Phoenix (Alemania-Polonia, 2014).
Dirección: Christian Petzold.
Intérpretes: Nina Hoss, Ronald Zehrfeld, Uwe Preuss, Nina Kunzendorf, Michael Maertens.
Guión: Christian Petzold, Harun Farocki; sobre la novela de Hubert Monteilhet.
Guión: Christian Petzold, Harun Farocki; sobre la novela de Hubert Monteilhet.
Música original: Stefan Will.
Fotografía: Hans Fromm.
Montaje: Bettina Böhler.
Idioma: Alemán, inglés.
Duración: 98 minutos.
Lucidez envuelta en niebla
Por Sergio Diez Sánchez
Phoenix comienza con dos mujeres que cruzan la noche camino a Alemania, después de una pesadilla que no acabó hasta junio de 1945, o quizá incluso hasta más tarde. Lene trae de regreso a Berlín a Nelly, una cantante de origen judío que, terriblemente desfigurada después de su paso por Auschwitz, tiene todo su rostro cubierto por un vendaje. Un soldado les da el alto y obliga a Nelly a enseñar su cara. Ella se quita las vendas: a la reacción de horror del soldado le sigue una tímida disculpa de quien ha abusado de su poder para humillar de nuevo a una víctima. Las heridas de Nelly no se nos harán nunca visibles, y crecerán con nuestra imaginación. Un cirujano ofrece a Nelly la posibilidad de reconstruir su rostro.
El film está claramente
dividido en dos partes, y la primera de ella cabría interpretarla como un
preludio para el verdadero núcleo argumental. En esta primera fase, la historia
se centra en la relación entre Lena y Nelly. Lena es una mujer fuerte que
quiere que Nelly se vaya a vivir con ella a Palestina. Busca huir hacia adelante
y dejar atrás Alemania. Aunque por sus palabras parezca que es una mujer que
mira hacia el futuro, en el fondo es consciente de que pasará toda su vida
agarrada con ira y odio al pasado.
Nelly en cambio lo
único que quiere es volver a ser aquella que dejó de ser cuando la detuvieron.
Reencontrarse de nuevo con su marido y retomar una vida en común que les fue
arrebatada demasiado pronto. El personaje del marido, Johnny, es el que
encamina la película hacia otro tipo de film distinto: un cuento triste de amor
y de fantasmas, una historia de obsesión y renacimiento. Johnny no reconoce en
Nelly a su mujer, a la que cree muerta. Sin embargo, está interesado en
reconstruir sobre ella con minuciosidad a la Nelly que recuerda.
Phoenix
(2014),
el nuevo film del director alemán Christian Petzold, recibió el Premio de la
Crítica-FIPRESCI en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de San
Sebastián. El anterior film de Petzold, Bárbara(2012), por el que recibiría en 2012 el Oso de Plata al Mejor Director en
el Festival de Berlín, revisaba la historia reciente de Alemania con una trama
situada en la Alemania del Este, a finales de los setenta. En esta ocasión, el
cineasta sitúa su drama amoroso en los días posteriores a la caída del nazismo.
Ese contexto le sirve para preguntarse por los comportamientos que permitieron
el auge y establecimiento del régimen nazi, pero desde una perspectiva original
al poner el acento en cómo actuaron después de la guerra aquellos que con su
silencio habían sido cómplices.
La premisa de la
película, un hombre que, turbado por el parecido de una chica con su mujer
muerta, se empeña en reconstruirla, podría formar parte de ese conjunto de
films herederos de la obsesión primigenia de Vértigo (De entre los muertos) (1958). En este caso, la
originalidad reside en cambiar el punto de vista y hacer que la protagonista
sea la chica: la superviviente, el barro sobre el que el marido reconstruirá a
la mujer que recuerda. Nelly accede a cambiar por amor a Johnny como si el
tiempo se hubiera suspendido esos años.
Phoenix
tiene
un gran número de virtudes. Entre ellas, unas excelentes interpretaciones,
(especialmente de Nina Hoss y Ronald Zehrfeld, pareja protagonista también de Bárbara); y cierra con una poderosa
escena final, llena de emoción, en el que hace un uso magistral de la música y
de la letra de Speak Low, una canción
que liga la historia de Lena y Nelly con la de Nelly y Johnny. La música tiene un papel narrativo muy importante en todo el
film, y siempre se utilizará para profundizar en los estados de ánimo de los
personajes.
Phoenix
un
cuento sobre el olvido, el perdón y el renacimiento con puntos estéticos en
común con Los ojos sin rostro (1960),
pero en el plano emocional quizá tenga más puntos en común con su
reconstrucción posterior de Almodóvar en La
piel que habito (2011). En Phoenix,
sin embargo, aunque la ambición histórica del film amplifica el drama, también
genera conflictos. La inverosimilitud de algunos recursos propios del melodrama
(odiosos para algunos, muy disfrutables para espectadores como yo), especialmente
en relación con la reconstrucción del rostro de la chica, contrasta un tema
histórico tan grave como la Shoah. El film me interesa precisamente porque
plantea un problema: un espectador puede sentirse turbado moralmente en un film
de atmósfera, turbio y elegante creado sobre un drama histórico tan crudo. El
exceso de estilización, construida sobre algunos tópicos de representación del
cine negro histórico, hace que la reconstrucción de la Alemania de esos años
resulte artificial y menos orgánica que la recreación histórica que el director
logró en Bárbara.
No conviene ser
dogmáticos en un territorio tan espinoso como este, pues está claro que la
película destila una emoción muy auténtica, y que la crudeza de un momento
histórico no obliga a representarlo estéticamente de una sola forma (ni
invalida las otras opciones). La propia Phoenix
reflexiona sobre la representación o puesta en escena del horror, de las
consecuencias del mal y de las decisiones del pasado. Lo más brillante del film
es el análisis que hace de una sociedad enferma: no solo cómo un país puede
vivir en una normalidad aparente hasta segundos antes de su caída en el abismo
(esas fotografías de celebraciones entre amigos y de comidas en el campo, sobre
las que posteriormente se ha identificado a aquellos que después fueron nazis y
a aquellos que, por su condición de judíos, serían asesinados); sino cómo una
inmensa mayoría de personas, para sobrevivir, vuelven la espalda a los
acontecimientos recientes para convivir con ellos de forma distante e
idealizada. Nadie quiere saber cómo era vivir en los campos. A nadie le extraña
ver volver de Auschwitz a una prisionera intacta, con su mejor vestido,
maquillada, radiante, estupenda. Phoenix es
un recordatorio incómodo y una reflexión original, pero también un film
envuelto en brumas, turbador y contradictorio.
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