"La mejor comedia es la que habla de cosas serias"
De sus manos -junto a las de Diego San José- salió el guion del mayor éxito que se recuerda en el cine español. Y mientras el público llenaba las salas de cine para reírse con Ocho apellidos vascos, Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) ya estaba rodando su tercer largometraje como director. Pagafantas (2009) y No controles (2010) lo colocaron en el panorama cinematográfico con dos comedias románticas rodadas en Bilbao. Pero Cobeaga ya había sido director de un programa tan exitoso como Vaya semanita o nominado al Oscar por su cortometraje Éramos pocos (2005). Con Negociador aparca la comedia romántica para volver a ese tono tragicómico que ya exploró en sus cortos. Una película con un fondo tan espinoso como el conflicto vasco, inspirada en las conversaciones que mantuvo Jesús Eguiguren con dirigentes de Batasuna para poner fin a la violencia. Tras su paso por el Festival de San Sebastián, el film se estrena en salas comerciales.
Por Manuel Barrero Iglesias
©Inmaculada Herencia |
-No sé si la evolución de todo cómico es pasar de la comedia pura a cosas más serias. Después de varias comedias como director/guionista, Negociador es más una tragicomedia.
Más que evolución, hablaría de de alternancia. Aunque efectivamente sea una tragicomedia, la base de la película es cómica. Quizás una comicidad mucho más seca y menos evidente, pero es un tipo de tono que ya utilizaba en mis cortos. Aunque no significa que vaya a dejar de hacer comedias locas. Creo que la comedia es tan amplia y tan rica en matices que me encantaría alternar este tipo de historias con otras más alocadas.
-En este caso lo más serio es el tema que trata. Se leen muchas cosas sobre si es demasiado pronto para bromear con algo tan grave. Por el contrario, opino que cuanto antes se satirice sobre algún tema delicado, más valor tiene la sátira. Siempre pienso en Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942).
Creo que como tema en sí, la violencia no es lo me interesa, sino lo que la rodea. La película no va de las conversaciones, sino de lo que pasaba fuera de la mesa de negociación. Esto viene de Vaya semanita, donde no hablábamos de de políticos o ideologías, sino de las implicaciones, de cómo te colocaba políticamente decir “buenos días” o “egun on”. De igual manera que la violencia en Euskadi ha sido trágica para quien ha sido afectado más directamente, también ha habido una violencia más sorda, en el día a día. De cómo el lenguaje o ir a un determinado bar te etiquetase políticamente. Y es lo que más me interesa. Creo que al final no es demasiado polémico porque habla de lo cotidiano.
-Efectivamente, pienso que Negociador apuesta por el entendimiento y nunca busca la polémica. Allá aquel que se sienta ofendido. Pero después de ver los recientes ataques a la libertad de expresión, ¿a los cómicos no os dan ganas de ser aún más ofensivos o provocadores?
Sí. La mejor comedia es la que habla de cosas serias. Los puntos de partida que me interesan como guionista o director son aquellos que tienen que ver con la seriedad. Que el tema que estés tratando no sea superficial. Ese material siempre es susceptible de que la gente piense que no es tema de broma. Pero los que hacemos comedia creo que tenemos que fijarnos precisamente en esos temas, porque si no estaríamos haciendo humor de poquísimo alcance.
-Siempre hablas de la humanidad que Ramón Barea le dio a su personaje. Me gustaría saber cómo fue el proceso de construcción del mismo.
Ramón es un tipo de actor que si interpretase a un violador en serie te caería bien, porque aporta muchísima humanidad a sus personajes, incluso ternura. En el guión yo veía que faltaba esa buena voluntad del personaje principal. Fue a través de hablar mucho con Ramón, y de no afrontar el personaje como una caricatura ni como una recreación del personaje real en el que nos inspirábamos. No fue tanto por ensayos, sino de muchas conversaciones en las que le hablaba de esta tara que podía tener el guión, y que él compensó aportando esa humanidad.
-Todo el reparto está a un nivel espectacular. Los otros dos componentes del trío, Carlos Areces y Josean Bengoetxea, encuentran siempre el tono adecuado, ¿cómo fue el trabajo con ellos dos?
El tono era algo que estaba previsto desde el principio, fue como el disparador de la idea. Me apetecía hacer algo en este tono, y encontré en esta idea la manera de hacerlo. Porque había muchos elementos cómicos, pero en el fondo era muy dramático. Es verdad que escribiendo me rebajé mucho, sabiendo con el reparto que iba a contar, y que en el rodaje iban a salir cosas que nos harían más gracia. Es decir, si cabía la posibilidad de hacer un chiste sobre algo, yo me cohibía a la hora de escribirlo, y pensaba más en la forma de interpretarlo o de rodarlo que en el guion.
-Hablando del tono general, pienso que es el justo, encontrando un equilibrio que no era nada sencillo.
Es lo que me obsesionaba, el tono de la historia, cómo una misma escena podía ser cómica o dramática. Creo que se vio clarísimamente en el entendimiento que tuve con los actores. Si hubiera habido personajes o situaciones que hubieran tenido esa cosa de “venga, vamos a hacer reír”, no habría funcionado. Observa que hay quien ve la película como algo gracioso –Areces se monda con ella-, y hay quien no la ve como una comedia. Eso es algo que estaba buscado.
-En la entrevista que hiciste para filmin 365 hablabas sobre el proceso de escritura del guion, afirmando que fue mucho más libre debido a ser tu propio productor. ¿Disfrutas más trabajando de esta manera? ¿Piensas que el resultado artístico es más estimulante al ser mayor el riesgo?
