Exodus: Gods an Kings (Reino Unido-USA-España, 2014)
Dirección: Ridely Scott.
Intérpretes: Christian Bale, Joel Edgerton, Aaron Paul, Sigourney Weaver, María Valverde, Ben Kingsley, John Turturro.
Guión: Adam Cooper, Bill Collage, Jeffrey Caine, Steven Zaillian.
Música original: Alberto Iglesias.
Fotografía: Dariusz Wolski.
Montaje: Billy Rich.
Idioma: Inglés.
Duración: 150 minutos.
Scott sigue deambulando
Por Manuel Barrero Iglesias
La
época dorada del cine bíblico en Hollywood pasó hace mucho tiempo. Eran los
años 50-60 del siglo pasado. Otros tiempos, con una sociedad mucho más
entregada a la idea de dios. Lógico que la épica primara sobre posibles
lecturas críticas. Este 2014 ha sido el año escogido por la maquinaria para recuperar
un subgénero poco menos que olvidado. Una buena oportunidad para hacer relectura, algo que Darren Aronofsky intenta hacer –a medias- en Noé. Algo
que ni por asomo se plantea Ridley Scott en su versión de la historia de Moisés.
Entendemos
que hace cincuenta años el cine-espectáculo sintiera la necesidad de consagrar
los textos bíblicos en la gran pantalla, ¿pero qué sentido tiene en la
actualidad una adaptación clásica en la que no hay ninguna voluntad de reinterpretar
el mito? Y entonces “modernizar” equivale a mostrar cuánto ha avanzado la
técnica durante estos años. Como ejemplo, la grandilocuencia usada para las
plagas. Secuencias abrumadoras en las que se huele el digital a leguas. Uno de
los momentos más adecuados para la reinterpretación es uno en los que Scott se
pone más místico. El espectáculo por encima del discurso.
Sí
debemos apuntar a su favor el mérito a la hora de afrontar el momento cumbre:
la apertura de las aguas. Es la única vez en la que el film huye de lo
esperado, y en ese incumplimiento de expectativa es donde consigue algo
estimulante. Aunque esta rebelión dura poco, y enseguida vuelve la demostración
vacua de poderío. Y es que ni si quiera como espectáculo de entretenimiento
puro y duro se acerca a la excelencia. Al contrario, por momentos –muchos- se
sumerge en una terrible monotonía. Fallan elementos clave como la interacción
entre personajes. Los conflictos entre ellos se reducen al esquematismo más
absoluto, y tampoco se busca ahondar en esa lucha interna que sí abordaba
Aronofsky.
La
aproximación de Scott es superficial, y entonces vuelve la pregunta sobre la
necesidad de volver a hacer algo que ya se contó hace medio siglo. Otra vez, el
cuento bíblico que no pone distancia con la fantasía (los toques reflexivos son
escasos y superfluos). No es cuestión de pedir (o sí) que todas las revisiones
bíblicas sean como La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988). Pero da un poco de grima ver
artefactos tan desubicados como esta última criatura del no menos desubicado -antaño venerado- Ridley Scott.
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