Dirección: Juliano Ribeiro Salgado, Wim Wenders.
Documental con: Sebastião Salgado, Juliano Ribeiro Salgado, Wim Wenders, Hugo Barbier, Jacques Barthélémy.
Guion: Juliano Ribeiro Salgado, Wim Wenders, David Rosier, Camille Delafon
Música original: Laurent Petitgand.
Fotografía: Hugo Barbier, Juliano Ribeiro Salgado.
Montaje: Maxine Goedicke, Rob Myers.
Idioma: Francés, portugués, inglés.
Duración: 110 minutos.
Ventana al mundo
Por Manuel Barrero Iglesias
Wim Wenders -al igual que otros viejos directores- ha encontrado un refugio seguro dentro del documental, a salvo de la tibia acogida que reciben sus ficciones. No es un terreno desconocido para el director alemán, quien en los ochenta ya realizó filmes como Relámpago sobre agua (1980) o Toky-Ga (1985). La diferencia es que en aquellos años alternaba esos títulos con algunos tan importantes como Paris, Texas (1984) o El cielo sobre Berlín (1987). Al Wenders de los últimos quince años se le recordará mucho más por Buena Vista Social Club (1999), The Soul of a Man (2003) o Pina (2011) que por Tierra de abundancia (2004), Llamando a las puertas del cielo (2005) y Palermo Shhoting (2008).
Con La sal de la Tierra vuelve a conseguir una aclamación pública similar a la de Pina, aunque en este caso el mérito es compartido. Para empezar, en los créditos de dirección aparece también Juliano Ribeiro -hijo de Sebastião Salgado-, quien además ejerce de director de fotografía. Aunque la verdadera invisibilidad de Wenders radica en el método escogido para rodar el film. El director alemán se aparta para dejar a Salgado en un primer plano copado por las fotografías de este. La película se convierte así en un doble recorrido: la historia (parte de ella) de la humanidad en las últimas décadas vista a través la historia particular de un artista fascinante.
La opción formal escogida no es nada original, y en el contenido faltan las voces críticas que acusaban al fotógrafo de embellecer la miseria humana que retrataba. Hablaríamos de otra película muy distinta. El carácter del film viene marcado desde su inicio, en el que Wenders elige mostrar la impresionante serie de Serra Pelada. El público en ese momento ya queda fascinado ante la fuerza de las imágenes de Salgado, y el director deja claro que son ellas las que van a hablar, acompañadas por la voz del propio Salgado. Wenders no esconde su devoción en ningún momento, y a partir de ella construye su película.
Pero si fascinante es el viaje en el tiempo por determinados hechos acaecidos en distintos rincones del mundo, más apasionante aún resulta ver la evolución del propio artista. Un humanista que acaba desolado ante los horrores de la humanidad. Su registro de realidades atroces acaba por pasar factura, y su esperanza en el ser humano se desvanece ante la implacable realidad. Es entonces cuando resurge un nuevo Sebastião Salgado, el que deja de retratar personas para buscar en el entorno natural. Una naturaleza castigada por la mano del hombre, y a la que el fotógrafo busca devolver parte de esa grandeza que le ha sido arrebatada. La mirada del artista se desplaza del antropocentrismo al ecocentrismo, y es así como consigue recuperar la pasión por la fotografía. Y por la vida.
Ventana al mundo
Por Manuel Barrero Iglesias
Wim Wenders -al igual que otros viejos directores- ha encontrado un refugio seguro dentro del documental, a salvo de la tibia acogida que reciben sus ficciones. No es un terreno desconocido para el director alemán, quien en los ochenta ya realizó filmes como Relámpago sobre agua (1980) o Toky-Ga (1985). La diferencia es que en aquellos años alternaba esos títulos con algunos tan importantes como Paris, Texas (1984) o El cielo sobre Berlín (1987). Al Wenders de los últimos quince años se le recordará mucho más por Buena Vista Social Club (1999), The Soul of a Man (2003) o Pina (2011) que por Tierra de abundancia (2004), Llamando a las puertas del cielo (2005) y Palermo Shhoting (2008).
Con La sal de la Tierra vuelve a conseguir una aclamación pública similar a la de Pina, aunque en este caso el mérito es compartido. Para empezar, en los créditos de dirección aparece también Juliano Ribeiro -hijo de Sebastião Salgado-, quien además ejerce de director de fotografía. Aunque la verdadera invisibilidad de Wenders radica en el método escogido para rodar el film. El director alemán se aparta para dejar a Salgado en un primer plano copado por las fotografías de este. La película se convierte así en un doble recorrido: la historia (parte de ella) de la humanidad en las últimas décadas vista a través la historia particular de un artista fascinante.
La opción formal escogida no es nada original, y en el contenido faltan las voces críticas que acusaban al fotógrafo de embellecer la miseria humana que retrataba. Hablaríamos de otra película muy distinta. El carácter del film viene marcado desde su inicio, en el que Wenders elige mostrar la impresionante serie de Serra Pelada. El público en ese momento ya queda fascinado ante la fuerza de las imágenes de Salgado, y el director deja claro que son ellas las que van a hablar, acompañadas por la voz del propio Salgado. Wenders no esconde su devoción en ningún momento, y a partir de ella construye su película.
Pero si fascinante es el viaje en el tiempo por determinados hechos acaecidos en distintos rincones del mundo, más apasionante aún resulta ver la evolución del propio artista. Un humanista que acaba desolado ante los horrores de la humanidad. Su registro de realidades atroces acaba por pasar factura, y su esperanza en el ser humano se desvanece ante la implacable realidad. Es entonces cuando resurge un nuevo Sebastião Salgado, el que deja de retratar personas para buscar en el entorno natural. Una naturaleza castigada por la mano del hombre, y a la que el fotógrafo busca devolver parte de esa grandeza que le ha sido arrebatada. La mirada del artista se desplaza del antropocentrismo al ecocentrismo, y es así como consigue recuperar la pasión por la fotografía. Y por la vida.
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