Dirección: Stephen Daldry.
Intérpretes: Rickson Tevez, Eduardo Luis, Gabriel Weinstein, Selton Mello, Martin Sheen, Rooney Mara, Wagner Moura.
Guion: Richard Curtis, sobre la novela de Andy Mulligan.
Música original: Antonio Pinto.
Fotografía: Adriano Goldman.
Montaje: Elliot Graham.
Idiomas: Portugués, inglés.
Duración: 114 minutos.
White Trash
Por Manuel Barrero Iglesias
White Trash
Por Manuel Barrero Iglesias
El escritor de 'Trash' (la novela) es un británico que ha trabajado varios años en países como India, Brasil o Vietnam. El director de Trash (la película) es otro británico, con bastante prestigio entre la comunidad cinematográfica. El guionista que hace la traslación novela/película es otro británico más, famoso por estar detrás de algunas de las comedias románticas más exitosas de los últimos años en Reino Unido. Los tres mayores responsables creativos de este engendro son hombres blancos y de clase acomodada. Y al leer sus palabras queda claro que la posición desde la que afrontan el relato es de superioridad. Ni siquiera Andy Mulligan parece preocupado por los sujetos que retrata, sino más bien por llenarse los bolsillos a costa de ellos. Los autores cinematográficos lo único que hacen es degenerar aún más un material de partida ya bastante sospechoso.
Trash solo puede entenderse como una fábula, ¿pero hasta qué punto es lícito construirla en torno a la miseria? Lo de fabular con el dolor no es algo nuevo. Ahí está Roberto Benigni, que convirtió el holocausto en un cuento. Pero el italiano tuvo la decencia de no buscar nunca el realismo, dejando siempre claro el carácter fabuloso de La vida es bella (1999). Trash se construye sobre una estética que sí tiene vocación realista en su retrato de la vida en las favelas. Pero resulta inmoral utilizar la miseria como simple marco exótico en el que desarrollar una aventura irreal. La frivolización es una constante en el film, rematada con una secuencia obscena en la que el dinero vuela por encima de montañas de basura.
Porque sí, Trash es un thriller. Y habrá quien como tal, pueda disfrutarlo. La complicidad entre los tres niños o el ritmo trepidante pueden ser las virtudes -superfluas- a las que agarrarse para defender este trabajo como un entretenimiento atractivo. Pero es que incluso prescindiendo de cuestiones ideológicas -que ya es mucho prescindir- la película es una sucesión de torpezas en la construcción de su intriga. Soluciones como la del jardinero que cuenta la historia a los niños denotan una terrible falta de habilidad en el manejo del lenguaje cinematográfico. Y de esas, hay unas cuantas.
Y aunque queramos, no podemos abstraernos del mensaje político del film, que se hace muy explícito en el desenlace. Los autores nos hacen creer que están defendiendo la justicia y la construcción de un mundo mejor. Pero el discurso que hay detrás de las palabras defiende todo lo contrario. Aunque lo disfracen de generosidad, la conclusión es que para salir de la miseria necesitas encontrar una gran cantidad de dinero. Es decir, estamos ante una exaltación nauseabunda del capitalismo más atroz.
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