Por Sergio Diez
La
Sección Oficial comenzó su segunda jornada con la proyección de Sunset
Song, la nueva película de Terence Davies. El director británico, autor
de grandes obras como Voces distantes (1988),
El largo día acaba (1992) y The
Deep Blue Sea (2011), trabaja en esta ocasión sobre una novela del escritor
escocés Lewis Grassic Gibbon publicada en 1932, que ya adaptó la BBC en los
años setenta. El director llevaba mucho tiempo detrás de llevar a la pantalla
un material que se presta mucho a sus inquietudes y obsesiones.
El
film nos cuenta la historia de Chris Guthrie, una joven que vive en la Escocia
rural de principios del siglo XX y que sueña con ser profesora. Las complicadas
relaciones entre sus familiares la llevarán a renunciar en parte a sus sueños.
Chris conocerá el amor a través de un hombre que le traerá nuevas alegrías,
pero acabará por comprender que la única relación inmutable que la podrá
acompañar siempre es la que mantiene con esa tierra en la que vive y
que trabaja.
El film
tiene, como los anteriores trabajos de Davies, una concepción visual que
vincula en muchos casos la cámara y sus ritmos con la memoria de los
protagonistas (en este caso Chris). Unos hermosos paisajes y la granja familiar
se convierten en el entorno perfecto para capturar recuerdos a modo de retratos
de familia (violentos algunas, melancólicos y apacibles otros) y para presentar
despedidas y llegadas, o saltos temporales, en ocasiones dentro de un mismo plano.
Davies
utiliza una vez más las canciones (su letra y su música) para evocar estados de
ánimo que son imprescindibles para profundizar en que aquello que se narra. Los
actores ofrecen un gran trabajo incluso en secuencias complicadas, como el regreso del marido después de una ausencia en el frente, que
generaron cierta polémica entre el público. Una obra llena de poesía y
elaborada como una de esas canciones bellas, suaves y desgarradoras que el
director utiliza tanto. El mejor de los filmes que ayer pudieron verse en San
Sebastián.
Evolution,
dirigida por la francesa Lucile Hadzihalilovic, fue la segunda película
que se vio ayer en la Sección Oficial. El film se centra en la vida de unos
niños de un pequeño pueblo, aparentemente enfermos, sometidos por sus madres a
un extraño tratamiento. Sin embargo, desde el momento en que los chicos son
internados en un oscuro hospital, empezarán a sospechar que las mujeres que
conviven con ellas son sustitutas de sus madres con fines perversos. A pesar de
que esta premisa tiene a todas luces mucho interés, Evolution es una obra fallida y una película que no va a ninguna
parte. Pese a la personalidad de
algunas de sus imágenes, y de que inicialmente genera una cierta curiosidad, el
interés se desvanece ante un continuo deambular sin rumbo, que acaba por dejar
paso a la certeza de que no quiere ofrecer nada en el plano narrativo con el
que había coqueteado. Algunos de los mejores momentos que ofrece, como la
relación entre una de las enfermeras y el niño protagonista, aparecen totalmente desligados de todo lo que
anteriormente hemos visto y presentados de forma algo caprichosa. Evolution se hace eterna y es
probablemente la más floja de las películas presentadas en la Sección Oficial
hasta el momento.
Mi
gran noche, el nuevo film de Álex de la Iglesia, fue presentada fuera de concurso en la Sección Oficial. Un film frenético y divertido que empieza muy pegada al humor
más negro y violento del cineasta para derivar hacia otro más desatado y gamberro
en la parte final. Una comedia a mayor gloria de Raphael y de sus letras, en la
que el cantante se ríe desde el primer minuto de su “personaje”.
Pero
no pensemos que la película se centra exclusivamente en Raphael y en el
cantante interpretado por Mario Casas. No estamos ante la lucha a muerte de
egos presente en otros trabajos de De la Iglesia como Muertos de risa (1999), sino ante una obra coral que tiene la
habilidad de entrelazar constantemente un gran número de historias distintas.
Por su unidad temporal y su concentración espacial (transcurre en una sola
noche y en apenas tres espacios diferentes) y por su tono grotesco, la película
tiene mucho de esperpento, aunque posteriormente se transforma en una fiesta
con un humor mucho más luminoso. Su retrato negro del mundo del espectáculo corre
un peligro (más ideológico que emocional): el de pretender ser a la vez una
crítica de la telebasura y generar al mismo tiempo un humor cómplice con aquellos seguidores de ese tipo de programas. En definitiva, con
sus logros y defectos, creo que se debe leer como una gran broma que no se toma
demasiado en serio a sí misma, menos crítica y más complaciente: entretenida y
divertida pero menos lograda que su película anterior, Las brujas de Zugarramurdi (2013).
