Dirección: Susanne Bier.
Intérpretes: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Toby Jones, Sean Harris, Brian Rhys Ifans, Ana Ularu, David Dencik.
Guion: Christopher Kyle, sobre la novela de Ron Rash.
Música original: Johan Söderqvist.
Fotografía: Morten Søborg.
Montaje: Matthew Newman, Simon Webb.
Idioma: Inglés.
Duración: 109 minutos.
Los ricos también lloran
Los ricos también lloran
Por Manuel Barrero Iglesias
No debería el crítico dejarse dominar por los prejuicios. Conocer el contexto lo mejor posible, sí. Dejarse condicionar, no. Encontrar ese equilibrio es una tarea complicada; en ocasiones, prácticamente imposible. Enfrentarse al visionado de Serena tras haber visto A Second Chance es uno de esos momentos. Demasiado poco es el tiempo transcurrido como para olvidar aquel recital de pornografía sentimental con el que la Susanne Bier trata de manipular al espectador. Un bombardeo deleznable que incluye el uso abyecto de imágenes de bebés muertos o descuidados. La perspectiva ante este dramón protagonizado por Bradley Cooper y Jennifer Lawrence no era nada halagüeña.
Pero si algo bueno tienen las expectativas bajas es que la sorpresa solo puede ser para bien. Y Serena parte de un planteamiento cuyo punto de vista no es demasiado habitual. Cuando el cine toma la perspectiva de los ricos suele olvidarse de las relaciones que estos mantienen con los explotados, para que así el espectador sea capaz de empatizar fácilmente con sus preocupaciones. Lo interesante del film es que muestra la problemática íntima de sus protagonistas sin obviar la mezquindad social con la que actúan. Una complejidad que por momentos nos hace olvidar las reticencias que nos provoca la directora.
Pero a Bier no parece interesarle demasiado estas fricciones y acaba inclinando la balanza hacia el lado del melodrama culebronesco. Una vez más recurre a atajos de dudoso gusto para tocar la fibra sensible del espectador. Y aunque el uso de los bebés no es tan miserable -algo casi imposible, por otra parte- como en A Second Chance, la directora vuelve a colocarlos en el epicentro de la tragedia. Entonces la película se convierte en una sucesión de traumas y tragedias que parece no tener fin hasta que lo inevitable ocurre. Pero antes debemos asistir a un guion arbitrario -la relación entre el personaje de Jennifer Lawrence y Rhys Ifans- consagrado al drama extremo.
Serena es cine de acumulación, no de reflexión. Acumulación de desdichas para sobrecoger al público fácilmente impresionable. Y reflexión que queda apuntada, pero que Bier jamás hace amago de desarrollar. El aire de trascendencia se acerca cada vez más al ridículo, hasta que una de las secuencias nos remite a aquel bochornoso final de Brad Pitt en Leyendas de pasión (Edward Zwick, 1994). ¿Cómo tomarse en serio esto?
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