Por Román Puerta
La once (María Alberdi. Chile, 2015)
“Los invito a tomar once en casa” es una expresión muy popular en Chile para definir lo que en nuestro país es una merienda entre amigos, pero en este documental María Alberdi nos adentra en esa costumbre que se constituye como algo mucho más profundo que una simple reunión.
Las cinco mujeres que se reúnen desde hace más de 60 años una vez al mes para “merendar” esos riquísimos bollos y tartas que preparan sus respectivos servicios domésticos, utilizan esas once para mucho más que una simple charla de amigas íntimas. Es su forma de seguir vivas, activas, con la mente en movimiento. Y Alberdi traza su estrategia negociando con ellas para que la cámara no entorpezca esa comunicación fluida en las múltiples horas grabadas. Y es en esa “negociación” donde La once empieza a perder contacto con el espectador.
Porque lo que en principio se constituye como una película simpática, agradable, llena de momentos realmente hilarantes, se transforma en una cierta repetición de temas, situaciones y pérdida paulatina de interés. Aunque esto no debe oscurecer los grandes logros formales que dan un interés suplementario a esta historia de relaciones imprescindibles en la vida cotidiana de personas de la edad de las protagonistas.
La toma de posición de las dos cámaras utilizadas frente a las cinco actrices sitúa al espectador como claro testigo de sus conversaciones, pero nunca las interfiere. Siempre a cierta distancia, pero lo suficientemente cerca con ese continuo zoom que nos coloca a un palmo de cada uno de los rostros, Alberdi nos transmite realidad, fisicidad y esto hace aún más humanas a estas abuelas que hablan y hablan sobre unos pocos temas recurrentes, esos que la propia directora confirmó como los únicos en lo que podía centrarse para no entorpecer las conversaciones por sus profundas diferencias ideológicas y que se identifican, por ejemplo, en las canciones que Teresa canta continuamente. Y esa es la razón de ser de este film sobre lo real, sobre la necesidad de mantener un vínculo a pesar de las diferencias, una amistad que dure 60 años…Y esa realidad nos lleva desde el detalle de los planos de los productos que consumen las protagonistas hasta las “feudales” relaciones de las abuelas con su servicio doméstico. Todo vale para seguir viéndose, para seguir hablándose, para seguir viviendo.
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