Anime nere (Italia-Francia, 2014)
Dirección: Francesco Munzi.
Intérpretes: Marco Leonardi, Peppino Mazzotta, Fabrizio Ferracane, Anna Ferruzzo, Barbora Bobulova.
Guión: Francesco Munzi, Maurizio Braucci, Fabrizio Ruggirello; sobre la novela de Gioacchino Criaco.
Música original: Giuliano Taviani.
Música original: Giuliano Taviani.
Fotografía: Vladan Radovic.
Montaje: Cristiano Travaglioli.
Idiomas: Italiano.
Duración: 103 minutos.
¿Soy yo el guardián de mi hermano?
Por Sergio Diez Sánchez
La densidad de la sangre oscila entre los 1050 y los 1060 gramos por litro, aproximadamente. Un fluido que exige sacrificios y reclama deudas, vinculado a una reputación y a una historia familiar que debe conservarse y perpetuarse o romperse por completo: no existen opciones medias. De entre todas renuncias que puede exigir la familia a una persona, la peor de ellas sería la obligación de abandonar su identidad, de devorarse a sí misma, destruir su forma de ser, y renacer como alguien distinto. Y que así un día esa persona se pierda delante de un espejo en el intento de reconocerse.
Calabria (2014) es la tercera película de Francesco Munzi, director de cine romano nacido en 1969. Licenciado en Ciencias Políticas, estudió después en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Durante los años noventa alternó su labor de documentalista con la realización de diversos cortometrajes, para debutar en el año 2004 con su primer largometraje, Saimir, estrenado en la sección Horizontes del Festival Internacional de Cine de Venecia. Su siguiente film, El resto de la noche, se presentó en el año 2008 en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes.
El título original de Calabria, y el de la novela en la que se basa, escrita por Gioacchino Criaco en el 2008, es el de Almas negras (Anime nere). Ese término expresa de forma elocuente la condición moral de sus personajes, el mal que baña las regiones por las que se mueven y la oscuridad de un destino que se presiente irremediable. También señala el protagonismo compartido entre los distintos miembros de la familia Carbone. La libre traducción española pone el acento en la región geográfica del sur de Italia en la que se desarrolla buena parte de la acción, aquella que reclama el reencuentro de los hermanos. No es por tanto una mala adaptación si nos atenemos a la importancia que tiene en el film la descripción de los paisajes y la generalización de una forma de ser que parece compartida por toda una región.
Calabria es un film sobre una pérdida acaecida mucho tiempo atrás, y sobre distintas maneras de sobrevivirla. Un pastor brutalmente asesinado en mitad del campo deja a tres hijos que deben salir adelante de alguna manera. Los dos hermanos menores optarán, con diferencias de grado y de carácter, por reconstruir el nombre familiar, mutar su venganza en ambición y lograr una vida mejor sin cuestionarse los medios empleados. Luciano, el mayor de los tres hermanos, decide en cambio recluirse en la religión y en sus valores morales, para seguir una vida rural tranquila dedicado a sus cabras, a sus flores y al campo.
El estado de las relaciones de los tres hermanos se nos desvela poco a poco a través del personaje de Leo, el hijo de Luciano, a punto de iniciarse en la edad adulta. Un hijo que considera a su padre como alguien lleno de pasividad y resignación, un ser humano débil, devoto y muerto de miedo, condenado a vivir de rodillas de sol a sol el resto de sus días. Pero Leo no quiere apagarse lentamente en el campo, y se siente atraído por la vida de sus tíos, quienes en su opinión sí han sabido rehacerse, y han salido adelante para ser llegar a ser alguien. Aspiraron a una vida mejor y la lograron. Eso es lo único que importa.
