Por Manuel Barrero Iglesias
Mientras buena parte del público de Filmadrid se preparaba para ver Adiós al lenguaje en 3D (de la que nosotros ya hablamos tras su paso por Sitges), nosotros nos dedicábamos a la sección oficial, en la que pudimos ver dos trabajos procedentes de los dos grandes gigantes mundiales: Estados Unidos y China. Es obvio que ambos dirigen sus miradas a las trastiendas de sociedades que se venden al exterior como éxitos inquebrantables, pero cuyas grietas somos capaces de ver a kilómetros de distancia.
En Stinking Heaven (Nathan Silver, 2015) tenemos a un grupo de exadictos que conviven en una casa para combatir sus problemas con las drogas, lo que implica afrontar sus problemas y miedos más profundos y reales. El film está ambientado en la New Jersey de los años noventa, época en la que abundaban los dramas indies sobre las dificultades que entraña ser humano dentro de una sociedad próspera. Cineastas tan interesantes como Jim Jarmusch, Gus van Sant, Abel Ferrara o Hal Hartley cuestionaron el concepto de ese sueño americano que tan bien se había vendido décadas atrás. Pero los márgenes del cine hollywoodiense fueron fagocitados poco a poco por el sistema, y el cine indie ha ido derivando más en una marca que un verdadero espíritu radical e independiente. Por supuesto, que han ido surgiendo nuevos -o se han mantenido algunos antiguos- cineastas que han seguido dinamitando las convecciones. Pero no es menos cierto que existe ese cine híbrido que se ha asentado en la industria, y que vende lo que no es. Silver quiere recuperar con su película ese espíritu libre en el que tiene más importancia la improvisación que el cálculo. Y así se acerca a unos personajes que vuelan de la mano de sus intérpretes, sin buscar el acabado perfecto y límpido. El cine libre es, por definición, imperfecto. Y aquí tenemos a un puñado de intérpretes entregados a sus personajes y a un director empeñado en captar su esencia.
Y del pasado al presente. De América a Asia. La China actual es un gigante contradictorio: comunista por fuera, capitalista por dentro. Su crecimiento económico está inevitablemente unido al aplastamiento de su propia identidad. Ya en 2006 Jia Zhang Ke nos mostró en Nauraleza muerta los efectos devastadores de las grandes construcciones sobre la población. En esa línea se sitúa Li Wen at East Lake (Li Luo, 2015), donde la belleza natural de Wuhan se ve arrinconada por construcciones que van de un parque temático hasta un aeropuerto, pasando por edificios para turistas. Un punto de partida que se bifurca en varios caminos, dibujando un retrato global de la China actual. La realidad y la ficción se entremezclan en un trabajo al que no le da miedo adentrarse en varios caminos temáticos, todos ellos apasionantes.
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