En busca de la felicidad
Poco importa en la fragmentada y peculiar narrativa de Sueñan los androides la naturaleza humana de los personajes, o su ausencia de ella. Porque todos ellos se arrastran a través de una distopía, aterradoramente cercana y familiar, en busca de un sentido último de todo, de un alma descarnada en algún momento, de unas raíces perdidas en el camino de un progreso inundado de subempleos e infraviviendas. Una búsqueda constante de la trascendencia, amenazada por un arbitrario sistema que consigue la alienación, la apatía, el hastío y la cosificación mundana a través del miedo y la eliminación.
Una realización impecable, con una excelente composición fija de la imagen que recuerda al mejor Antonioni de El desierto rojo, a los tableaux vivant de Kitano o a los impecables pillows shots de Ozu, coloca a Sueñan los androides como una original propuesta, con explícitos ecos del existencialismo futurista de Blade Runner, junto a un casticismo que nos devuelve inmisericorde un preciso reflejo de nuestro miserable destino, en un inmenso resort cutre-deluxe como contenedor de los desechos culturales de una superestructura althusseriana sugerida, que funciona como reducto auténtico de la verdadera humanidad perdida.
Una de las películas más personales de los últimos tiempos del cine español, que ofrece un gran soplo de aire fresco al mismo y que coloca la personal visión de su director, Ion de Sosa, en destacado miembro del llamado Otro Cine Español, conjugando hábilmente lugares tan aparentemente ajenos como la ciencia-ficción o el surrealismo, todo ello irónicamente ambientado en un Benidorm que sirve de perfecto escenario apocalíptico y engullidor de la esencia humana.
Ricardo González Iglesias
Dos disparos (Martín Rejtman. Argentina, 2014)
Tiros de advertencia
Una calurosa mañana, Mariano encuentra una pistola y se pega dos tiros, uno en la cabeza y otro en el estómago. Milagrosamente, sobrevive, y sin secuelas aparentes más allá que una bala que se le ha quedado alojada dentro del cuerpo. Sin embargo, aunque poco evidentes, las consecuencias de su acto se van a reflejar a un nivel emocional en él mismo y en aquellos que lo rodean. Martín Rejtman, considerado el fundador del Nuevo Cine Argentino de los 90, va presentando personajes que entran y salen de la historia, deambulando como robots que no expresan sentimientos sobre la actitud de Mariano (ni sobre ninguna otra cosa). No hablan mucho, eso es cierto, pero cuando lo hacen, es para decir cosas intrascendentes. Contrasta el rechazo de Rejtman hacia cualquier aspecto accesorio en su puesta en escena, con la verborrea insustancial de la última parte del filme, que completa una sucesión de elementos irritantes, algunos conscientes de que lo son, como el teléfono móvil sonando constantemente, y otros (quizás) no, como la innecesaria voz en off.
Entre el surrealismo y el absurdo, se va configurando el pequeño universo de estos personajes que viven en un stand-by permanente, como esa pareja de novios que afirma constantemente “nos estamos separando”, pero ninguno ha dado el paso en dos años. Entre tanto, toman el sol, ensayan con su grupo de flauta dulce, echan la culpa de su descontento a los factores externos (como el clima), o se van pasando la pistola, silenciosa prueba de lo ocurrido, sin saber qué hacer con ella, al igual que no saben manejar la situación. Dos disparos requiere una paciencia que es muy difícil de mantener en un trabajo tan la deriva, tan falto de donde agarrarse u orientarse, tan carente de comienzo, trama y conclusión. Precisamente, como el mundo en el que vivimos.
Taller Capuchoc (Carlo Padial. España, 2014)
Escuela de escritores
Taller Capuchoc parte de un inspirado y demoledor artículo que el propio Padial redactó para PlayGround hace un par de años. Atención, cuidado: talleres literarios, otra forma de engañar a incautos aspirantes a escritores fracasados, contiene todos los rudimentos que alimentan el último largometraje del creador de Go, Ibiza, Go!, en el que de paso canaliza sus múltiples neurosis sirviéndose del esquizofrénico lenguaje audiovisual —más reposado aquí, claro— que ha convertido a Los Pioneros del Siglo XXI en un referente estético de culto.
Miguel Noguera es el Virgilio encargado de conducir al espectador a través del infierno de los talleres literarios en la figura de Víctor Lazar, un escritor de medio pelo adicto al café y con problemas económicos que se ve en la obligación de impartir uno de estos cursos empujado por las circunstancias. El desopilante y a la vez estremecedor desfile de blogueras obsesionadas con Cortázar (en el mundo en el que vivimos parece tan absurdo como probable que a alguien se le haya ocurrido ya llamar a su hija Rayuela), editores ornitólogos, novelistas trastornados y egomaníacos sexodependientes, vertebra la trama y enfrenta a Víctor a todo aquello que odia pero con lo que no le queda más remedio que lidiar.
La nueva película de Carlo Padial es, en suma, una inteligente broma desasogante que reflexiona sobre la estupidez inherente al mundo de la literatura, extrapolable, por supuesto, a cualquier otro ámbito creativo. Una desquiciada Bored to death ambientada en Barcelona, sin marihuana, pero con bastante más mala hostia.
Miguel Montañés
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