Dirección y guión: Woody Allen.
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Jamie Blackley, Parker Posey, Ethan Phillips.
Fotografía: Darius Khondji.
Montaje: Alisa Lepselter.
Idioma: Inglés.
Duración: 95 minutos.
La inspiración de Dostoievsky
Por Javier Miñón
(Crítica publicada originalmente en http://www.minicritic.es/)
El cine
atraviesa una crisis como arte, espectáculo, medio de comunicación
(o lo que puñetas sea) en los convulsos tiempos del cambio
climático. La calificación de cineasta se regala a menudo con
frecuencia ahora que los icebergs se derriten como polos en agosto.
Pero afortunadamente no todo es deshielo. Quedan heleros, refugios…
Es el caso
de Woody Allen, quien cerca de los ochenta años y una filmografía
de casi cincuenta películas escritas y dirigidas, sigue
constituyendo año tras año una cita ineludible para su legión de
seguidores. Cada entrega de Allen es una
fresca esperanza en las carteleras por su estilo irrenunciable y la
casi total seguridad de encontrar algo en sus películas, la
oportunidad de sus temas, la incertidumbre de sus personajes y su
singular mirada hacia los conflictos humanos.
Estos
conflictos con los que trabaja Allen son siempre ricos, turbadores y
con más arco social que, por ejemplo, Eric Rohmer, donde el
personaje más normalito resulta ser director de orquesta o
catedrático de metafísica. Si bien Allen da constantes pruebas de
su dominio y conocimiento de los personajes que habitan excelsas
clases sociales, tales como célebres oftalmólogos, comprometidas
psicoanalistas o mujeres engañadas por sus corruptos maridos , no
deja de interesarse también por los personajes que habitan la jungla
que tiembla a fin de mes, tales como mecánicos con sueños de
grandeza o mujeres que sueñan ser rescatadas de su infernal vida
cotidiana por un galán que rebase la pantalla.
©2015 Gravier Productions, Inc. |
Da la
sensación, al seguir su evolución, de que Allen
es, sin lugar a dudas, uno de esos escasos genios que ha dado el
séptimo arte y que su condición de autor, le hace encontrar
fecundo material cinematográfico donde otros solo encontrarían un
páramo helado y estéril en el que berrea el unánime gemido de la
ventisca. Se percibe en Allen esa bendita
condición de autor inagotable. Para él, el trabajo de escribir, de
buscar y encontrar, de hacer crecer las ideas, es siempre placentero.
Su potente y original foco de luz le conduce a alumbrar
constantemente terreno fértil, personal, distinto, siempre
cinematográfico. Se palpa en su extensa obra el gozo de crear en un
mundo propio, un confortable laboratorio casero, ajeno a modas y
presiones. Allen, refugiado en su torre de marfil, narra un mundo que
parece comprender a la perfección y al que pone en ingeniosa
evidencia narrando con pulso de cirujano las miserias de pobres y
ricos casi siempre en clave de comedia.
Ahora
llega a nuestras pantallas su última criatura, Irrational
Man, cuarta
incursión de Allen en el tema del crimen y la posterior reflexión
en torno a la culpa que emana del mismo tras la grandiosa Delitos
y Faltas, la incómoda Match
Point o la pesimista El
sueño de Casandra. El
universo generado por Dostoievsky en Crimen
y Castigo atrae como una polilla a
Allen que reflexiona sobre los oscuros recovecos, senderos y límites
de la culpa. Allen trabaja en estas cuatro
cintas con la idea de que el hombre es en potencia un asesino, si
bien su moral y su educación le llevan posteriormente a plantearse
las inaceptables consecuencias de su terrible acción y, si bien, sus
protagonistas no se arrancan los ojos ante la contemplación del
desastre como coherentes edipos, deben cuando menos administrarse
ansiolíticos o aguantar la reprimenda onírica de sus víctimas.
Todos ellos deben aprender a vivir con la culpa, bien de haber
ordenado la muerte de un ser querido para librarse de un problema que
amenaza su vida, o bien de haber ejecutado a un desconocido para
conseguir a cambio un regalo que conseguirá cambiar sus vidas.
©2015 Gravier Productions, Inc. |
En esta última entrega, un polémico profesor de filosofía llega a Braylin, una pequeña universidad de la Costa Este americana, donde va a dar clases de verano. La fama de vividor nihilista del
profesor se extiende de boca en boca creando expectativas e
incertidumbre en el campus, un microcosmos controlado, convencional y
hasta aburrido, donde alumnos de buenas familias conservadoras con
vidas trazadas y profesores fiables, desempeñan roles establecidos…
Un perfecto rebaño. La llegada del solitario
lobo no defrauda a las ovejas sea cual sea su edad. El profesor,
interpretado por Joaquin Phoenix, es un hombre joven con el
desencanto instalado en su vida. Nada parece motivarle a dejar de
autodestruirse. Despojado de convencionalismos, el profesor herido,
derrotado y defraudado de la vida, se quita la careta y se muestra
tal cual es. Sin embargo, tras ese náufrago vital se esconde un
seductor, un hombre de poderoso atractivo a pesar de la incipiente
barriga que habla de descuido y aceptación. Con los días, las
ovejas se sienten más y más atraídas por el lobo. Y el solitario
depredador empieza a sentir de nuevo las caricias y a través de
ellas una razón por la que seguir deambulando por el mundo. Mejor
morir mañana.
