Les trois frères, le retour (Francia, 2014)
Dirección: Didier Bourdon, Bernard Campan, Pascal Légitimus.
Intérpretes: Frédéric Dorkel, Jason François, Mickaël Dauber, Moïse Dorkel, Philippe Martin.
Guión: Didier Bourdon, Bernard Campan.
Música original: Olivier Bernard, Didier Bourdon.
Música original: Olivier Bernard, Didier Bourdon.
Fotografía: Pascal Caubère.
Montaje: Jeanne Kef.
Idioma: Francés.
Duración: 106 minutos.
Gabachada vetusta
Por Ricardo González Iglesias
Si Tres hermanos y una herencia fuera una película de cine español,
estaríamos ante una secuela fuera de tiempo y forma del género conocido como
españolada. Pero como el film proviene del otro lado de los Pirineos, nuestra
cartelera se presta, seguramente por obligación contractual, a mostrar esta
comedia de brocha gorda, de humor alocado y que carece de la poca gracia que tenía
su predecesora Tres hermanos… muy primos
(Les inconnus, 1995).
Un humor alarmantemente simplón,
trufado en algunos momentos de superados gags racistas y clasistas de dudosa
gracia ya, es el corpus del trasnochado gracejo que despliega este reconocido
grupo cómico francés, de éxito incontestable en la década de los 90, y reunido
de nuevo para perpetrar Tres hermanos y
una herencia. En vista del resultado obtenido, el parón autoimpuesto hace
unos años les ha dejado en la cuneta del gusto cómico actual. Porque aunque
todo está permitido en la comedia, y cuanto mayor sea el exabrupto y menores
los ambages políticamente correctos mejor para la salud del humor insurrecto, Tres hermanos y una herencia demuestra
que la combinación anacrónico-burguesa de costumbrismo, superficialidad, humorada
gruesa y picaresca ya no funciona, o no al menos en el descolocado tono
propuesto por Les inconnus.
El tufillo a alcanfor que transmite
invita al incauto espectador que busque una sonrisa en las calurosas tardes de
verano a huir de Tres hermanos y una
herencia, a riesgo de terminar penetrando en el oscuro agujero
espacio-temporal de un producto cinematográfico cercano a la recalcitrante
caspa de películas del cine patrio, nacidas vetustas y abochornantes bajo el
amparo o la justificación de algunos de nuestros cómicos de éxito incuestionable,
como Aquí huele a muerto… (¡pues yo no he
sido!) (Álvaro Sáenz de Heredia, 1990) o Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (Álvaro Sáenz de
Heredia, 1996). Al menos Martes y 13 o Chiquito de la Calzada contaban con la
entrañable identificación y comprensión del público a un cutrerío cinematográfico
muy nuestro, suficientemente atroz como para, además, tener que cargar con reliquias del vodevil francés.
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