El empleo del personaje del hijo podría recordarnos a aquel film dirigido por Robert DeNiro sobre una obra teatral de Chazz Palminteri, Una historia del Bronx (1993), y que ambos actores protagonizaban. Los dos filmes nos presentan a un joven que admira la vertiginosa y arriesgada vida del delito, llena de posibilidades, y que rechaza aquello que su padre representa. En ambos el hijo se encuentra con un carismático mafioso que asume la figura paterna y actúa de mentor. Las dos coinciden también en la idea de que los verdaderos padres sienten desprecio hacia esos criminales que les roban a sus hijos, delincuentes a los que no creen capaces de ningún acto noble o, reconociéndoselo, saben también que pueden invocar olas más allá de su control que los devorarán junto a aquellos a quienes tengan cerca. Son hombres peligrosos y los quieren lejos de sus hijos. Paradójicamente, esos criminales a los que detestan exigen de los chicos tutelados respeto hacia los verdaderos padres: saben que ellos son trabajadores y buenas personas, dedicados por completo a su familia y al bien de los suyos, firmes y orgullosos, como ellos, en sus principios y creencias.
Pero en el film de Munzi, quizá más parecido a la vida real que el de De Niro, el hijo no llegará a ver a su padre a través de otros ojos, y este es a mi juicio uno de los puntos fundamentales del drama. No hay capacidad de entendimiento posible entre dos personas ligadas por la sangre, unidos en su obcecación y coherencia, pero puesta en cada caso al servicio de un ideal opuesto. Leo ya no es aquel joven de Una historia del Bronx que, en los inicios de la adolescencia, se deslumbra con el lado más superficial de la mafia; sino un joven consciente de su valentía y que busca abrirse un hueco, dispuesto a reivindicar su derecho a decidir su vida.
La película es también muy especial por la manera en que trata las raíces de los personajes. La violencia, las armas y el tráfico de drogas, la elaboración de la ficción cinematográfica en definitiva, se combina con el retrato de los campos y las playas calabresas, los rebaños de ovejas, las comidas familiares, los rezos y bailes típicos. Una dimensión semidocumental que se beneficia de la combinación de grandes actores del cine y de la televisión italiana con otros no profesionales que aportan un punto folklórico profundamente realista, que choca con el retrato postizo que en demasiadas ocasiones se hace de la mafia y de sus áreas de influencia.
Argumentalmente Calabria es también un film muy interesante, por el modo en el que juega con un amplio abanico de personajes y por cómo combina las distintas historias y puntos de vista que crecen de forma paralela. Aunque no tiene un único protagonista, no nos encontramos en una dimensión tan coral como la de Gomorra (Matteo Garrone, 2008), otro estupendo film italiano reciente sobre la mafia. Calabria es una película mucho más humana en la forma en que mira a sus personajes y nos asoma a sus adentros. Donde Gomorra constataba realidades y observaba con frialdad brutales comportamientos, Calabria inundar el realismo pausado y contenido de calor humano: sentimiento, naturaleza mítica, religión y afán de trascendencia. El relato avanza siempre impasible y resulta, a pesar de sorprendentes cambios de rumbo, profundamente coherente.
Munzi ofrece unas imágenes iluminadas de una forma natural y realista, pero sin recrearse en la suciedad del barro, la sangre y la tierra, elementos que se prefieren expresar de forma más transparente. Abundan las panorámicas en planos generales de gran suavidad y belleza, y el ritmo de las secuencias siempre se pone al servicio de una historia que bascula con suavidad entre la trama criminal y el drama familiar, y las hace convivir en total armonía. El sonido es también de una gran riqueza expresiva, tan elegante como esa fotografía con la que establece interesantes equivalencias entre el punto de vista y el punto de escucha, que se pueden comprobar ya desde el inicio, en la secuencia del puerto.
Calabria ofrece algunas secuencias dotadas de una especial gracia, como el angustioso paseo de recogida hasta su coche de Luigi, el hermano que lidera la familia mafiosa, después de haber decidido atacar al anciano líder local del crimen organizado. A nivel rítmico y sonoro, una secuencia perfecta que eleva la tensión progresivamente hasta hacerse esta insoportable, beneficiada por una hermosa fotografía nocturna, que sigue la estela natural de la iluminación del film pero que contrasta con los soleados paisajes que habían predominado hasta entonces. La noche de Luigi nos sume lentamente en las tinieblas que habitarán los personajes desde entonces.