Cuando escribo con Diego San José comedias de un corte más comercial también lo pasamos muy bien. Sí que fue diferente, porque no tenía ninguna cortapisa, y estaba haciendo lo que creía que debía hacerse. También el proyecto era de un tamaño que me permitía arriesgar. Si llego a tener un presupuesto diez veces mayor no hubiera hecho una película así. Es decir, que mi fantasía de guionista/director pasa por poder escribir en el mismo año Ocho apellidos vascos y esta película. Si pudiera tener esa rutina sería feliz.
-Hablando de Ocho apellidos vascos, con ese guion conseguisteis el sueño de todo creador de comedia: Llenar las salas y hacer que la gente se riera.
Por eso hablo también de que no me gustaría abandonar las comedias más alocadas. La satisfacción que tienes cuando una película que has escrito conecta con el público es estupenda.
-¿Es posible analizar el secreto de su éxito?
Pues sí. Hay muchas películas que tratan sobre tópicos muy cercanos de manera directa y sin ninguna sutileza que han triunfado en Europa y América. Puede haber películas de grandes efectos que también arrasan en taquilla, pero justamente por la cercanía puedes enfocar muy bien el público al que dirigirte. Es verdad que la película es igual o menos graciosa que cualquier otra comedia que pueda haber en España. Es decir, no creo que sea especial. Fue especial que se llenaran las salas la primera semana y que hubiera un buen boca-oreja. Creo que la experiencia de reírte en una sala llena era algo que quizás habíamos olvidado. Me imagino al que que la vea ahora por televisión o en internet, preguntándose por qué dicen que es tan graciosa. El efecto dominó que pueda haber en una sala cuando la ves y te ríes con un montón de gente es fundamental para entender el éxito de la película.
-Rodaste en Bilbao Pagafantas y No controles, tus dos primeros largometrajes, ¿qué te aportan los escenarios naturales de la ciudad a la hora de filmar?
Es una gozada rodar allí, porque es muy cómodo comparado con otras ciudades. Es el paraíso comparado, por ejemplo, con rodar en Madrid. Y sobre todo la ciudad tiene mucha variedad en cuanto a estructura, me gustan mucho los contrastes que hay en los edificios. A lo mejor te encuentras una casa de tres pisos al lado de un edificio de doce plantas. De repente puedes estar en una casa señorial y tener un edificio vanguardista al lado. Es una ciudad de mucho contraste, y eso siempre es muy cinematográfico.
-Cuando he entrevistado a otros directores vinculados a Bilbao, como Enrique Urbizu y Álex de la Iglesia, destacaban también la transformación que sufrió la ciudad. De aquella época gris e industrial hasta la luminosidad de ahora.
Ha cambiado por completo, y yo conocí justo el tránsito. Cuando llegué a la universidad, que fue en la época en la que viví allí de forma más seguida, se empezaba a construir el Guggenheim. Creo que ese fue el punto de cambio, con lo cual viví la ciudad en una especie de mezcla. También me sigo sorprendiendo ahora cuando vuelvo y veo patinadores en el paseo de al lado de la ría. Que haya paseo al lado de la ría ya me parece algo que no podía imaginar jamás. Que haya patinadores me parece como si fuera Santa Mónica, algo muy sorprendente.
-Me gustaría que me hablaras de cómo fueron aquellos inicios en vuestra generación, con gente como Nacho Vigalondo, Borja Crespo o Koldo Serra.
Coincidimos todos en la universidad, y allí nos conocimos. Yo veía muchas ganas. Cada uno procedíamos de un sitio diferente y éramos los únicos que queríamos hacer esto en nuestro lugar de origen. Por ejemplo, con Vigalondo coincidí en clase y el primer día nos intercambiamos los cortos que hacíamos de adolescentes. Era muy motivador tener a gente que quería hacer lo mismo, porque lo veías posible. Cuando estabas en el colegio y soñabas con hacer cine, te parecía algo muy lejano. No podías agarrarte a nadie. Lo que valoro de la universidad, sobre todo, es conocer a gente que me ha ayudado, motivado y enriquecido. Creo que es lo fundamental. Esa camaradería que, por otro lado, sigue existiendo.
-Cuando he entrevistado a otros directores vinculados a Bilbao, como Enrique Urbizu y Álex de la Iglesia, destacaban también la transformación que sufrió la ciudad. De aquella época gris e industrial hasta la luminosidad de ahora.
Ha cambiado por completo, y yo conocí justo el tránsito. Cuando llegué a la universidad, que fue en la época en la que viví allí de forma más seguida, se empezaba a construir el Guggenheim. Creo que ese fue el punto de cambio, con lo cual viví la ciudad en una especie de mezcla. También me sigo sorprendiendo ahora cuando vuelvo y veo patinadores en el paseo de al lado de la ría. Que haya paseo al lado de la ría ya me parece algo que no podía imaginar jamás. Que haya patinadores me parece como si fuera Santa Mónica, algo muy sorprendente.
-Me gustaría que me hablaras de cómo fueron aquellos inicios en vuestra generación, con gente como Nacho Vigalondo, Borja Crespo o Koldo Serra.
Coincidimos todos en la universidad, y allí nos conocimos. Yo veía muchas ganas. Cada uno procedíamos de un sitio diferente y éramos los únicos que queríamos hacer esto en nuestro lugar de origen. Por ejemplo, con Vigalondo coincidí en clase y el primer día nos intercambiamos los cortos que hacíamos de adolescentes. Era muy motivador tener a gente que quería hacer lo mismo, porque lo veías posible. Cuando estabas en el colegio y soñabas con hacer cine, te parecía algo muy lejano. No podías agarrarte a nadie. Lo que valoro de la universidad, sobre todo, es conocer a gente que me ha ayudado, motivado y enriquecido. Creo que es lo fundamental. Esa camaradería que, por otro lado, sigue existiendo.
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