Dentro
de la Sección Perlas, ayer se pudo ver Me and The Dying Girl (que se
estrenará en España con el título de Yo, él y Raquel). Ganadora del
premio a Mejor Película y del Premio del Público en el Festival de Sundance, el
film cuenta la relación de amistad que surge entre un adolescente que no se
gusta demasiado a sí mismo y una chica que padece leucemia. Se aproxima al tema
con mucho sentido del humor, aunque a base de bromas algo tontas que solo
sostienen la simpatía de los actores protagonistas. La excusa de que el chico
protagonista y otro amigo suyo sean cineastas aficionados permite introducir
guiños cinéfilos, en forma de recreaciones de sus películas favoritas, que
llegan a hacerse cansinos y repetitivos.
No
obstante, la película tiene mucha personalidad y es original en su tratamiento del cáncer adolescente. Se vuelve bastante más auténtica en su segunda
mitad, en la que el protagonista deberá confrontar sus problemas personales y
empezar a actuar por encima de sus prejuicios para ayudar a su amiga enferma. El
tramo final es muy intenso y emocionante, y los pasajes realizados por
animación, que al inicio solo servían para presentar la de forma cargante al protagonista,
empiezan a cobrar un sentido.
Aún
así, la película tiene un punto tramposo y efectista, especialmente en el uso
de una voz en off que engaña
descaradamente. Se podría justificar esto en el hecho de que la narración oral
se corresponde con la redacción de un texto que al final descubrimos que el
protagonista escribe con propósito muy claro, pero aún así a nadie le gusta
sentir que una película le miente: nunca lo hacen de forma inocente sino
buscando un efecto concreto en sus espectadores. En cualquier caso, es una
película interesante que, aunque a veces parece ser una parodia del “cine independiente norteamericano” más comercial, es bastante
sincera y hermosa hacia al final, y encara con entereza el miedo a la pérdida,
los riesgos de no abrirnos a los demás a
tiempo y lo difícil que es conocer de verdad a las personas que nos rodean.
Cerré
la jornada de ayer con el visionado de Allende mi abuelo Allende (léase
como Más allá mi abuelo Allende), un
documental realizado por Marcia Tambutti A., una de las nietas de Salvador
Allende. La película, de producción chileno-mexicana y ganadora del Premio
FIPRESCI a la Mejor Película Documental en la pasada edición del Festival de
Cannes, se programó en San Sebastián dentro de la Sección Zabaltegi (Zona
Abierta), que reúne a modo de cajón de sastre un conjunto de películas muy
diferentes que suelen ser estimulantes.
Marcia
plantea el film como un conjunto de encuentros con sus familiares (hijas y
nietos del que fuera Presidente de Chile desde 1970 a 1973). La película
empieza por analizar las heridas que dejó en su familia la experiencia del
brutal golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y el posterior
exilio. Paradójicamente, a pesar de la lucha pública de los
familiares por difundir la figura y los valores de Allende en público, el
recuerdo del patriarca “Chicho” (apelativo cariñoso por el que ellos le conocían)
en era un tema tabú entre ellos.
El
documental utiliza los testimonios de las personas que más lo conocieron para
construir un buen retrato del Allende más íntimo, con su carisma, su valor y su
compromiso político, pero también con sus obsesiones y su particular relación
con su mujer. Y es precisamente ella, “la
Tencha”, viuda de Allende y abuela de la familia, el personaje que emerge y
adquiere el protagonismo absoluto. Una mujer llena de coraje y que sacó
adelante a su familia. Ella nos hace ver que hubo una pérdida incluso más dura
para ellos que la de Allende: la de su hija Beatriz, “la Tati”, que se suicidó
en su exilio en Cuba, lejos del México donde vivían sus seres queridos. Un
ajuste de cuentas con la historia de Chile a través de una familia cuyos miembros
más jóvenes empiezan a comprender mejor el dolor y el silencio de sus mayores,
mientras que estos se abren a unos recuerdos con
los que deben reconciliarse. Una obra muy valiosa en el plano humano, familiar
e histórico que cerró de forma estupenda una jornada eclipsada por la
sensibilidad y la poesía de Davies en Sunset
Song.
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