Por Manuel Barrero Iglesias
Me
siento fraudulento al escribir un texto sobre Cavalo Dinheiro.
Me produce mucho respeto Pedro Costa, cuya obra no conozco en
profundidad. No voy a disculparme con torpes excusas. No tiene ningún
perdón que hasta ahora solo hubiera visto un film del portugués,
entono el mea culpa. Lo único que puedo decir es que prometo
subsanar el error. Varios compañeros críticos a los que admiro
mucho consideran a Costa como uno de los creadores más importantes
de los últimos años. Es a ellos a quienes tenéis que leer, porque
llevan años publicando textos y estudiando su cine. Porque saben más
y mejor. Yo me siento pequeño. Y no solo por mi escaso bagaje
previo, también por la altura intelectual que alcanza un film como
Cavalo Dinheiro.
Pedidas
las correspondientes disculpas, abordamos nuestra superficial
aproximación a un film en el que el director prolonga su relación
con Ventura. Desde que en 2006 protagonizara Juventud en marcha,
la obra de Costa gira en torno a esta apasionante figura, la de un
obrero caboverdiano residente en las afueras de Lisboa ya jubilado.
Precisamente mi acercamiento a su cine llegó con Ne change rien
(2009), el único trabajo de esta última década que no tiene nada
que ver con Ventura, con lo cual mi análisis tiene aún menos valor.
La presencia de Ventura le permite a Pedro Costa reconstruir el
pasado reciente de Portugal a través de sus ojos y sus palabras.
Fotografía: Magdalena Orellana |
Lo
valioso del trabajo del director es que construye sus filmes junto a
su(s) protagonista(s). Son ellos los que tienen la palabra y ahí
está la gran verdad de su cine. Y hablamos en plural porque no solo
de Ventura viven las películas de Costa. Hay más personajes que
desfilan ante la cámara, y en esta ocasión es imposible no rendirse
ante la presencia de Vitalina Varela, fascinante hasta lo doloroso.
Cavalo Dinheiro parte de un tema concreto -la Revolución de
los Claveles- para hablar de otras muchas cosas. De la vida y la
muerte. De la memoria y el olvido. Como siempre, están presente la
inmigración y la pobreza, pero Costa nunca pretende hacer un retrato
social de nada. Esto es algo que surge desde las mismas entrañas del
film. Resulta apasionante escuchar y leer lo que evoca la película
en cada espectador que se acerca a ella.
La
complejidad de la construcción es mérito de Costa, que no se limita
a ser simple observador de los personajes. Él utiliza todo lo que el
medio cinematográfico pone a su alcance -aunque siempre con escasos
recursos económicos- para hacer de su cine una experiencia rica en
subtextos y sensaciones, desbordante de capas y lecturas. Por
poner un ejemplo, el asombroso uso de la luz y las sombras,
aumentando esa sensación fantasmagórica que envuelve todo el relato
de Cavalo Dinheiro.
Filmadrid
es ya un hecho. El Festival de Cine que muchos queríamos para la
capital de España ya está aquí. Desde luego, comenzar con la
proyección de esta película es toda una declaración de intenciones
de lo que nos esperaba durante todo el certamen. Y de lo que nos
esperará, esperemos, durante muchos años.
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