Leviafan (Rusia, 2014).
Dirección: Andrey Zvyagintsev.
Intérpretes: Vladimir Vdovichenkov, Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Anna Ukolova, Roman Madyanov, Lesya Kudryashova.
Guión: Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev.
Música original: Philip Glass.
Fotografía: Mikhail Krichman.
Montaje: Anna Mass.
Idioma: Ruso.
Duración: 140 minutos.
El gigante en ruinas
Por Manuel Barrero Iglesias
En la primera de las cuatro historias que componen Un toque de violencia (Jia Zhang Ke, 2013), el director chino nos muestra la desesperación de un hombre ante la corrupción de los dirigentes de su pueblo. Un retrato de un país que enarboló la bandera del comunismo, pero que se ha convertido en monstruo capitalista que no para de devorar a sus propios hijos. Algo similar a lo que ocurre en Rusia, y que Zvyagintsev nos cuenta de manera muy similar a la que utilizó Jia Zhang Ke. Aunque este se centra en mostrar la violencia creciente de un país que pierde sus valores, algo que en Leviatán está presente de una forma más contenida.
Un discurso repleto de simbolismos que nos hablan sobre la decadencia de un país en ruinas (morales). El gigante en descomposición incapaz de recuperar la identidad, si es que alguna vez la tuvo. Los políticos campan a sus anchas, haciendo de la corrupción su forma de vida. El film, además, muestra una total desesperanza. La absoluta incapacidad del pueblo para revertir la situación. Bien sea por incapacidad, por miedo, o por entrar en esa misma espiral corrupta. Con la aquiescencia del poder religioso, los poderosos son libres de abusar de aquellos a los que se suponen que representan. Aunque esto no es algo que suceda solo en Rusia, y podríamos extrapolarlo a casi cualquier rincón del planeta.
Pero hay otra película dentro de Leviatán, la que relaciona a sus personajes con un entorno árido e inmenso. De cómo la soledad y la crudeza del clima influyen en el comportamiento humano. Lo hemos visto en la turca Winter Sleep (Nuri Bilge Ceylan, 2014) o en la islandesa De caballos y de hombres (Benedikt Erlingsson, 2013): seres que llegan a estados cercanos a la locura, tras años viviendo en la vastedad de un territorio en el que apenas contactan con otros semejantes. Debemos hablar de otro film ruso, Euphoria (Ivan Vyrypayev, 2006), en el que las emociones contenidas se desbordaban a la orilla del río Don. En Leviatán es el mar de Barents el que vaticina -ya al comienzo- la turbiedad de los sentimientos prisioneros en el interior de los personajes.
Ambas líneas argumentales -la política/pública y la íntima/sentimental- confluyen en un desenlace devastador, que no deja lugar a la esperanza. Para Zvyagintsev la deriva de la Rusia actual no tiene mucha solución. La gente solo se atreve a "matar" a los dirigentes que ya murieron. Pero es incapaz de dar una respuesta contundente ante la injusticia de los que ahora gobiernan. Entregarse a la bebida quizás no sea la mejor manera de detener esta espiral decadente. Al contrario, todos acaban formando parte de la misma.
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