El film de Munzi tiene muchos puntos en común con una de las mejores y más sencillas películas de Abel Ferrara: El funeral (1996). En ella se nos narra la historia de tres hermanos sumergidos en el entorno de la mafia italiana en los Estados Unidos. Un análisis posterior al visionado de los dos filmes permitirá desvelar numerosos puntos en común en el desarrollo de la trama (que no en la forma de articular la misma, pues Ferrara nos ofrece un film fragmentado y desordenado cronológicamente, que utiliza flashbacks recurrentes que nos remontan a veces unos meses en el pasado, y en otras ocasiones treinta años atrás; mientras que Calabria es lineal en el transcurso de los acontecimientos y no nos muestra del pasado más que vestigios y cicatrices).
En ambas películas tres hermanos comparten un traumático acontecimiento del pasado (la muerte del padre de una forma brutal y escabrosa), y el choque entre los tres se producirá por la forma en que cada uno lleva al extremo sus creencias. Un acontecimiento traumático que sustituye al inicial, ya relegado a la categoría de recuerdo, los hace mirarse a la cara y medir las consecuencias del paso del tiempo. El protagonista de El funeral, el mayor de los tres hermanos, interpretado por Christopher Walken, buscaba compatibilizar su personal sentido del deber, al que ha consagrado su vida, con los valores morales católicos de su entorno, que le devuelven un oscuro reflejo. Luigi, el líder criminal de los Carbone en Calabria, busca proteger a la familia de Luciano, que detesta lo que él hace. Pero el mal solo parece capaz de engendrar males mayores, nos dicen las dos películas, y el precio del carisma es ser devorado por nuestras propias sombras.
Los personajes masculinos en ambas son profundamente machistas, y sin embargo los filmes muestran unas mujeres que, aún relegadas por su entorno a labores secundarias, presentan una fuerza de carácter e integridad que contrasta con las dudas, los odios y los pasos en falso de los hermanos. Son ellas las únicas capaces de ofrecer posibilidad de redención y coraje suficiente como para luchar por un cambio que sacuda un relato dirigido irremediablemente hacia un final trágico. También ofrecen algunas de las principales fuentes de conflicto con los hermanos: Jean, en el film de Ferrara, exterioriza su problema familiar, existencial y moral; Antonia, la mujer de Luciano, se erige en mediadora entre el padre y el hijo, para potenciar involuntariamente su conflicto: ama profundamente a su marido, pero admira el orgullo y el valor del hijo.
Las dos películas se centran también en un personaje que no encuentra su lugar moral y emocional ante los acontecimientos. El funeral construía en el hermano interpretado por Chris Penn el drama de un hombre que padece depresión y no sabe controlar sus emociones, que ama y odia con la misma energía, simple y brutal, cariñoso y honesto, pero que sobre todo vive lleno de miedo a acabar con su vida de la misma forma en que lo hizo su padre: a través del suicidio. En Calabria la tragedia no depende de algo tan triste e imprevisible como una enfermedad psicológica, sino que se nutre de la frustración de alguien que quiere ser un buen hombre, dedicarse a Dios y alejar el mal de los suyos, y no puede lograrlo.
La vida nos plantea en muchas ocasiones un momento en el que tenemos que decidir si asumimos unas responsabilidades que nos vienen impuestas o si nos mantenemos fieles a unos principios que chocan con las personas a las que queremos. Michael Corleone eligió y acabó sus días en Sicilia, anciano y solo acompañado de un perro, a años luz de aquel joven que en la boda de su hermana se presentaba como alguien diferente a su familia. Pero la otra opción puede ser todavía más desoladora: la imposibilidad de respuestas, prácticas y existenciales, puede desatar llamas que creíamos apagadas. El principal mérito de Munzi como cineasta consiste en ofrecer un intenso drama familiar que otorga dignidad a unos personajes a los que reconoce valor y carácter, pero sin posibilidad de redención más allá de la lógica del relato.
La sangre que fluye incansablemente por nuestro cuerpo solo tarda unos treinta segundos en coagularse al contacto con el exterior, del mismo modo que el paso del tiempo borra el cariño y oscurece el recuerdo. “¿Vivir sin mis hermanos?”, se escuchaba en labios de Chris Penn en una de las secuencias fundamentales de El funeral. En Calabria esa pregunta no se murmura, apenas se intuye bajo una sonrisa nerviosa. Y junto a la playa, un pastor pasea con sus cabras sobre esa misma tierra que devora impasible a sus hijos, y todo nos huele a barro y a brisa, a sangre y a olas, a queso y a mierda.
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