A Most Violent Year (Estados Unidos, 2014)
Dirección y guion: J. C. Chandor.
Intérpretes: Oscar Isaac, Jessica Chastain, David Oyelowo, Peter Gerety, Albert Brooks, Elyes Gabel.
Música original: Alex Ebert.
Fotografía: Bradford Young.
Montaje: Ron Patane.
Idiomas: Inglés, español.
Duración: 125 minutos.
Honor, negocios y hombreras
Por Irene Galicia
1981 es estadísticamente el año más violento en Nueva York, en un momento en que la ciudad sale de la crisis del petróleo de la década de setenta, Ronald Reagan accede al poder y los Estados Unidos se sumergen en un mar de conservadurismo. En este escenario se sitúa el tercer largometraje de J.C Chandor, quien sin duda bebe de clásicos como El padrino o la estética de Sidney Lumet en Sérpico, para dirigir este filme de cine negro sin hablar explícitamente de mafia y con una elogiable estética ochentera. Una mezcla de thriller y drama que no llega a asentarse como ninguna de las dos cosas, porque su estrategia es otra, pero que parte de las convenciones de estos géneros, flexibilizándolos.
La historia se centra en un empresario hispano que dirige una flota –o más bien un imperio- de camiones de combustible y cómo se las apaña para mantenerlo a flote cuando todo está en su contra: sus conductores han sufrido varios atracos, alguien entre las sombras, posiblemente de la competencia, trata de amedrentar a su familia y por si todo esto fuese poco, el fiscal le atribuye cerca de dieciséis cargos por fraude y evasión de impuestos. El personaje, un hombre de honor con zonas grises empeñado en ascender por el buen camino pero sin trabas que lo detengan, es interpretado por un Oscar Isaac que llena la pantalla cargado de matices que recuerdan a Al Pacino. Junto a Jessica Chastain, que tiene un rol accesorio pero clave, forma un dúo que carga mucho más que dignamente con todo el peso de una película, que por desgracia no deja demasiado espacio a los personajes secundarios.
Estamos ante un filme sobre el encumbramiento social, la violencia y la superación que resulta algo tópico, pero cuyo remate es un thriller inteligente, duro, evocador y riguroso con una narración misteriosa y alusiva, una lograda banda sonora y una oscura y contrastada fotografía de herencia expresionista que hay que agradecer al virtuosismo de Bradford Young. Sus influencias no tienen límite; así, hallaremos reminiscencias de películas sobre la mafia, del cine de James Gray, de Coppola, o incluso de The Wire y especialmente del cine negro. De hecho, la recuperación de las señas de identidad de clásicos del cine negro de las décadas de los setenta y ochenta se evidencia sobre todo en esa ambición por recobrar el inseparable vínculo entre estética y moral, que los viejos clásicos del género sustentaban y que hace de este filme una verdadera película para cinéfilos.
Trepidantes persecuciones, corrupción, traiciones y ese particular aroma a cine de gangsters, componen esta trama de supervivencia en la que son el poder, el dinero y la capacidad de influencia los elementos que mueven los hilos del mundo. Quizá lo más original de la cinta sea que, huyendo del cliché, se aleja de ese cine que enaltecía y alababa a la mafia, dotándola de un aura glamurosa, ya que lo que aquí se quiere poner sobre la mesa es que el sistema capitalista se encuentra en estrecha relación con la capacidad de cada uno para aplicar o transgredir las normas dentro de esa decadente e inmoral jungla que es el sueño americano.
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