Pride (Reino Unido-Francia, 2014).
Dirección: Matthew Warchus.
Intérpretes: Ben Schnetzer, Monica Dolan, George MacKay, Bill Nighy, Andrew Scott, Imelda Staunton, Dominic West, Paddy Considine..
Guion: Stephen Beresford.
Música original: Christopher Nightingale.
Fotografía: Tat Radcliffe.
Montaje: Melanie Oliver.
Idiomas: Inglés, galés.
Duración: 119 minutos.
Orgullo minero
Por Alberto Gallardo
El cine británico tiene una notable reputación a la hora de abordar con acertadas dosis de humor las problemáticas sociales de la realidad actual o del pasado más o menos reciente. Full Monty, Tocando el viento, Quiero ser como Beckham, Billy Elliot y otros éxitos populares de los 90, se unen a las imprescindibles aportaciones de cineastas tan importantes como Stephen Frears (La camioneta, Mi hermosa lavandería) o el Ken Loach amable de Riff-Raff o La parte de los Ángeles, que nos han acercado en las últimas décadas y bajo el filtro de la sonrisa a las distintas problemática de la vida obrera en las islas británicas.
El paro, la delincuencia, los prejuicios raciales, la homosexualidad y por su puesto el Thatcherismo y la huelga minera -revisitados ahora en Pride- son varios de los temas favoritos de un cine con sello propio que se gana su denominación de origen gracias a la habitual fuerza de unos repartos en los que afina hasta el más anecdótico de los secundarios y a unos guiones más hábiles que sutiles, en los que el retrato condescendiente de sus protagonistas no logra empañar la pertinencia de sus reivindicaciones.
En Pride, Matthew Warchus y su guionista Stephen Beresford nos acercan a la historia real de un grupo de activistas homosexuales que deciden apoyar la huelga minera de los años 80 por una combinación de altruismo y cálculo estratégico. Su joven líder convencerá al grupo para acudir a un pequeño pueblo de Gales y mostrar su apoyo a la causa minera en una cuidada escenificación de la unión de las minorías oprimidas en busca de un bien común: plantar cara al gobierno de Margaret Thatcher.
El llamativo contraste entre ambos colectivos pone en bandeja a Pride la comedia basada en el choque de subculturas, así como el drama sobre los prejuicios sociales, en un ejercicio tan previsible como bien resuelto. El enfoque coral concede al film una irregularidad inevitable al resultar unos personajes y subtramas más atractivos que otros pero, a cambio, agiliza el ritmo y permite un acercamiento más o menos matizado al conflicto narrado desde diferentes perspectivas.
Aunque la película tiene sus excesos cómicos para la galería -la escena del baile desatado de Dominic West- también nos regala momentos de emotividad sin subrayados -la confesión doméstica de Billy Nighy- además de apuntar con certeza a la división interna como la causa de los fracasos históricos de los distintos grupos progresistas a la hora de plantarse frente al adversario en cuestiones de gran calado. De este modo, gracias a la hábil creación de un tono optimista y reivindicativo, Pride logra durante dos horas arrastrarnos sutilmente hacia su terreno para que aceptemos su loable mensaje mientras perdonamos sus carencias.
Otra cosa es que el encanto del filme perdure más allá de los créditos finales, lo cual dependerá sin duda de la tolerancia del espectador a ciertos momentos en los que la voluntad de trascendencia amenaza con devorar la verosimilitud de lo narrado y a la identificación de la audiencia con las causas reivindicadas. Y es que Pride parece más apta para reforzar convicciones que para derribar prejuicios, lo que la convierte en una muestra de cine social tan efectiva como escasamente audaz.
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