Lost River (USA, 2014).
Dirección y guión: Ryan Gosling.
Intérpretes: Christina Hendricks, Saoirse Ronan, Iain de Caestecker, Matt Smith, Eva Mendes.
Música original: Johnny Jewel.
Fotografía: Benoît Debie.
Montaje: Nico Leunen, Valdís Óskarsdóttir.
Idioma: Inglés.
Duración: 95 minutos.
Lost Gosling
Por Irene Galicia
Héroes y monstruos, ciudades perdidas y dragones, el bien y el mal. Estos son los ingredientes de la fábula propuesta por Ryan Gosling en la que es su ópera prima como realizador. El galán de Hollywood se sienta en la butaca del director para presentar Lost River, una oscura alegoría que tiene lugar entre los suburbios de un Detroit en bancarrota, una ciudad fantasma sometida a un hechizo que la impide salir a flote de su propia inmundicia. Como todos los cuentos, el argumento viaja a los extremos de lo narrativo y lo formal como modo alternativo de explicar nuestra realidad apelando a la fantasía como elemento salvador del hombre.
El resultado es un cine extraño, decididamente independiente, difícil de digerir para el espectador de a pie y que huye de todo lo que suene a comercial, manido o tópico. El problema es que en esa huida, el filme se pierde en un sinsentido carente de la fuerza narrativa necesaria para equipararse a Lynch, Malick o su mentor Winding Refn, cosa que sin duda pretende. Lost River es lenta, cenagosa como el entorno en que habitan sus personajes, y requiere de un tiempo y una paciencia no apta para todos los públicos.
Aunque a primera vista Gosling parece interesado en temas como el apego al hogar o la avaricia de los que conceden hipotecas, la película se bifurca por el camino surrealista con siniestros elementos al más puro estilo de Carretera perdida o Terciopelo azul, pero sin su tensión psicológica ni esa brumosa línea que separa el bien y el mal sin que lleguemos a poder identificarlos. Billy y Bones, madre e hijo, son los protagonistas de la lucha contra los monstruos que acechan en este irreal y mágico mundo en el que coexisten una ciudad sumergida bajo el agua, una misteriosa abuela muda que se sienta a ver películas caseras antiguas en la oscuridad con un velo negro y cubierta de maquillaje y numerosas imágenes de edificios en llamas que harán las delicias de los más pirómanos.
Cristina Hendricks es la encargada de llevar con dignidad el peso de una película en la que Gosling demuestra pasión, ganas de relatar algo con voz propia, amor por hacer cine, pero también revela que todavía no tiene una historia que contar a la altura de las circunstancias. Aunque narrativamente se queda corto, el filme es impactante a nivel estético y visual gracias a una potente fotografía cuyo culpable es Benoit Debie; pero a pesar de su ajustadísimo metraje, también nos regala largos minutos de aburrimiento que justifican sus duras críticas en Cannes.
El poso que deja es una sensación de vacío y de esa impotencia que surge al ver un talento mal aprovechado. De haber mostrado más originalidad y valentía tras la cámara dejando a un lado la comodidad que otorga refugiarse en lugares comunes e imitar a los grandes, el debut de Ryan Gosling apuntaría maneras como director prometedor, y no se encontraría ahogado bajo la superficie de las aguas de ese río perdido que ha elegido tanto como modus operandi como para dar título a su película.
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