalismo más voraz, unas ideas que todos ya teníamos presentes antes de
que el director las verbalizara a través de algunos de sus personajes.
Esto es
lo que dio de sí la cuarta jornada. No os perdáis la siguiente crónica que
publicaremos, en la que analizaremos la enorme calidad de las principales
películas que se han proyectado hasta el momento en la sección Horizontes Latinos (Desde
allá, Paulina, Chronic, 600 millas );
y nos detendremos ante una película estupenda presente en la Sección Oficial: The
Boy and the Beast, del japonés Mamoru Hosoda. La primera película de
animación en participar a concurso en San Sebastián. Toda una joya. Hasta muy
pronto.
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