Maze Runner: The Scorch Trials (USA, 2015).
Dirección: Wes Ball.
Intérpretes: Dylan O'Brien, Thomas Brodie-Sangster, Kaya Scodelario, Ki Hong Lee, Giancarlo Esposito, Aidan Gillen, Patricia Clarkson.
Guión: T.S. Nowlin; sobre la novela de James Dashner.
Música original: John Paesano.
Fotografía: Gyula Pados.
Montaje: Dan Zimmerman.
Idioma: Inglés.
Duración: 131 minutos.
No hay salida
Por Alberto Gallardo
Los grandes estudios norteamericanos parecen haber encontrado un filón a explotar en las adaptaciones a la gran pantalla de cierto tipo de best-sellers juveniles que podríamos calificar de "distopías light". De Los juegos del hambre a Divergente, pasando por algún guion original que imita el modelo (la decepcionante Tomorrowland de Brad Bird) estos relatos funden -con desigual suerte- épica blanda, pulsiones juveniles de diversa índole y alegóricas críticas al totalitarismo camufladas entre la más diversa parafernalia tecnológica.
Wes Ball debutó en el largometraje con El corredor del laberinto, adaptación de la novela del escritor James Dashnel, y se hace cargo también secuela que llega a los cines tras las buenas cifras de taquilla de la original. Como todo best-seller escrito con plantilla genérica, la historia de Dashnell viene presentada en tres entregas que conocerán otras tantas adaptaciones fílmicas. Una más, quizá, si el estudio ve la posibilidad de maximizar la rentabilidad partiendo en dos el capítulo final. Todo por la pasta.
Si bien, dentro de sus limitaciones, Divergente contaba con un punto de partida interesante que apuntaba a los peligros de la sociedad de castas y el hiperliderazgo y Los juegos del hambre poseía una heroína carismática al frente de su resultona distopía de influencia orwelliana, la película de Ball (nos tememos que también la novela de Dashnel) no se esfuerza en dotar a su escenario de ficción post-apocalíptica de un componente alegórico que eleve a su historia de la categoría de fantasía trivial y, lo que es peor, rutinaria.
Por otra parte, si la dolorosa ausencia de carisma de los personajes en la primera entrega podía achacarse a un discutible punto de partida -que niega al espectador información alguna sobre el pasado de los personajes o los orígenes de esa especie de prisión ultramoderna que apodan como ‘El Area’- el problema se agudiza en esta secuela en la que tras un breve flashback, la acción nos sitúa justo donde nos dejaba el anterior capítulo, para girar sin pudor hacia el survival horror de modo tan ruidoso como insustancial y desalmado, en el que nos importa un pimiento el destino de los protagonistas (incluidas las nuevas incorporaciones).
En cuanto a Dylan O'Brien, el actor viene a sumarse la lista de ídolos carpeteros de modelo enclenque, al estilo Logan Lerman o Scott Neustadter, pero sin el aire tierno del primero ni el tufillo intelectual del segundo. Su rostro es el vacío absoluto. Un flagrante error de casting que se intuía en la primera parte y se confirma en el segundo capítulo, aunque lo cierto es que su unidimensional personaje no le da demasiadas opciones de reivindicarse. Por su parte la gran Patricia Clarkson sigue a lo suyo, un par de escenas de relleno y a recoger el cheque. La piscina, claro está, no se paga sola.
En definitiva, El corredor del laberinto: Las Pruebas es una secuela larga, arrítmica, carente de progresión dramática y rácana en emociones auténticas, que queda reservada a los más radicales fans de la aventura juvenil postapocalíptica que disfrutaron con la primera parte. El resto tendrán que contentarse con la aparición de Aidan Gillen, un oasis en un desierto de personajes endebles, y con un combate final competentemente rodado. Escaso premio no obstante para tan aparatoso intento.
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