Court (Chaitanya Tamhane. India, 2014)
Las flores que saldrán de mi cabeza
Los gigantes se vuelven bebés; los bebés se vuelven gigantes.
Verso de la canción Time To Know Your Enemy que el protagonista de Court interpreta en el film.
Tamhane presenta un elaborado caleidoscopio argumental en el que nos mostrará las historias y las vidas que existen detrás de aquellos que participan en el juicio: el anciano Tamble, el agente de policía que lo investiga, el abogado defensor, la fiscal e incluso el juez del proceso. El tribunal al que se refiere el título sirve por tanto como excusa para profundizar en el funcionamiento del sistema judicial y, sobre todo, en las particularidades y divisiones étnicas, culturales, lingüísticas y económicas de la sociedad india.
El director emplea la cámara de una forma pausada y distante. Los planos son largos: el cineasta mantiene la duración y el pulso de cada imagen lo suficiente como para permitirnos observar a nuestro gusto cada situación desde una perspectiva similar a la que tendría alguien que asistiera por curiosidad al juicio. Los personajes son tratados con ecuanimidad y en unas pocas secuencias tenemos la sensación de conocer en profundidad sus rasgos y carácter.
El film brinda grandes momentos de humor al contraponer en cuestión de segundos un homenaje al abogado por su contribución en la defensa de los derechos humanos con una discusión banal que tiene con sus padres, que le siguen tratando como a un niño; o al contrastar la seriedad del juez en el juicio con las vacaciones que toma poco después en un resort turístico en el que recomendará a un amigo una solución mágica a un problema médico.
Court ofrece una sátira feroz y muy aguda acompañada de momentos genuinamente bellos y emocionantes, como la declaración en el juicio de la viuda del hombre fallecido en las alcantarillas, o las letras y actuaciones del cantautor protagonista. Es sin duda una de las mejores películas que pudieron verse en el Atlántida Film Fest: un fascinante retrato de la sociedad india que debería animarnos a preguntarnos por el funcionamiento de nuestro sistema judicial, por nuestras desigualdades y por nuestros rasgos característicos (y paradójicos) como sociedad diversa, plural y cainita.
Sergio Diez Sánchez
Tales (Rakhshan Bani-Etemad. Irán, 2014)
Cuentos que confiar
De la imperiosa y angustiosa
necesidad de expresarse, de decir a pesar de todo, nacen las historias que
componen Tales, la última e imprescindible película de Rakhshan
Bani-Etemad, considerada la primera cineasta iraní y una de las figuras más
laureadas en su país (Locarno o Moscú). Tan íntimamente bella como
desgarradoramente dolorosa, el excepcional guión (Premio al Mejor Guión en la
Mostra de Venecia) despliega una caleidoscópica mirada que responde a los
miedos y las dudas de sus autores, pero que también consigue atrapar un Teherán
en plena ebullición, aunque solo sea en el interior de sus ciudadanos.
Declaraciones de amor, grabaciones ilegales, protestas obreras, injusticias
burocráticas o secretos soterrados son confiados al espectador en apenas unos
minutos que sirven para desnudar a sus protagonistas. Como si se tratase de
una verdad difícil de confesar, los personajes de Tales nos hablan de tú
a tú, con una crudeza rara veces inmortalizada por el cine.
Inscrita con naturalidad en la
línea contestataria y social de coetáneos como Kiarostami, Farhadi o Panahi, Tales
es el resultado de la pericia de Bani-Etemad, quien se negó a plegarse a la
censura impuesta por las autoridades iranís y decidió hilvanar diferentes
cortometrajes a través de algunos personajes que se repiten a lo largo del
metraje del film. Nada nuevo pueden pensar, pero en su ejecución sutil y en su
carácter de obra definitiva es donde la película emerge como un título notable,
aunque son sus magníficos intérpretes (Peyman Moaadi, Golab Adineh o
Mohammadreza Forootan, entre otros) los encargados de aportar prodigiosos
destellos de perfección. Merced de la cámara oscilante de la cineasta y
de sus cuidadas elipsis, Tales se antoja como un retrato tan entretenido
como, definitivamente, verdadero. Prueba de ello, el magnífico broche de oro
final, toda una declaración de intenciones donde la cineasta reivindica el
poder del cine como instrumento contra la censura y la opresión.
Antonio Cabello
Life in a Fishbowl (Baldvin Zophoníasson. Islandia, 2014)
Identidades cruzadas
Las historias cruzadas son un jugoso recurso, muy habitual del cine de tesis. Si bien cineastas como Robert Altman o Paul Thomas Anderson han sabido exprimir al máximo sus posibilidades narrativas en obras tan destacables como Short Cuts o Magnolia, otros directores con más ambición que talento, como Paul Haggis, han utilizado el subgénero para reiterar y subrayar un eslogan lanzado violentamente a un espectador indefenso ante la insistencia.
Por desgracia, la islandesa Life in a Fishbowl envuelve en cada una de sus historias enlazadas un mensaje sobre la doble identidad más cercano a la obviedad de Crash que a la complejidad de discurso de cineastas mayores como los anteriormente citados. Con una realización plana, un reparto poco destacable y unas historias que oscilan entre lo previsible, lo intrascendente y lo inverosimil, el film de Baldvin Zophoníasson cae irremediablemente en el abismo de la mediocridad.
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