Sangre fresca
Veamos. Tenemos una vampira taciturna que acecha entre las sombras con chador y deportivas y se mueve en monopatín. Tenemos un traficante, un yonki y una puta. Tenemos un jardinero metido a camello. Tenemos un precioso coche clásico. Tenemos una esmerada fotografía en blanco y negro plagada de planos primeros y aberrantes. Tenemos romance. Una banda sonora apropiada y referencias a Leone, Jarmusch, Lynch, Godard, el horror clásico y el cómic. Tenemos una peripecia que transcurre en un ficticio pueblo iraní que se llama Bad City. En fin, lo complicado con todos estos ingredientes sería hacerlo mal.
Ana Lily Amirpour debuta en el largometraje con una adaptación de su propia novela gráfica (del mismo nombre que la película) más centrada en la atmósfera de lo que quiere contar que en lo que quiere contar. Cuidado, porque esto -al menos en el caso que nos ocupa- no es malo. Nada malo atendiendo a los resultados. ¿Significa eso que la historia no merece la pena? No, no. Significa que lo primero que a uno le viene a la cabeza después de verla es la mesmérica presencia de Sheila Vand parada en un callejón oscuro antes que tal o cual giro de guión. La realizadora de origen persa saca partido a la poderosa imaginería que ha creado y se recrea a su antojo en ciertas escenas y en la adición de insertos que, en teoría, no tienen ninguna relación con la trama. A Girl Walks Home Alone at Night es una buena película. Si fuera un videoclip estaríamos hablando de una obra maestra.
Ana Lily Amirpour debuta en el largometraje con una adaptación de su propia novela gráfica (del mismo nombre que la película) más centrada en la atmósfera de lo que quiere contar que en lo que quiere contar. Cuidado, porque esto -al menos en el caso que nos ocupa- no es malo. Nada malo atendiendo a los resultados. ¿Significa eso que la historia no merece la pena? No, no. Significa que lo primero que a uno le viene a la cabeza después de verla es la mesmérica presencia de Sheila Vand parada en un callejón oscuro antes que tal o cual giro de guión. La realizadora de origen persa saca partido a la poderosa imaginería que ha creado y se recrea a su antojo en ciertas escenas y en la adición de insertos que, en teoría, no tienen ninguna relación con la trama. A Girl Walks Home Alone at Night es una buena película. Si fuera un videoclip estaríamos hablando de una obra maestra.
Miguel Montañés
El terror simétrico
De telón de fondo, Ulrich Seidl
(productor) y Michael Haneke (cuyo Funny Games ejerce una influencia
capital); detrás de las cámaras, Veronika Franz y Severin Fiala, la primera,
mujer a la postre de Seidl, y el segundo, colaborador del austríaco; y
justo delante de los focos, Susanne Wuest, Elias Schwarz y Lukas Schwarz,
partícipes de un brillante juego de extrañamiento e impostura que mantendrá
perplejo al espectador durante sus 99 minutos. Una vez resuelto, la
sorpresa se reduce, pero lo importante reside, una vez más, en el camino que
nos lleva hasta el desenlace. Hasta ese instante, la película se antoja como un
signo de interrogación, una ecuación donde somos incapaces de hallar el valor
de la X.
Este retorcido juego que se
desvela como convencional en su tramo final, nos constriñe en una gigantesca
mansión en medio de la nada. No hay ningún planteamiento al uso, sino que
la obra nos sumerge en un universo de simetrías, de desdoblamientos (en un
primer tercio que recuerda al trabajo del espacio natural que realizan
cineastas como Terrence Malick)... Aquellos que protagonizan dos hermanos
gemelos -Elias y Lukas, que utilizan sus nombres reales- que se internan en la
oscuridad de un túnel para encontrar al Otro. Este cruel escenario, disfrazado
de idílico, espera a la madre de los niños.
A partir de este punto de
inflexión comienza a operar la excelente dosificación narrativa que nos
mantendrá en vilo: ¿Por qué se ha hecho la madre una operación de cirugía
plástica? ¿Dónde está el resto de la familia si la hay? ¿Qué ha ocurrido entre
el trío protagonista? A través de este juego de preguntas, Goodnight
Mommy se adentra en un terror sumamente perturbador, violento y, por qué
no, bello. Erigida sobre el talento cinematográfico que rezuma Austria, la
película nos presenta a una lista de figuras que convendría seguir de cerca,
entre ellas el director de fotografía Martin Gschlacht -atentos al hipnótico
uso de las persianas como contraste, muy cerca del Béla Tarr de Armonías de
Werckmeister-.
Antonio Cabello
Un cocido sin sal
Con unos créditos iniciales al más puro estilo pulp de los setenta, una banda sonora tarantinesca, una buena dosis de salvajismo a lo Takashi Miike, la estética típica del manga japonés y una orgía de sangre y violencia durante todo el metraje, es difícil hacerlo mal. Y aún así, es posible. Partiendo de una premisa muy de telefilme, la desaparición de una joven y la búsqueda que realiza su padre, un malhumorado antihéroe basado en el Choi Min-sik de Oldboy, Tetsuya Nakashima hace un intento de revolucionar el thriller incluyendo todo tipo de locuras contemporáneas; como el montaje frenético o la representación de una diversa sociedad japonesa que combina la modernidad con lo tradicional, hasta llegar a mostrar la maldad más extrema de una juventud nipona en decadencia.
Un thriller que mezcla la droga, las bandas callejeras e incluso la yakuza con unas intenciones esteticistas y caricaturescas que no acaban de cuajar. Cierto es que su propósito de evidenciar y criticar la sociedad japonesa no deja de resultar interesante; y que el tratamiento de la imagen, su montaje esquizofrénico y la forma fragmentada y salvaje en que desarrolla la narración podrían ser puntos a su favor. Pero el caos atemporal creado por una serie de confusos flahsback de diversos tiempos y lugares, el constante afán referencial que remite al cine coreano del género y recursos muy norteamericanos, hacen de este un filme cuya principal característica es una preocupante carencia de estilo propio.
Un thriller que mezcla la droga, las bandas callejeras e incluso la yakuza con unas intenciones esteticistas y caricaturescas que no acaban de cuajar. Cierto es que su propósito de evidenciar y criticar la sociedad japonesa no deja de resultar interesante; y que el tratamiento de la imagen, su montaje esquizofrénico y la forma fragmentada y salvaje en que desarrolla la narración podrían ser puntos a su favor. Pero el caos atemporal creado por una serie de confusos flahsback de diversos tiempos y lugares, el constante afán referencial que remite al cine coreano del género y recursos muy norteamericanos, hacen de este un filme cuya principal característica es una preocupante carencia de estilo propio.
Irene Galicia
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