Mauvais sang (Francia-Suiza, 1986).
Dirección y guión: Leos Carax.
Intérpretes: Denis Lavant, Michel Piccoli, Juliette Binoche, Julie Delpy, Hans Meyer, Hugo Pratt.
Fotografía: Jean-Yves Escoffier.
Montaje: Nelly Quettier.
Idioma: Francés.
Duración: 116 minutos.
El thriller levita hacia otros mundos posibles
Me gusta la
radio. La enciendes y escuchas justo la misma melodía que sonaba en tu cabeza.
Denis Lavant, como Alex en Mala sangre
Mala sangre (Mauvais sang, 1986) es el segundo trabajo del el cineasta francés
Leos Carax, conocido fundamentalmente por Los
amantes del Pont-Neuf (1991) y Holy Motors (2012). Una película
fascinante que el pasado 14 de agosto llegó a algunas salas españolas casi
treinta años después de su estreno en Francia, en una versión restaurada y
supervisada por el propio director y que en nuestro país ha distribuido Avalon.
Considerado por muchos como un film de culto, Mala sangre presenta una intriga criminal insertada en un marco de
ciencia ficción: Marc, un veterano delincuente, tiene que saldar una deuda con
una peligrosa mujer norteamericana. Para conseguir el dinero, contactará con Alex,
el hijo de un antiguo compañero suyo. Alex, conocido por todos como “Lengua
suelta” (por lo poco que hablaba de niño), es un joven muy hábil para los robos
y los juegos de cartas que acaba de abandonar a una chica que estaba
desesperadamente enamorada de él. Una vez que el chico acepte el trabajo,
entablará una extraña relación con Anna, la novia de su jefe.
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Sin
embargo, creo que no conviene leer en la enfermedad del film más que la
inquietud del cineasta por un virus muy grave en su tiempo. En realidad, la epidemia
no tiene una gran importancia en el film, y apenas se advierten algunas
consecuencias del virus en un personaje secundario de la trama (víctima
colateral de la relación de Alex con su antiguo amor). El STBO sirve más bien
de excusa que propicia el plan de los dos criminales para hacerse con el
dinero: robarán de un laboratorio la vacuna contra el virus que pronto se
comercializará, muy cotizada en el mercado. Pero para ello necesitan que Alex consiga
entrar en un recinto de máxima seguridad.
Mala sangre es una película
estupenda por muchos motivos. El principal sería la combinación perfecta que
logra entre la trama criminal, que una vez despega te mantiene en tensión hasta
el final del film; y los tiempos muertos narrativos, momentos de liberación
vibrantes en los que los personajes quedan retratados de una manera
maravillosa. Aquellos instantes en los que el film parece echar a volar
desligándose de la narración hacia terrenos pictóricos y musicales. Entre esos
momentos, destaca la divertidísima secuencia en la que Alex, después de mostrar
sus dotes de ventrílocuo, hace malabares con distintos objetos. Se construye en
torno a un sencillo plano-contraplano que muestra los trucos de Alex y las
reacciones de Anna. Buena parte de la magia de esta escena viene de algo que
podría parecernos sencillo: cómo utiliza Carax el fuera de cuadro. Los objetos
que lanza Alex por encima su plano volverán a caer metamorfoseados en otros. El
cineasta consigue hacernos brotar poco a poco esa sonrisa que el protagonista
intenta obtener de Anna. Otra secuencia muy especial sería aquella del combate
que estos dos personajes entablan armados con espuma de afeitar, en el que
persiguiéndose por la casa lo dejan todo perdido.
La
mezcla entre una historia criminal, puro thriller de robos, tiros y fugas a
vida o muerte, y un tipo de cine basado en instantes en el que aparentemente
nada sucede (al menos en el plano narrativo), y en los que los protagonistas
pueden permitirse divagar y conversar sobre aquello que les inquieta, puede
recordar al Godard de Al final de la
escapada (1960). Y así es, pero con una diferencia esencial: si las
imágenes de ese primer Godard rezumaban improvisación (tanto a nivel plástico y
compositivo como actoral), el film de Carax nos ofrece unas imágenes exquisitas
(en las que los actores tienen una gran libertad, sí, pero) que han sido
compuestas con mimo, muy pensadas y planificadas.
