The Age of Adaline (Estados Unidos, 2015).
Dirección: Michael Cuesta.
Intérpretes: Jeremy Renner, Mary Elizabeth Winstead, Ray Liotta, Michael Sheen, Barry Pepper, Andy Garcia, Rosemarie DeWitt.
Guion: Peter Landesman, sobre los libros de Gary Webb y Nick Schou.
Música original: Nathan Johnson.
Fotografía: Sean Bobbitt.
Montaje: Brian A. Kates.
Idioma: Inglés.
Duración: 112 minutos.
Una tibia historia de amor
Por Ricardo González Iglesias
El cine nos ha regalado grandes
historias de amor, melodramas al borde del paroxismo que perpetúan en nuestra
sociedad una falsaria aprehensión del querer al uso romántico. El secreto de Adaline profundiza en las
procelosas aguas del amor imposible por imposición sobrenatural, que lleva a
los personajes al sufrimiento compartido, debido a una pirueta narrativa que
convierte a la protagonista en un eterno, inalterado e inalterable objeto de
deseo transmitido (casual o causalmente) de generación en generación, haciendo
sucumbir a toda la prole masculina de una misma familia.
El secreto de Adaline juega con determinados elementos de
otros filmes adscritos más o menos al género, o donde el amor es eje
fundamental de los mismos. El film intenta soportar ecos en su guion, por
comparación y sin fortuna a pesar de su solvente ejecución, que lo emparentan
con El curioso caso de Benjamin Button
(David Fincher, 2008) en el tratamiento y efectos de un hecho extremadamente
singular que roza lo sobrenatural; El
diario de Noa (Nick Cassavetes, 2004) en el dilatado tratamiento narrativo
de lo temporal; o Magnolia (Paul
Thomas Anderson, 1999) en la justificación serendípica de la acción, a través
de un sujeto de enunciación cuyo discurso en off queda circunscrito
aleatoriamente a las necesidades formales y estilísticas del guionista. Estas
confrontaciones o referencias, más o menos explícitas en el film, asaltan al
espectador a modo de deja-vù cinematográfico, obrando negativamente
sobre la percepción global de la película.
Una irregular intensidad, una
impecable estética y ambientación, una eficiente realización y una Blake Lively
que inunda la pantalla, con una belleza etérea y una elegancia atemporal al
alcance de pocas actrices (perfecta para el papel protagonista), convierten a El secreto de Adaline en un film que
responde tibiamente a cualquier atisbo de esperanza o capacidad de
engatusamiento que pueda generar en la ávida audiencia del épico y sufrido género
melodramático.
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