Y si bien
es muy creíble el cínico personaje que compone Phoenix como
profesor harto de la vida, no resulta nada lógica ni propia del
personaje la razón ni la forma en que su vida da ese giro
copernicano que le lleva a subirse de nuevo a la tabla de surf. De
ahí, probablemente, el título de la película, “un hombre
irracional”.
Sobre el bien y el mal
Sobre el bien y el mal
*Esta crítica contiene spoilers
Entre la ingente cantidad de temas que suenan a lo largo de las tres horas
que dura Casino (Martin Scorsese, 1995), hay un momento en el que
escuchamos el The “In” Crowd de Ramsey Lewis. En ese instante Sam Rothstein se
queja de tener que aguantar a un empleado del que le gustaría deshacerse para
que su local marchara mejor. Pero el funcionamiento del mundo –de ese mundo- le
obliga a mantenerlo en su puesto. Recordemos que en otro momento del film, Rothstein
decide saltarse las normas preestablecidas, despidiendo a aquel que le
molestaba. Un movimiento que traerá consecuencias nefastas para sí mismo.
El mismo tema musical es usado por Woody Allen como leit motiv incansable de su última película, en la que vuelve a
acercarse al terreno del crimen. La conexión establecida entre ambos filmes es precaria, por supuesto. La presencia
del jazz en el cine de Allen es una necesidad, y es normal que coincida con
otras películas en este aspecto. Menos casual parece la utilización de la voz en off en ambas obras. Los personajes
interpretados por De Niro y Pesci se alternaban en la narración de Casino, representando dos caras de
la misma moneda. El “bien” y el “mal”. El “civismo” y la “brutalidad”. Dos perspectivas
que también podemos encontrar en Irrational
Man, en la que también hay dos narradores que ofrecen sendos puntos de vistas
distintos sobre una misma concepción vital.
Efectivamente, Allen vuelve sobre el asesinato. Otra vez Crimen y castigo. Y de nuevo parece obligado
hablar de Delitos y faltas (1989), o de revisiones posteriores como Match Point (2005), la paródica Scoop (2006) y El sueño de Casandra (2007). Aunque en Irrational Man el director
introduce un debate moral inédito hasta ahora en su filmografía. Mientras en
los ejemplos anteriores el acto de matar era puro egoísmo, en el caso de Abe
(Joaquin Phoenix) hay cierta forma de altruismo. No se trata de eliminar un
problema que amenaza la comodidad burguesa, sino de ayudar a alguien oprimido
por los poderes corruptos. Es en esta
contradicción de hacer el bien a través del mal donde se encuentra el gran
hallazgo de un film que supone un giro más en las reflexiones del autor sobre
las consecuencias del crimen.
El nihilismo siempre
presente en pequeñas dosis en el arquetipo alleniano es llevado al extremo por
el protagonista del film. Un hombre abatido por la miseria humana, una mente
brillante asfixiada hasta la muerte. El desprecio por la mezquindad de la
propia especie es llevada a su nivel más alto. Y así, no es ayudar a una
mujer desesperada por la injusticia lo que alivia a Abe. Es el hecho de
eliminar –literalmente- parte de la podredumbre moral lo que le devuelve esa
energía vital que le habían robado. El acto de generosidad se revela entonces
como egoísmo, como terapia imprescindible para la propia supervivencia. O ellos
o yo.
En ese viaje el protagonista se convierte en aquello que tanto desprecia. Las
posibilidades que se abrían con ese brillante giro son infinitas, pero Allen se
centra en el envilecimiento de un personaje al que acaba castigando. En el
tramo final el director retoma la senda de Delitos
y faltas: el sálvese quien pueda, el crimen por el crimen. La coartada
moral desaparece, y el asesinato pasa a ser una forma de solucionar problemas personales. No
hay salida. Es imposible vencer al mal. Hacer
lo “correcto” implica aceptar la derrota. Luchar con sus mismas armas implica
forma parte de él. Judah Rosenthal y Chris Wilton salen triunfantes de su
amoralidad en Delitos y faltas y Match Point, algo que no ocurre con el desorientado Abe.
Estamos pues ante una
de las películas más profundamente pesimistas de su director, quien utiliza un
tono aparentemente ligero en determinados momentos. Algo parecido a la comedia, que es más bien humor negro que desconcierta e hiela la sangre. A veces, detrás de
esa etiqueta de “película menor” que muchos se apresuran a poner a ciertos
trabajos del neoyorquino, se esconden obras de mucho más calado del que
aparentan a simple vista.
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