El
director de fotografía, que ya había trabajado con Carx en Chico conoce chica (1984), rodada
en blanco y negro, acompaña al realizador en su salto al mundo del color. Gracias
a la suma de su trabajo con el de diseño de producción (Jacques Dubus, Thomas
Peckre y Michel Vandestien) se logra una atmósfera opresiva, oscura y mate,
desaturada, y a la vez muy atractiva en su combinación de grises, negros y
pardos con el omnipresente color rojo. Una textura tan absorbente y
perturbadora como inquietantes son esos cortes a negro de montaje que, durante
unos segundos, suspenden el desarrollo de algunas secuencias, y que ya estaban
presentes en la primera película del director.
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Otro
aspecto destacable del film sería su banda sonora, en la que predominan las
canciones vocales, con letra en francés y en inglés. La música contribuye a aumentar
ese ambiente extraño, opiáceo y agobiante que generan las imágenes, y en
ocasiones los versos que las acompañan proporcionan instantes verdaderamente
aterradores: una voz masculina canta suavemente en francés una historia triste
de amor que ha vivido y espera que se compadezcan de ella, hasta que llega a
los siguientes versos: “la quería y la maté”. Y al espectador se le detiene el
corazón al sentir odio, asco, vergüenza y miedo de esa voz que le ha ocultado
con suavidad el más brutal de los finales. Terrible.
Mención
aparte merece el papel de la música en dos de los momentos de liberación y
delirio más interesantes. Uno de ellos
sería la catarsis de Alex al escuchar en la radio el Modern Love de David Bowie. El joven, después de golpearse con
fuerza unos puñetazos en su vientre (pues, según él dice, se le está volviendo
de hormigón), empieza a correr y bailar en una danza desesperada, en un solo
plano que durante un tiempo sigue su enloquecida carrera en travelling.
La
música instrumental es imprescindible también en uno de los mejores gags de la
película: una madre espera a la vuelta de la esquina a que su bebé la alcance.
El niño, que ha empezado a dar sus primeros pasos con la torpeza característica
de nuestros primeros años, avanza lentamente hacia ella. Pero en el momento en
el que todos esperamos que el niño llegue, el que dobla la esquina es Alex (seguido
del bebé, eso sí), que avanza con la misma torpeza que el pequeño. Bajo esa
capa de humor se encierra una de las ideas más poderosas y recurrentes del film:
la imagen de Alex como un niño que ni quiere ni ha dejado de serlo. Esa idea
volverá con toda su carga de humor, ternura y desasosiego en el momento en el
que Alex dice tener de rehén a un niño, al que volará la cabeza si la policía
no le deja marcharse. Cuando Alex se asoma, podemos ver que está solo, y que se
apunta a sí mismo con una pistola en la cabeza. Rehén y verdugo al mismo
tiempo, amenaza con dispararse si no le dejan escapar vivo.
Son
esas ideas las que hace que poco a poco dejemos de mirar a los personajes con
la distancia propia del entomólogo que al principio pensamos que merecen, para quedar
poco a poco cautivados con sus extravagancias y manías. Un proceso que Carax
logra incluso con algunos de los personajes más secundarios: Hans, médico que
ha sido compañero de Marc en su carrera delictiva, nos llega a parecer entrañable
en el momento en el que decide vestirse con el mejor de sus trajes antes de dar
el gran golpe, de modo que esté preparado para salir elegante en la foto de la
policía en el que caso de que los atrapen.
Carax
comentó en una entrevista a propósito de Holy
Motors que el cine es para él un territorio desde el que se puede
contemplar la vida desde ángulos muy distintos. A su vez, reconoció que a él no
le interesa el mundo en el que vivimos, sino aquel universo invisible que
habita en nosotros. El cineasta que una vez reconoció que de joven se sentía
interesado por la Luna y el océano, por los universos donde se esté libre de
gravedad, no solo logra hacernos volar y expandir nuestros horizontes de lo que
podemos esperar de una película. Renuncia además a cualquier tipo de exclusión
esnobista y nos invita a todos a bordo. Nos entrega una película redonda que
ahora tenemos la oportunidad de disfrutar además en una versión restaurada.
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